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Los días pasaron y Leire se encargaba de ayudar a su padre en todo lo que pudiera. Después de todo era su deber.

Una tarde después de ayudarle todo el día, Leire decidió salir al exterior mientras su padre descansaba, pues sabía que de no ser asi sería imposible para ella.

Abandonó la pequeña cueva y echó a andar admirando cada rincón de aquella hermosa naturaleza. Cerró los ojos cuando una suave brisa le azotó en la cara y escuchó unas risas humanas a lo lejos.

Aquello bastó para hacerla esconderse. Maldición. Estaba tan absorta en la naturaleza que se había aproximado demasiado a la civilización humana.

Pudo ver entonces, desde detrás de un árbol, que las dueñas de aquellas risas eran de tres chicas, de mas o menos su misma edad, hablando entre ellas. Cargaban con un tipo de bolsa rara sobre los hombros, ¿qué sería? Se escondió más cuando las vió acercarse.

-Estoy muerta después de las clases de Doña Dolores-la joven rodó los ojos-Nos hace cargar con montones de cosas en la mochila para usarlas cinco minutos. Luego la que tiene que llevarlos de vuelta a casa soy yo.

-Es lo que tiene ir a la escuela, cielo, que quieras o no hay que hacer lo que nos dicen.

¿Escuela?

Mi curiosidad creció más cuando vi a una de ellas sacar el mismo objeto que aquel chico de hacía unos días. ¿Eso quería decir que no era un arma el...? ¿Cómo lo había llamado? ¿Libro? Sí, aquel había sido el nombre que le puso.

Si no era un arma, ¿podría ser algo que usaban en esa cosa llamada escuela?

De todas formas, si era cierto que aquello no era un arma, aquel humano se merecía unas disculpas por muy duro que se le hiciese admitirlo. Después de todo, no le había mentido.

Y como si le hubiese invocado, ese mismo chico apareció cargando la misma mochila consigo. Sorprendida, se apuró en reaccionar y llamarle por lo bajo. Sin embargo, no la escuchó. Probó de nuevo y nada.

Asi que solo quedaba una solución.

Corrió directamente hacia él y en el momento que lo vió voltearse hacia ella, golpeó su cabeza haciendo que perdiese el conocimiento para llevárselo a la espesura del bosque antes de que los viesen.


¿Cuánto tiempo podía dormir un humano?

Vió fijamente al chico que aun permanecía en la misma postura sin moverse y con los ojos cerrados en el suelo.

Tampoco le había golpeado tan fuerte como para matarlo, ¿no?

En lo que parecieron interminables horas, el humano abrió lentamente los ojos soltando un débil quejido a la vez que se acariciaba la cabeza. Alzó la cabeza y nada mas verla abrió los ojos como platos.

-¡Fuiste tú la que me golpeó!

-Sí, fui yo -admitió con voz tranquila.

-¿Y qué te hice yo ahora? ¿Acaso la calle también es tuya?

-No necesito de un lugar donde solo muere naturaleza como esta.

Él la miró raro.

-Entonces, ¿qué demonios quieres?

-Quería disculparme contigo por lo de hace unos días.

- ¿En serio? Pues bien empiezas, golpeándome y dejándome sin conocimiento. Tienes una forma muy curiosa de disculparte.

Leire frunció un poco el ceño.

-No es culpa mía si no me escuchaste.

-¡Ni mía que hables tan bajo!

-¿Y qué quieres que haga? ¿Que alce la voz y me muestre ante los demás humanos?

Eso lo sorprendió.

-No sé a que viene esa obsesión tuya con esconderte. Además, ¿por qué hablas de los humanos como si tú no fueras...?

La voz de su padre gritando su nombre la hizo reaccionar e hizo lo que nunca pensó hacer en su vida. Empujó a aquel humano haciéndolo esconderse entre la vegetación y cuando fue a gritarle lo silenció colocando un dedo en sus labios.

-¡Leire! ¿Por qué has salido de la cueva?

-Fui a pasear, padre.

-Te dije muchas veces que no te alejes tanto ni salgas sin mi permiso. Esta zona está muy cerca de los humanos. ¿Acaso quieres que te pase algo malo?

-Lamento haberte preocupado, padre.

Él suspiró y se llevó a Leire de vuelta a casa. Inconscientemente, ella volteó a ver al humano que ahora se incorporaba un poco entre los arbustos, mirándola con una expresión que no pudo descifrar.

Las cosas iban bien. Por ahora.

Mi Guardián #1 EncuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora