XVIII Una muerte anunciada

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Nunca he sido bueno mintiendo, mucho menos guardando secretos que sé podrían hacer explotar una bomba atómica. Mentir me pone nervioso, ansioso y con ello evidentemente idiota, sobre todo si la persona a la que le oculto algo se trata de Taemin... Es una mierda tener que ocultar cosas a alguien que quieres tanto, ¿verdad? Lo único que mantenía en pie mi convicción, era que Naeun es quien tenía el deber de hablar, no yo; aunque tal vez, solo tal vez, sí lo era, porque eso se supone que hacen los amigos, ¿o no? La angustia me tenía con el corazón palpitando desde que doblé aquella esquina y me encontré con la sorpresa. No era mi asunto, pero ciertamente las náuseas vinieron a mí cuando retrocedí y me quedé un minuto entero pensando hacia dónde debía salir corriendo. Al volver al salón, procuré permanecer lo más silencioso posible, tratando de disimular el semblante pálido que me dejó el enterarme de tal  situación, sin saber si era mejor o peor haber sido yo y no él quién vio todo. El peso de mi conciencia y la necesidad de protegerlo peleaban con mi ansiedad por mantenerme callado, y a la vez, me frustraba como amigo que existieran personas capaces de ser tan irresponsables con los sentimientos de otras. Yo era todo un lío, pero la vida de Taemin seguro sería un lío más grande al enterarse de todo.


―¡Minho!


―¡Eh!


Di un salto a causa del susurro y el codazo de Taemin en mis costillas en plena clase de Literatura. Le miré confundido y él solo movía sus ojos entre los míos y un punto detrás de mí. Cuando tragó saliva y tomó una postura más recta en la silla, entendí qué estaba pasando.


―¿Pensando en su próximo campeonato, Choi? ―preguntó el Profesor Oh, mirándome con desagrado.


―No, señor... yo solo... pensaba.


―Bueno, trate de pensar en otro momento y lea el párrafo ocho, donde quedó su compañero.


Asentí torpemente y miré el libro abierto frente a mí. Busqué el párrafo ocho pero estaba completamente perdido en la lección, y el clima silencioso y tenso de todo el salón no ayudaba a relajarme o al menos buscar una solución rápida; entonces el dedo de Taemin se posó ágilmente sobre el texto e indicó el inicio, así que al instante me levanté y comencé a leer, fuerte y claro. De reojo veía al profesor con la cara aún deformada, hasta que le pareció que leí lo suficientemente bien y se alejó nuevamente a su escritorio.


―Suficiente. Kim, tu turno.


―¿Estás bien? ―Taemin habló tan bajito que apenas le escuché. Dejé el texto sobre la mesa, y con la frente perlada en sudor a causa del exceso de presión, asentí y le sonreí antes de volver la vista al frente. Sentía que me iba a desmayar si seguía guardándome todo.


La clase pasó tan lento que yo me moría a causa de la adrenalina que se materializaba en ansiedad, y mi pierna que no dejó de moverse hasta que sonó el último timbre del día. Cerré mi cuaderno de apuntes y suspiré pesado fuera, reclinando la cabeza y dejando caer los brazos, buscando en mi mente la mejor manera de abordar a Taemin y contarle lo que sabía.


―¿Qué harás hoy por la tarde? Pensé que podía pasarme a tu casa a jugar FIFA... ―Taemin guardaba todo en su mochila con ánimo tan sonriente, que yo sabía no había manera de decirle algo así sin arruinarle el día.

La ventana de al lado (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora