12 (Final)

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Leire tuvo que apretar bien fuerte los puños para despertar de aquella pesadilla, para darse cuenta que todo lo que estaba sucediendo últimamente en su vida era producto de su imainación, que pronto despertaría y vería que nada de aquello era real.

Cerró los ojos un instante para respirar profundo y los abrió de vuelta para encontrar los de su padre, firmes y frías, una expresión que siempre había mostrado con ella. Leire siempre soñaba con que aquellos ojos algún día la mirarían con cariño. Sólo se trataban de fantasías que jamás se harían realidad, como los cuentos de hadas.

Leire dió un paso al frente. Su padre, que se percató de ese gesto por parte de ella, la observó con curiosidad. Kaled en cambio solo soltó un gruñido de ira cuando se encontró con la vista a su padre. Leire no quería saber que había podido hacerle para haber conseguido despertar a la bestia de su interior.

-Padre-soltó ella logrando la atención del susodicho; su voz ahora estaba cargada de odio, un odio lo bastante intenso para impedir que el cariño sobresaliese en su lugar-. Tú eres la persona que ha estado detrás de todo desde el principio.

Él se rió a carcajada limpia y miró a Leire como quien miraba a un conejito inofensivo.

-Pensé que no lo descubrirías nunca. Para ser tan inteligente en muchas cosas, con esto no has demostrado serlo tanto. Obviamente he sido yo, ¿de qué sirve negarlo a estas alturas que ya has visto con tus propios ojos la situación? Kaled es un enemigo para mí y para los míos. No tiene perdón. Su sangre esta manchada de crímenes despiadados hacia mis antepasados.

Esas palabras confundieron a Leire.

-¿De qué estas hablando?

-Su tatarabuelo asesinó a casi todos mis antepasados. Sólo sobrevivieron unas cuantas personas que lograron refugiarse en un lugar seguro. Entre ellos estaba mi tatarabuelo. Lo mismo sucedió con nuestros bisabuelos y nuestros abuelos fueron los que crearon la guerra entre ambas razas. Los licántropos y los hechiceros.

-¿Qué? ¿Hechiceros?

-Así es. Yo puedo controlar la magia. Por algo fui la persona que pudo crearte-la sonrisa tenebrosa que recorrió sus labios le provocó varios escalofríos a Leire-. Tuve que acabar con la vida de dos niñas por ello, pero el resultado no me ha decepcionado. Después de eso sólo tuve que manipular tu mente. Hacerte creer que los humanos son una amenaza y que tú misma te encargases de destruir ambas razas. La humana y la licántropa. A fin de cuentas era demasiado fácil engañarte. No me costó nada que los odiases. Pero claro-su mirada se dirigió a Kaled, a quien miró con profundo odio-, tenía que aparecer él para arruinarlo todo.

Leire sacudió la cabeza incrédula mientras que, a su lado, Kaled le gruñía a su padre con mayor furia que antes. Ahora lo entendía. Todo lo que ella había sufrido en soledad, todo su dolor, su tristeza, la sensación de que los humanos la atrayesen tanto, eran por eso. Por un maldito engaño. No por odio, sino porque quería estar con ellos. Al lado de los suyos. Todo había sido un engaño de ese hombre.

-¡Me mentiste!-gritó Leire fuera de sí-. ¡No me puedo creer que pueda haber alguien tan cruel para jugar con la felicidad de una persona! ¡Maldito!

No pensó en nada más, cuando desenfundó su arma, provocando que el hombre a quien una vez llamó padre, la imitaba con su propia arma. Dió un paso al frente y se posicionó retándole con atacar primero.

Y así fue.

Sin embargo, Leire era más rápida y lo esquivo sin dificultad. Atacó por su espalda pero él fue más ágil y también lo detuvo. La mirada de Leire brilló de rabia y lanzó varios golpes en la dirección de él para debilitar su fuerza, pero era más listo y las evitaba.

En una de las estocadas, vio que Kaled rompía las cadenas que lo aprisionaban para abalanzarse hacia el hombre que había sido su padre. La pelea duró pocos minutos, puesto que, aunque él era fuerte, la bestia de Kaled era prácticamente inmortal. Casi imposible matarlo.

