Paisajes Lunares

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Capítulo XII
A las dos y media de la mañana, el proyectil se encontraba a la altura del trigésimo


paralelo lunar y a una distancia efectiva de 1,000 kilómetros, reducida a 10 por los


instrumentos de óptica. Seguía pareciendo imposible que llegase a tocar en ningún


punto del disco; y su velocidad de traslación relativamente mediana, era explicable para


el presidente Barbicane; por que a la distancia en que se hallaba de la Luna debía haber


sido considerable para neutralizar la fuerza de la atracción. Había, pues, un fenómeno


que no acertaba a explicarse y, además faltaba tiempo para indagar la causa. La


superficie lunar pasaba rápidamente a la vista de los viajeros, que no querían perder ni


el menor detalle.


El disco se presentaba, pues, en los anteojos, a la distancia de dos leguas y media. Un


aeronauta, transportado a esta distancia de la Tierra, ¿qué distinguía en su superficie?


Nadie puede decirlo, ya que las mayores ascensiones han pasado de ocho mil metros.


Veamos, sin embargo, una descripción exacta de lo que Barbicane y sus compañeros


veían desde aquella altura. En primer lugar veían en el disco manchas extensas de


colores variados. Los selenógrafos no están acordes, acerca de la naturaleza de estas


coloraciones que son perfectamente distintas unas de otras. Julio Schmidt supone que si


los océanos terrestres quedasen secos, un observador selenita no distinguiría sobre el


globo, entre los océanos y las llanuras continentales, matices tan diversos como los que


se manifiestan en la Luna a un observador terrestre. Según él, el color común de las


extensas llanuras conocidas con el nombre de "mares", es el gris oscuro mezclado con


verde o pardo. Algunos grandes cráteres tienen también esta coloración tan especial.


Barbicane conocía esta opinión del selenógrafo alemán, opinión de que participaban


Beer y Moedler; y pudo convencerse de que la observación les daba la razón contra


ciertos astrónomos que no admiten sino el color gris en la superficie de la Luna. En


ciertos espacios resaltaba con viveza el color verde, tal como resulta, según julio


Schmidt, en los mares de la Serenidad y de los Humores. Barbicane observó asimismo


ambos cráteres, desprovistos de conos exteriores, que despedían un color azulado,


análogo a los reflejos de una plancha de acero recién pulimentada. Estas coloraciones


pertenecían efectivamente, al disco lunar, y no procedían, como han supuesto algunos


astrónomos, de la interposición de la atmósfera terrestre. Para Barbicane, no había duda


en este punto. Observaba a través del vacío y no podía cometer error alguno de óptica;


así, consideró el hecho de las diversas coloraciones como conquista definitiva de la

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