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Después de aquel día, el humano no volvió a aparecer por aquel bosque. Leire debería sentirse orgullosa de haber conseguido alejar a aquel ser de las tierras de su padre. Y sin embargo, sólo quedaba en ella un sentimiento de soledad. Una soledad que la entristecía y enfurecía de la misma manera. Ya tenía a su padre, ¿qué mas quería? Desde que aquel pensamiento surgió en su mente había estado actuando de una forma rara. Incluso padre lo había notado. Y aquello no lograría beneficiarla. Tenía que deshacerse de esos estúpidos pensamientos. Los humanos eran los enemigos, eran la causa del dolor que ella había tenido que soportar viviendo aislada de todo el mundo. Ellos eran los culpables de su dolor. De su desgracia.

Y padre sólo había logrado hacerle comprender eso.

Una mañana como cualquier otra, Leire decidió salir de la cueva para buscar comida. Encontró varias frutas que tenían un aspecto delicioso y decidió llevarlas a su casa. Todo había vuelto a la normalidad y Leire al fin podía respirar tranquila, pese al pequeño dolor que nacía en su pecho ante la dura soledad que la amenazaba cada mañana. Después de haber comido y haber dejado la comida de su padre en la mesa, salió a correr y despejarse de todo. Escaló un árbol y cerró los ojos para disfrutar del viento. Sin embargo, pudo oír unas risas y, al abrir los ojos, vió a las mismas chicas que había visto aquella mañana cuando aquel humano y ella se reencontraron. Entrecerró los ojos cuando comprendió a quien estaba esperando ver realmente y saltó del árbol para alejarse de allí e internarse en el bosque. Llegó al río en el que lo había visto a él por última vez y se tiró al agua sin dudar. Nadó y buceó hasta el agotamiento, descargando allí toda la ira que le provocaba el inexplicable dolor que estaba sintiendo con la partida de aquel ser. ¿Por qué se sentía tan mal? ¿Qué pasaba con aquel humano que la entristecía así?

Unos pasos la hicieron sentir aquel extraño sentimiento de nuevo, pero cuando se decidió a girarse, la decepción volvió a ella.

-Padre-susurró ella.

-Sabía que estarías aquí. Es hora de volver a casa, Leire.

Ella sólo asintió y se incorporó para irse con él. En el camino se volteó un sólo instante, pero tras ella no había nadie.

Los días avanzaron, y con ellos llegó el verano. El calor recorría todo el valle y le causaba a Leire mayor agotamiento. El calor nunca había sido su mayor pasión. Sin embargo, era hermoso ver los colores vivos que había por el bosque gracias al sol de la mañana. Sin embargo, Leire no estaba todo lo feliz que le gustaría. Aquel humano seguía sin volver, y ella sólo sentía la tristeza invadir su corazón sin entender la razón.

Suspiró por cuarta vez mientras recogía la fruta de aquella mañana. Odiaba el sentimiento que la estaba dominando. No quería sentirlo más. Por lo tanto, decidió esconderlo y olvidarlo en un pequeño rinconcito de su corazón. Algo que la ayudó a seguir su vida sin tener que pensar en él en medio de sus labores. Sin embargo, cuando cerraba sus ojos por las noches, aquellos ojos verdes la invadían en sus sueños. Pero sólo entonces lo aceptaba. No le importaba que por las noches, ese pedacito de su corazón le atacase. Mientras padre no descubriese la verdad, todo estaría bien.

Sin embargo, aquello no tardaría en cambiar.

Una mañana en la que ella nadaba en el río, volvió a escuchar los mismos pasos de siempre. Pero ella sabía que era su padre de nuevo. Desde hacía un tiempo se había acostumbrado a ir a buscarla al mismo lugar para ir con ella hacia casa. No entendía el porqué, pero eso también la ayudaba a no sentirse demasiado sola. Se incorporó del agua y se giró dispuesta a irse con su padre cuanto antes, cuando aquellos ojos verdes se clavaron en ella. Se sorprendió inmensamente, pero también sintió como su corazón se aligraba de aquella soledad que había sentido esos meses sin él. Toda aquella soledad, se había evaporado por completo.

Sin embargo, no permitió que él lo notase.

-Creí que te había dicho que evitases volver a aparecer por aquí.

Él le ofreció una sonrisa, algo que logró llenar a su corazón de aquel sentimiento extraño de la última vez que lo había visto en el mismo lugar.

-Vaya, es agradable volver a recibir este tipo de recibimiento por tu parte.

Leire se cruzó de brazos, arqueando su fina ceja, pendiente de las palabras de aquel chico.

-Haz lo que quieras, luego no me digas que no te lo advertí.

-Estoy preparado para las consecuencias que eso suponga.

Él sonrió.

Ella suspiró.

Y, sin embargo, ambos sabían que aquel día no lo iban a olvidar jamás.

Mi Guardián #1 EncuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora