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Leire esperaba en el mismo lago donde se había encontrado tanto con Kaled los últimos meses, pero él tampoco daba la sensación de venir hoy. Se frotó los brazos ante la pequeña brisa helada que le recorrió la columna vertebral provocándole un fuerte escalofrío. El invierno se acercaba poco a poco, pero ella no era consciente de cuánto pasaría antes de que llegase la primavera y, con ella, su tan esperado cumpleaños. Cerró los ojos pensando en como sería aquel cumpleaños. Quizás no fuese tan triste como los anteriores. Quizás, sólo quizás, podría disfrutar de su cumpleaños junto a Kaled. Por primera vez, sintió que aquello era lo que más deseaba, por encima de disfrutarlo junto a su padre, el cual nunca estuvo presente mas de cinco minutos en sus cumpleaños. Todos los años lo celebraba sola en su habitación pensando que el siguiente sería diferente, que de seguro en su próximo cumpleaños su padre le haría compañía y le sonreiría como tanto ansiaba.

¿Por qué ella no recibía el cariño que los padres le daban a sus hijos? ¿Por qué ella no podía recibir un abrazo de él por una vez en su vida? ¿Tanto estaría pidiendo?

Su mirada se apagó por la tristeza y se incorporó dispuesta a irse para volver a casa, porque era consciente que Kaled ya no volvería, que ya habían sido varios meses los que pasaron desde que él desapareció sin dejar rastro. Él ya no regresaría con ella, y con tristeza debía aceptarlo, que por mucho que lo desease, nunca podría tenerlo para siempre a su lado.

Echó a andar con los ojos clavados en los dedos de sus pies, pensando que igual debería ir a por su bolsa y recoger algo de comida para no perder mucho tiempo en soledad.

-¡Leire!

Aquella voz la obligó a girarse sorprendida. Ante sus ojos, con la respiración agitada y un abrigo marrón que le llegaba casi a las rodillas, estaba él mirándola con alivio. Mostró una de esas sonrisas que tanta calma y felicidad le otorgaba.

-Ya estoy de vuelta.

Leire no lo pensó ni un segundo más.

-Idiota...¿Dónde has estado todo este tiempo?-Cortó cualquier tipo de distancia y corrió hacia él; no pensó en lo que hacía, sólo le abrazó, aferrándose con fuerza a él para que aquello durase un poco más.

Kaled al principio se tensó un poco ante el repentino abrazo pero, poco a poco, dejó de poner resistencia y también la rodeó con sus brazos. Permanecieron así, en silencio, sin necesidad de decir nada para romperlo, puesto que no resultaba incómodo. Leire cerró los ojos al sentir como la calidez de aquel humano la rodeaba y, por primera vez, pudo decir que se sentía como en casa.

Después de aquel momento tan emotivo por parte de Leire hacia Kaled, ambos fueron a pasear por el bosque en completo silencio. Tomaron las distancias correctas, ya que aunque aquel abrazo no había sido incómodo, sí lo era la cercanía después de lo que había pasado. Leire miró el paisaje que la bella naturaleza le mostraba y Kaled la observaba en silencio. Él mismo desearía poder expresar lo que tanto miedo le daba, contarle el motivo que lo llevó a alejarse de ella durante tantos meses, pero no sabía de qué forma iba a comenzar algo así, puesto que ella misma le temería tras sus palabras o lo tacharía de lunático. Cerró los ojos con profunda tristeza y siguió avanzando con mayor rapidez hacia el campo abierto que se mostraba mas adelante. Leire, al verlo, soltó una exclamación maravillada y echó a correr por la hierba extendiendo sus brazos al aire. El humano la envidiaba, ella mostraba una expresión de profunda libertad, una que Kaled siempre había ansiado pero que su condición se lo impedía.

Reaccionó cuando Leire volvió para agarrar su mano y hacerlo correr con ella cuesta hacia abajo. Ambos terminaron cayendo al suelo y rodando por la hierba hasta el final de la cuesta. Los dos rieron con fuerza y Kaled sintió como su estómago empezaba a doler de tanto reírse. Miró a Leire y vió que de tanto reír, unas diminutas lágrimas habían salido de sus ojos. Él se apresuro a limpiarlas con su mano, provocando que ella dejara de reír y le mirase. Sus ojos se conectaron, no eran capaces de usar palabras en aquel momento y Kaled aprovechó para acariciar la suave mejilla de la joven.

Leire por otra parte se sentía avergonzada a causa del momento que ahora estaba viviendo con Kaled. Las caricias de él en su rostro la hacían comprender que realmente estaba allí, que no eran producto de un sueño. Poco a poco, las distancias se fueron acortando y Leire se obligó a cerrar los ojos algo ruborizada, esperando algo que ella misma conocía, pero su cuerpo reaccionaba por su solo.

Sin embargo, aunque Kaled estaba a un solo milímetro de tocar aquellos dulces labios, cambió sus movimiento y apoyó su frente con la de Leire, para susurrar débilmente y con la voz más atormentada que había mostrado jamás a cualquier otra persona:

-Leire, he matado a una persona hace unos meses. Yo... No soy un humano.

Mi Guardián #1 EncuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora