Avistamientos

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El prestigioso y erudito profesor William Ospina guiaba a su grupo de estudiantes novatos a través de los senderos de uno de los patios de la Universidad Verde. Había recorrido tales caminos desde que lo habían nombrado profesor hace casi veinte años. Siempre era lo mismo, enseñarle a los imberbes los pocos peligros del bosque, su biodiversidad y su importancia para el equilibrio ecológico de la región.

Habían recorrido los senderos por más de una hora, pisando el suelo pantanoso con sus botas de goma, tomando fotografías y notas en sus cuadernos, limpiando sus gafas empañadas y quitándose los insectos de encima... Insectos.

Era hora de volver, pronto oscurecería y aquellos bichos nocturnos empezarían a asustar a los cobardes jóvenes.

--Bien, muchachos-- dijo William deteniéndose y quitándose la gorra-- es todo por hoy, ya es tarde y supongo que deben estar hambrientos. ¿Cuándo es la próxima clase?

--El viernes --contestó una voz femenina.

--De acuerdo, entonces el viernes reanudaremos el recorrido. Recuerden que deben presentarme un trabajo escrito sobre lo que observaron hoy; lo quiero en mi escritorio mañana a las diez en punto, o en su defecto, lo pueden enviar por correo electrónico hasta la media noche de hoy...

Sintió un pinchazo en el cuello. El ardor se esparció por la zona alta de su abdomen y en su cara, sentía que algo empezaba a arrastrarse bajo su piel. Lanzó un manotazo y agarró al culpable, un pequeño invertebrado de casi tres centímetros de largo, tenía alas negras, un cuerpo rojo con franjas negras y patas largas.

¿Qué era eso?, no había visto un insecto así en el bosque, ni siquiera en los libros con los que enseñaba. Sacó un frasquito de plástico vacío y echó al bicho malherido ahí. Volvió a guardar el recipiente en su maletín y se dispuso a seguir a los estudiantes, quienes ya empezaban a regresar.

Media hora después, a casi dos kilómetros de la civilización, el profesor William Ospina se desplomó en el suelo pantanoso, convulsionando, gritando, aullando de dolor. Finalmente sus latidos se detuvieron a pesar de los desesperados intentos de sus estudiantes para tratar de salvarlo.

Murió ahí, en la suciedad, la espuma blanca de su boca resbalaba y se mezclaba con el fango, la hinchazón de su cuello lo hacía irreconocible, su cara morada y sus ojos desorbitados mostraban la horrible y dolorosa muerte que había tenido. Lo que si era seguro, es que esos pobres muchachos quedarían traumatizados de por vida.

--¿Qué hacemos? --inquirió alguien llorando.

--No podemos dejarlo aquí --respondió otro.

--Tampoco podemos arrastrarlo hasta la carretera. Ay Dios mío, esto no puede estar pasando.

--¿Sus celulares tienen señal?

--No --dijeron todos mediante iban comprobando sus pantallas.

--¿Y si un grupo va a buscar ayuda y otro se queda cuidando al señor William?

--Yo ni loca que me quedo.

Al final, 28 de los 32 estudiantes fueron a buscar ayuda, los otros cuatro se quedaron cuidando a su profesor. Ya era de noche cuando una ambulancia y una patrulla de policía aparecieron avanzando con dificultad hacia ellos.

INSECTOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora