Un Momento De Embriaguez

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Capítulo VII y VIII
Así, pues, se verificaba en tan singulares condiciones un fenómeno curioso y extraño,


pero no menos lógico y perfectamente explicable. Todo objeto lanzado a la parte


exterior del proyectil tenía que seguir la misma trayectoria y no detenerse sino con él.


Esto dio motivo a una conversación que no concluyó en toda la noche. Por otra parte, la


emoción de los viajeros iba en aumento a medida que se acercaban al término del viaje.


Esperaban lo imprevisto, fenómenos enteramente nuevos y nada les hubiera sorprendido


en la disposición de ánimo en que se hallaban. Su imaginación sobreexcitada se


adelantaba al proyectil, cuya velocidad disminuía notablemente sin que ellos lo


advirtieran. Pero la Luna crecía ante sus ojos, y creían que les bastaba alargar la mano


para cogerla.


Al día siguiente, 5 de diciembre, estaban los tres en pie a las cinco de la mañana. Aquel


día debía ser el último de su viaje, si no fallaban los cálculos. Aquella misma noche, a


las doce, o sea dieciocho horas después, en el momento mismo del plenilunio, debían


llegar a tocar el disco resplandeciente del satélite de la Tierra, tocando a su término el


viaje más extraordinario de los tiempos modernos. Por lo tanto, desde la mañana, y a


través de las lumbreras plateadas con sus rayos, saludaron al astro de la noche con una


aclamación de alegría y confianza.


La Luna marchaba majestuosamente por el firmamento estrellado, faltándole ya muy


pocos grados que recorrer para llegar al punto preciso del espacio en que debía


encontrarla el proyectil. Según sus propias observaciones, Barbicane calculó que la


alcanzaría por su hemisferio boreal, donde se extienden llanuras inmensas y escasean


las montañas. Circunstancia favorable si, como sospechaba, la atmósfera lunar se


hallaba acumulada en las partes bajas.


-Además -añadió Miguel Ardán-, una llanura es un sitio de desembarco mucho


más a propósito que una montaña, Un selenita que al llegar a la Tierra encontrara la


cumbre del Montblanc o del Himalaya podría decirse que no había llegado.


-Además -añadió el capitán Nicholl- en terreno llano, el proyectil quedará inmóvil


en cuanto llegue en cambio en una pendiente, rodaría como un alud, y como nosotros no


somos ardillas, dudo que saliéramos sanos y salvos. De manera que todo va a pedir de


boca.


En efecto, no parecía dudoso el éxito de la audaz tentativa; sin embargo, una reflexión


preocupaba a Barbicane, quien no obstante, la calló, para no inquietar a sus compañeros.


La dirección del proyectil hacia el hemisferio Norte de la Luna probaba que su


trayectoria había sufrido cierta modificación. El tiro, matemáticamente calculado, debía

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