Travesía

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--¿Cuánto tiempo te vas a quedar? --le preguntó su esposa a Pablo mientras le ayudaba a empacar sus cosas-- Rebecca cumple años la próxima semana, ¿estarás aquí para entonces?

--No lo sé --dijo un poco irritado-- no sé nada, no me han dicho nada más. Supongo que será poco tiempo, dijeron que era para examinar un cadáver, espero que solo sea eso.

--¿Vas a averiguar cuánto cuesta la matrícula en la Universidad Verde?, Una amiga de nuestra hija estudia allá, y ella dice que quiere ir también.

--La Universidad Verde queda muy lejos de aquí, ¿no? Hay buenas opciones en esta ciudad.

--Díselo a ella, está empezando a obsesionarse con lo de la prueba de admisión. No quiero discutir con ella, ya es casi una adulta y creo que puede tomar sus propias decisiones.

--Sí, pero la factura tendremos que pagarla nosotros. Averiguaré lo que pueda durante mi estadía en el pueblo, y hablaremos de eso cuando vuelva, ¿vale?

--Vale.

Sus maletas iban cargadas con suficiente ropa como para pasar una semana completa. Además, su esposa le había empacado productos de aseo, puesto que sabía que su marido era muy olvidadizo, y luego se vería obligado a comprar cosas en aquel lugar.

Rebecca y ella se despidieron de Pablo, lo acompañaron hasta la entrada del ayuntamiento y luego volvieron a casa.
Pablo fue recibido por una mujer joven y elegante, quien lo llevó hasta una sala de conferencias del tercer piso. Pudo ver a Guillermo sentado junto con otros personajes importantes en la zona izquierda, pero Pablo tenía su puesto asignado al otro lado de la sala.

Varios hombres se presentaron y se situaron enfrente de ellos. Después de una breve introducción a lo que harían, dijeron que su misión en Pueblo Negro sería únicamente de investigación, y que pasarían cinco días hospedados en el Hotel Corredor, el único hotel del pueblo. Después de eso, hicieron hincapié en la importancia de la discreción con respecto a lo que probablemente se encontrarían.

Después de varias horas de instrucciones, abordaron el último vagón del tren KS-22, el cual era de lujo. Había un bar y vista panorámica, wifi, cargador de celular y televisión.

La noche llegó mientras el moderno tren se perdía entre la densa vegetación que se extendía cientos de kilómetros en todas direcciones.

--¿Has ido a Pueblo Negro antes? --inquirió una voz femenina detrás de él, se dio la vuelta y vio una mujer casi de su edad en el asiento de atrás. Se veía amable y, había que admitirlo, era hermosa. La había visto en la conferencia, debía ser una empleada del gobierno o alguna epidemióloga.

--No, es la primera vez. ¿Y tú?

--Sí, mi hijo estudia en la Universidad Verde. Hace tres años que fue admitido, voy a visitarlo dos veces por año, y él viene a casa en Navidad.

--Supongo que has de conocer bien el pueblo.

--No hay mucho que conocer, la zona central tiene siete calles; la periférica unas cien o ciento cincuenta casas, la universidad y miles de hectáreas de pura selva.

--No soy muy aficionado a la naturaleza, prefiero mi vida urbanizada.

--Es muy relativo, todo es gris y contaminado, con todo ese humo de los autos, el ruido... Aveces los rascacielos impiden que la luz llegue a las calles, por lo que es frío allá abajo.

--Pero el la selva tienes que enfrentarte a hongos, bacterias, parásitos, insectos como los que cegaron la vida de William Ospina.

--¿Por qué crees que fue un insecto?

--Tenía un cráter en su cuello, la piel inflamada alrededor, era una picadura. Tuvo una reacción alérgica severa, como las que tienen algunos con las abejas.

--¿Crees que murió por una abeja?

--No creo que haya sido una abeja, parecía otra cosa. De todas formas, no podemos hacer conclusiones apresuradas, solo me baso en lo que vi en las imágenes que me enviaron. Las cosas se aclararán cuando revise el cadáver personalmente. Además, las biopsias despejarán todas las dudas.

--¿Es usted el señor forense?

--El mismo.

--Vaya, supongo que usted ha examinado algunos de los cuerpos que yo he investigado. Mucho gusto, soy Nora Carvajal, periodista e investigadora privada.

--Mucho gusto, pero creí que no podíamos darle lugar a la prensa en este tren.

--No trabajo para ningún periódico actualmente. El Gobierno me contrató para estar en este tren junto a usted.

--He visto sus trabajos en los periódicos, a mi mujer le encantan los programas de Investigation Discovery. Creo que las dos se llevarían muy bien.

Pablo notó la cara de decepción que marcó el rostro de Nora al momento de decirle que era casado.

--Mi hijo quería estudiar medicina, como usted, pero solo fue admitido a la facultad de comunicación social. Está siguiendo los pasos de su madre.

--Mi hija está en su último año de colegio. Parece que también quiere entrar a esa misma universidad, pero quiere estudiar música, no sé qué pasará luego.

--¿No te gustaría que ella estudiara eso?

--No lo sé, creo que esa carrera no tiene un futuro muy prometedor. Le insistí que se inscribiera a derecho o medicina, pero no quiere nada más que la música.

--Si se esfuerza, podrá llegar muy lejos, incluso podría ganar más que todos los de este tren juntos. ¿Qué instrumento toca?

--Ninguno, pero canta. Canta muy bien, tengo que admitirlo, aveces la contratan para cantar en cafés y bares literarios.

Buscó una foto de Rebecca en su iPhone y se la enseñó a Nora.

--Vaya, es muy hermosa.

--¿Tú hijo está en Pueblo Negro?

--No en realidad, él estaba en un seminario en Noruega. Llegará al país mañana, y tomará el tren hacia Pueblo Negro al día siguiente.

--¿Noruega? Eso es estupendo. Estuve allí en un seminario al igual que él, fue hace varias décadas, y fue ahí donde conocí al medico José Adkins, mi actual mejor amigo. A él le debo el hecho de conocer a mi mujer.

El tren disminuyó su velocidad hasta detenerse por completo, la estación era un poco pequeña, con algunas máquinas expendedoras y una tienda de comestibles. Les habían indicado que los pasajeros del último vagón debían esperar a que desocuparan el resto del tren, por motivos de pura seguridad.

Se quedaron cerca de cinco minutos hasta que las puertas se abrieron de par en par, y los pasajeros pudieron descender con normalidad. Afuera de la terminal, los esperaba un autobús azul, que los llevó hasta el pueblo, más precisamente al auditorio del ayuntamiento.

--¡Don Pablo! --exclamó el jefe de policía al verlo-- no sabe lo aliviado que estoy de que hayan venido, este es un pueblo pequeño, y la gente ha empezado a especular demasiado sobre lo que pasó con la chica y el profesor. Nunca creí que llegaría usted con un montón de profesionales.

--De hecho nos han enviado aquí desde el ministerio, parece que al fin El Gobierno está empezando a interesarse en el tema de la salud.

Después de darles una breve bienvenida, los llevaron hasta el Hotel Corredor, donde se instalaron todos en la misma planta. A Pablo le tocó la habitación 404, tenía una cama doble, un televisor con DVD, un sofá, una mesita de noche y un balcón que daba hacia la calle principal del pueblo; desde ahí, se podía apreciar la silenciosa noche y la inmaculada selva. Respiró hondo, hacía mucho tiempo no respiraba un aire tan puro como el de ese día. Se recostó en la cama y suspiró. Sentía que algo estaba a punto de suceder, pero no sabía qué.

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