Capítulo 5°

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Hombre misterioso.

Ahí estaba yo, escondida como una delincuente mientras escuchaba las ingeniosas historias de terror de aquel sujeto. Me asomé un par de veces para ver quién era el extraño vecino que subía de madrugada a contar historias de terror frente a una cámara, me pareció conocida esa gabardina pero no miré más por miedo a ser descubierta. 

Las historias fueron geniales y la tensión se cortaba cuando él se equivocaba, maldecía al aire y volvía a grabar la parte que erraba, era gracioso. Cuando al fin bajó esperé unos minutos más para no ser descubierta y bajé yo también al apartamento, iban a ser las tres de la mañana y moría de sueño. Cuando entré no me importó nada, ni siquiera la oscuridad en mi camino, yo solo quería mi cama y descansar.

Un impulso dentro de mí me levantó, era de día, miré la hora "7:40 am" marcaba mi teléfono.

—¡Demonios, tengo filosofía a las 8:10! —grité para espabilarme. 

Me levanté de golpe y empecé a vestirme, me di un baño rápido (pero de verdad muy rápido), y estuve lista en un santiamén. Es una ventaja que todas las noches deje escogida la ropa que usaré al día siguiente.

Ya estaba desesperada de por sí y todo empeoró cuando miré la hora en mi teléfono móvil.

8:01am 

—¡Carajo! No voy a llegar —me dije muerta de preocupación. 

No quise mirar de nuevo la hora en todo el camino, afortunadamente al salir del edificio un taxi dejaba pasaje y lo tomé enseguida. Entré corriendo a la universidad y al aula, deseando que aún estuviese a tiempo. En lo que llegaba a mi edificio teclee un par de mensajes a Colette y me avisó que el profesor ya había llegado pero que había salido un momento.

Esa era mi oportunidad, si quería entrar antes de él sin que se diera cuenta, debía correr. Estaba a punto, la puerta estaba junto a las escaleras, solo debía terminar de subirlas, no tenía  pensado frenar en ningún momento hasta no estar dentro del aula, por eso me fue imposible frenar cuando llegué al final de las escaleras y se atravesó en mi camino. 


Chocamos irremediablemente.

—Llega tarde señorita Anderson —atinó a decir mi profesor sacudiendo su pantalón, cuando chocamos caímos al piso, aunque en el proceso él trató de evitarlo con una ágil maniobra, di un mal paso y los dos caímos.

—Lo sé —me levanté del piso sola—, lo siento muchísimo, no volverá a pasar —contesté suplicante y haciendo ojos de cachorrito.

—Hace exactamente 23 minutos que empezó la clase, no puedo permitirte pasar. 

Lo miré incrédula.

—Profesor si usted me permite explicarle yo...

—Lo lamento, son mis reglas, es mi clase —dijo sin mirarme y entró al aula ignorándome olímpicamente.

¿Pero qué demonios le pasa? Me fui a la cafetería echando fuego por los ojos, este maestrito lo que tiene de guapo, lo tiene de sangrón.


—Mataría por haber visto tu cara cuando te pidió que te fueras —Collette estalló en risas.

—Ya dale Colette, no seas tan cansona con eso —me defendió Briana.

—Bueno, ustedes que le conocen ¿es tan estricto como me demostró?

—Lo es y mucho, le gusta el silencio, el respeto, la pulcritud y originalidad en los estudiantes.

—¡Ay no! De haber sabido mejor me quedo con mi profesora de filosofía —se quejó mi amiga pelirroja.

—¿De qué hablas Briana?

—Pasa que mi clase de Filosofía choca con la reorganización de mi horario y ahora estaré en la de ustedes, pero de haber sabido lo del profe me quedaba con la mía que se ve lindísima y amable la señora.

—¿Y porque reorganizaste tu horario? —quiso saber César.

—No fue por mí, el sistema me colocó mal dos clases que las tenía al mismo tiempo el miércoles y viernes, por eso hubo una reorganización —aclaró la muchacha restando importancia al asunto.

—¿En serio estarás ahora con nosotras?

—¡Sí, a partir de la próxima semana!

Las tres chillamos de emoción mientras nuestro amigo César nos miraba como algo radiactivo. 

El resto de mi día transcurrió normal, por la noche no tuve inconvenientes y pude dormir tranquila gracias a que he llevado mi tratamiento en tiempo y forma.


Mi primer bimestre en Buenos Aires se fue volando; clases, salidas, tareas, soledad, medicación, desvelos, un cóctel de todo eso había formado parte de mis primeros sesenta días. A pesar de ser puntual en la toma de mis medicamentos, algunas noches no puedo controlar la ansiedad y las voces, en momentos así subo a la terraza para mirar el cielo y acallar mis pensamientos mirando el infinito en las estrellas, también, de vez en cuando coincido con el vecino de las historias siniestras, con el tiempo me di cuenta que siempre estaba ahí los lunes a la una de la madrugada y adrede subía solo para escucharlo, tuviese o no la necesidad de mirar las estrellas.

Iban a ser las dos de la mañana y volví a revisar mi teléfono, era lunes, no había duda, si el vecino misterioso no había subido, tal vez no lo haría ya, así que mejor me levanté dispuesta a irme.

Al abrir la puerta de la azotea para bajar las escaleras, me encontré con él, me miró de arriba a abajo y me sentí avergonzada, mi pijama eran unas pantuflas de dinosaurio, un pantalón de reptar y un suéter del mismo color de mis pantuflas. 

Me fijé bien y recordé haberlo visto una vez en el edificio el primer día que llegué, él me ayudó a recoger las bolsas que se me habían caído. Llevaba el mismo vestuario, gafas oscuras, sombrero y gabardina negra, santo Dios, qué hombre tan extraño.

Admito que me quedé embobada sin hacer nada por un buen rato y sentí entrar en pánico hasta que él rompió el incómodo silencio.

—¿Te cansaste de esperarme? —sonó jocoso. 

¿Acaso sabía que yo era su espectadora? Y siendo así, ¿desde cuándo lo sabía?, ¿porque no me dijo nada? No sabía qué contestar ni cómo reaccionar a esa pregunta.

—Es una lástima que tengas poco aguante —dijo ésta vez con un tono cínico y sonriendo a medias.

Ugh, qué imbécil.

—Disculpe, no sé de qué me habla —me hice la tonta—. Con permiso —quise avanzar pero uno de sus brazos me lo impidió.

—Hace ya mucho tiempo que lo sé. Subes a escucharme grabar las historias.

Abrí la boca para decir algo pero la volví a cerrar luego de no poder formular palabra alguna.

—Y si fuera cierto, ¿tiene algo de malo? —suspiré—, la primera vez fue de casualidad y las que vinieron después fueron porque me gustaron las historias. Lamento mucho si le molesté en algo.

—Había planeado atraparte pronto pero te adelantaste. 

Mis ojos se abrieron de sorpresa.

—Y no tiene nada de malo pero no deberías desvelarte escuchándo si no tienes la suficiente fuerza mental para despertar temprano al día siguiente.

—¿Cómo?

—No grabo las historias para conservarlas... —ignoró mi comentario—, las subo a internet. 

Al decir aquello último me mostró su cámara. Tenía el presentimiento de que era así, pero no estaba del todo segura, ahora que me lo ha confirmado lo siento menos raro que antes.

Ahora solo me falta saber si va vestido así por la vida o es sólo un personaje.


...

Amor Perturbador. [Dross]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora