La voluntad de Amon era simple.
«Alzaos. Más alto. Siempre más alto.
»O caed para siempre».
Alarak siempre había apreciado la claridad. La sagrada cadena de ascensión partía de Amon y cada tal'darim constituía un eslabón de la misma. Uno obedecía a los eslabones que estaban por encima de él, y mandaba sobre los que estaban por debajo.
Sencillo.
¿Y si deseabas llegar más alto? ¿Siempre más alto? Pues desafiabas al eslabón por encima de ti. Rak'Shir. El más fuerte perduraría, mientras que el eslabón más débil desaparecería y el conjunto de los tal'darim se volvería más poderoso. Sencillo.
Por supuesto, no siempre era así de simple. En las cuestiones de vida o muerte, nada lo era. Alarak también apreciaba eso.
En el Rak'Shir, otros podían luchar en tu lugar. Muchos otros. No había límites. Cualquier número de tal'darim, de cualquier rango, podía unirse a ti o luchar contra ti. Algunos rituales habían sido duelos individuales entre dos combatientes. Otros incluían a miles de aliados en cada bando. Tras el recuento de muertes en esos grandes combates, quedaban numerosas vacantes en la cadena sagrada. Era posible ascender cinco, diez o un centenar de eslabones. De hecho, este era el modo que Alarak había empleado para ascender rápido. Ni siquiera los elegidos de Amon eran inmunes a la vanidad y el orgullo. Con un pequeño empujón, Alarak había convencido a muchos ascendientes que ocupaban puestos elevados en la cadena para que participaran con confianza en el Rak'Shir. Todos se habían dado cuenta demasiado tarde de que lo había dispuesto todo para su muerte a manos de un enemigo que los superaba en número.
La mayoría de los desafíos se gestaban durante mucho tiempo.
Uno tenía que asegurarse de que llevaba las de ganar. A menudo, los rituales venían precedidos por meses de tensiones e intrigas mientras ambos bandos reunían tantos aliados como podían.
Pero no hoy. No había tiempo.
Alarak sintió un escalofrío. ¿Era ese el plan de Nuroka? Tenía que serlo. Nuroka tenía una perspicaz mente de estratega. Solo un mes antes, había demolido el puesto de avanzada del Dominio terran en un sistema cercano. Aprovechó los huecos en sus defensas con tanta rapidez que los humanos jamás tuvieron tiempo de enviar una sola señal de socorro antes de que las cuchillas rojas de los tal'darim se hundieran en sus gargantas.
Esta era la misma táctica. Un ataque en el ángulo muerto del enemigo.
«Yo soy el blanco», comprendió Alarak. Su superior directo, el tercer ascendiente Zenish, era una bestia. Carecía del sentido de la estrategia. Por encima de él estaba la segunda ascendiente Guraj. Era terriblemente astuta, pero no se le daba bien reunir aliados. Prefería intoxicar las mentes de las facciones rivales, haciendo que se pudrieran desde dentro y se enfrentarán entre ellas en vano. Pero aquí, cerca de la cúspide de la cadena, más que facciones que corromper, había ambiciones individuales.
Entre los ascendientes, solo Alarak era capaz de embaucar y manipular a los aliados. Todos los demás poseedores de esas habilidades habían muerto. Alarak se había encargado de ello.
El camino que recorría el angosto desfiladero llegó a su fin, y la blanquecina grava bajo las botas de Alarak dio paso a la roca sólida, ennegrecida por siglos de hollín e inmundicia. Había sido así al menos desde que las últimas selvas de Slayn se habían asfixiado bajo la niebla nocturna de terrazine -en opinión de Alarak, un pequeño precio a pagar a cambio de la bendición del aliento de la creación-. Ante él se alzaban los edificios de los tal'darim, insolentes y poderosos, un testimonio de su disposición para la guerra, no como los vanidosos monumentos de los templarios. «Necios, todos y cada uno de ellos», pensó. Los tal'darim conocían el valor del dolor. El conflicto era la esencia de la vida. Solo los ignorantes osarían suavizar esa verdad con resplandecientes ciudadelas y un falso sentido de la unidad.
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StarCraft 2: Legacy of the Void
Fanfiction5 Relatos cortos que narran el lore de StarCraft 2 para introducirnos a Legacy of the Void