Al ver lo que quedó de él, Leire apartó la mirada mareada. Ver una muerte ante sus ojos, aunque fuera la de su padre, nunca le resultaba satisfactoria. Oyó un gruñido y se encontró los ojos de Kaled escrutándola. Retrocedió un paso y Kaled también avanzó con una postura que indicaba a Leire estaba en problemas.

No pudo hacer nada cuando él se abalanzó sobre ella y le rugió en la cara. Pensó que debía luchar, enfrentarse a Kaled y salvar su vida. Pero estaba cansada de luchar sin motivo. Kaled no tenía la culpa y no pensaba luchar con él. Dejó caer su arma al suelo y abrió sus brazos para sonreírle con dulzura.

-Kaled...

Cerró los ojos y esperó su final. El final que Kaled se encargaría de darle a ella. Sin embargo este final no llegó y Leire tuvo que abrir los ojos para sorprenderse al ver que Kaled empezaba a mostrar rasgos humanos, poco a poco iba recuperando su humanidad y, antes de desplomarse sobre ella perdiendo la conciencia, oyó que susurraba su nombre con esa cálida dulzura.


***


Leire llegó hasta Kaled y saltó hacia sus brazos para recibir el dulce beso que él le regalaba. Tras varios minutos se tomaron de las manos y sonriendo, echaron a andar por el frondoso bosque. Habían pasado varios meses desde que su creador había muerto, la persona que aunque le costase admitirlo, seguía siendo considerado como su padre, debido a que fue quien le dió aquella vida. Y ahora la primavera había llegado y con ella, el día en que al fin cumpliría los 18. La edad más importante para su vida propia.

Ambos llegaron al lago donde siempre se reunían y Kaled sorprendió a Leire con un ambiente muy tierno. Una manta en el suelo junto con un pequeño banquete de comida. La mirada le brilló por ello y le regaló un beso como agradecimiento. Comieron juntos y luego corrieron a nadar al lago. O mejor dicho, Leire enseñó a Kaled a no temer al agua, no sabía el que el provocaba tanta inseguridad, pero ella quería quitárselo poco a poco. Se besaron y abrazaron como si la vida se les fuera en ello y juntos vieron las estrellas y la luna aquella noche.

Leire no podía pensar en un cumpleaños mejor, una celebración más bonita que aquella. Podía ser algo muy común, pero nada de aquello le parecía poco a ella. Cerró los ojos al sentir la brisa acariciándola, pero los volvió a abrir cuando Kaled sujetó su mano para ponerle un pequeño anillo plateado. La mirada se le cristalizó y fue incapaz de hablar.

-Quédate siempre conmigo, Leire-sus ojos la miraron con amor, con un sentimiento que superaba cualquier otro, y Leire quería corresponderle, quería decirle que también le amaba, que lo era todo para ella. Pero algo se lo evitó-. ¿Qué...?

Leire miró sus manos, viendo que estas se desvanecían poco a poco. Confusa, miró a Kaled sin entender lo que estaba pasando allí, lo que estaba provocando aquello. No podía entenderlo. Kaled le tomó el rostro con ambas manos, desesperado por hacer algo que impidiese lo que estaba sucediendo.

Estaba desapareciendo.

-Leire, no...No, pequeña, mira, estoy...Estoy aquí... No puedes...-su voz se desvaneció y ella acarició su rostro como pudo, pues él solo sintió una breve brisa en lugar de una mano acariciándole. Quiso decirle algo, las últimas dos palabras que su corazón siempre había querido expresarle, pero nada servía.

Cerró los ojos dejando caer las lágrimas y pensó en esas dos palabras, en un intento de transmitírselas de algún modo. De hacerlas más real.

Te amo.

Aquella noche, bajo las brillantes estrellas y la gran luna llena, Leire se desvaneció con el viento, tras la mirada de dolor de Kaled, que gritó y aulló a la luna como súplica a su amada. Una súplica que le pedía que no le dejara solo. No ahora.

Pero Leire no podía hacer nada por su amado, sólo fundirse con el viento y el cielo, pidiendo que, algún día, la vida les diese otra oportunidad.

Una que los volviese a encontrar.


Fue así como la leyenda de Leire, la primera elegida de la luna, terminó de ser escrita.


Mi Guardián #1 EncuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora