II Latidos difusos

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Desde ese día, fuimos inseparables. Jugábamos a lo que fuese, a diario, y poco después logró convencer a sus padres de enviarlo a mi escuela, donde terminamos siendo compañeros de clase. Jongin no parecía tener problemas de socialización. Cuando íbamos juntos al parque, siempre lo invitaban a jugar, pero luego de convertirme en su amigo, prácticamente equivalíamos a un pack. Jongin jamás aceptaba jugar si yo no estaba también dentro, y cuando el hecho de aislarme por capricho se convertía en condición, Jongin ni siquiera temblaba. Era conmigo o era nada.


Mi padre nunca se enteró. Me veía salir con Jongin, pero jamás supo que solía la mayor parte del tiempo escapar por la ventana. Toda mi infancia viví bajo sus gritos, sus golpes y sus castigos, y por esa misma razón, mi relación con Jongin se fortalecía más y más cada vez que él o yo cruzábamos a través de aquel árbol, con o sin follaje, en invierno o en verano. Con el tiempo comencé a sentir menos miedo del escape, y a pensar en Jongin como mi única vía de distracción. Estar con él me hacía sentir menos culpable, y definitivamente menos solo.


Y cuando papá dejaba caer sus golpes sobre mí, Jongin era el mejor consuelo.


―Otra vez te golpeó.


―¿De qué hablas? No pasa nada... ―No sé por qué, pero siempre intentaba negarlo.


―No soy idiota. Por la forma en que cruzaste, sé que te duele algo.


―Ya, da igual ―Saltar desde la ventana en ese estado siempre era más difícil―. Lo entiendo, de todas formas es mi culpa.


―¿Tu culpa, dices? ―dejó a un lado los apuntes con los que estudiaba y se volteó a mirarme ―. ¿Cómo puede ser tu culpa que te golpee?


―Yo maté a mamá, y si no fuese por mí, ella aún seguiría viva.


―¿Que tú mataste a tu madre? ¿Él dijo eso? ―Me miraba de esa forma en la cual enarcaba una ceja porque lo que yo estaba diciéndole le parecía ridículo. Ya lo conocía bien.


―Es la verdad, ¿no?


―Tu madre murió en el parto, esas cosas pasan, Taemin, y no es culpa de nadie; mucho menos tuya. No quiero volver a escucharte decir eso, porque francamente es una estupidez.


―Pero pasó cuando yo nací...


―¿Y?


―Y si yo no hubiese nacido--


―¡Taemin! ―De pronto sus ojos oscuros estaban mirándome como si mis palabras le dolieran― ¿Crees que tu madre se sentiría bien de escucharte decir eso? De seguro ella está feliz de saberte vivo, y tú... te lamentas por algo que no es tu culpa. ¿Qué hubiera sido del mundo sin ti? ¿Qué... hubiera sido de mí sin ti?


Para ese entonces, las lágrimas escocían queriendo arrastrarse por mis mejillas desde mis ojos. Las golpizas me dolían menos cada vez que las palabras de Jongin me reconfortaban, logrando entibiar mi pecho cuando los nudos en la garganta apenas me dejaban respirar.

La ventana de al lado (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora