III Cinco a uno

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Caminamos juntos a casa aquel día. El asfalto de la acera se perdía bajo mantos de hojas secas, que pisábamos con fuerza desbaratando los tumultos que se anidaban bajo cada árbol a nuestro paso. Jongin pidió comida china para ambos, mientras en casa yo me cambiaba de ropa antes de cruzar nuevamente desde mi ventana hasta su habitación. Me quedé sobre la cama, mirándolo ordenar los juegos de su consola que estaban regados por el piso. De pronto, mi corazón se sintió pesado por una noticia que tenía que darle, y había estado evitando a lo largo del día.


La noche anterior, Taesun me había llamado por teléfono. Luego de media hora hablando acerca de su desempeño en la universidad, y el cansancio en su trabajo, dijo que tenía intenciones de vivir conmigo. Quería que me mudara junto a él. Amaba a mi hermano más que a nada, y pesar del entusiasmo que me generó su petición, algo muy en el fondo no me permitía estar del todo contento.


Su voz, acabó con mis cavilaciones.


―¿Cuándo será el día en que me ganes en el FIFA?―Su ceja enarcada rebosaba autosuficiencia.


―No lo sé, quizás el día en que dejes de hacer trampa―Le lancé un almohadón.


―Yo no hago trampa.


―Juegas sin mí durante las noches.


―Solo por ocio―sonrió escondiéndose mientras me extendía el otro mando.


―Eso cuenta como práctica extra. 


―No es por hacer trampa. A veces me cuesta dormir.


―No mientas, tú siempre te duermes primero, Nini―rodé los ojos. 


―Llorón.


―Tramposo.


―Soy el dueño de  la consola.


―Jódete―explotó en risas. Parecía causarle gracia cada vez que lo insultaba.


Comenzamos una partida nueva y no alcanzamos a esperar más de media hora cuando la comida china llegó. Jongin bajó a recibirla mientras yo acomodaba en el cuarto un espacio para poder comer. Subió con dos bolsas en sus manos, y sentados en el suelo, acomodamos todo frente a nosotros. Sintonizó la programación de cable en una película que le gustaba, y comenzamos a comer.


―Me gusta mucho Kill Bill―comentó, con los ojos fijos en la pantalla y los palillos llevando comida a su boca.


Comí también, prestando atención a la película y luego a él, y por primera vez me di cuenta de lo monofuncional que podía llegar a ser. El cálculo hasta sus labios fue tan errado, que un trozo de carne chocó con una de sus comisuras y saltó de los palillos hasta su camisa. Solo ahí despegó sus ojos de la rubia con el sable en la mano.


―Comes como si tuvieras tres años―tomé una servilleta y limpié lo más que pude su uniforme, mientras él recuperaba lo que había perdido y se lo llevaba a la boca.

La ventana de al lado (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora