Capítulo XXII
Sabían con toda exactitud el sitio en que el proyectil se había sepultado en las aguas;
pero faltaban instrumentos para cogerlo y sacarlo a la superficie; era preciso inventarlos
y fabricarlos luego. Mas los ingenieros americanos no se apuraban por tan poca cosa.
Una vez colocados los garfios, y ayudados por el vapor, estaban seguros de levantar el
proyectil, a pesar de su peso, que, por lo demás, debía de ser menor, por la densidad del
líquido en que se hallaba sumergido. Pero no bastaba pescar el proyectil, sino que había
que hacerlo pronto, en interés de los viajeros. Nadie dudaba de que todavía estaban
vivos.
-Sí -repetía sin cesar J. T. Maston, cuya confianza animaba a todo el mundo-,
nuestros amigos son hombres de talento, y no pueden haber caído como tontos. Están
vivos y muy vivos; y, por lo tanto, hay que darse prisa, para encontrarlos en este estado.
¡No se preocupen por los víveres ni por el agua; porque de ambas cosas llevan para
mucho tiempo! ¡Pero el aire, el aire! ¡Eso es lo que va a faltarles, y por lo tanto hay que
apresurarse!
Y se apresuraron, en efecto. La Susquehanna se aprestaba para su nuevo destino. Se
dispusieron sus máquinas para maniobrar con las cadenas del tiro. El proyectil de
aluminio no pesaba más de 19,230 libras, peso mucho menos que el del cable
trasatlántico, que fue levantado del mismo modo. La única dificultad era la forma
cilindro-cónica del proyectil, que le hacía difícil de sujetar.
Para obviar este inconveniente, el ingeniero Murchison corrió a San Francisco, mandó
construir garfios enormes de un sistema automático, que, una vez sujeto al proyectil
entre sus enormes tenazas, no le soltaría más. Mandó preparar asimismo escafandras,
que bajo la cubierta impermeable y resistente, permitían a los buzos reconocer el fondo
del mar, y embarcó también a bordo de la Susquehanna aparatos de aire comprimido,
muy ingeniosamente dispuestos. Eran camarotes con lumbreras, y que el agua,
introducida en ciertos compartimientos, podía arrastrar a grandes profundidades. Estos
aparatos existían en San Francisco, donde habían ido para la, construcción de un dique
submarino; y era una fortuna, porque no, hubiera habido tiempo para construirlos.
No obstante, a pesar de la perfección de aquellos aparatos y del talento de los sabios
que habían de usarlos, el éxito de la operación no era muy seguro, ni con mucho.
¡Cuántas eventualidades, desconocidas, puesto que se trataba de buscar el proyectil a
veinte mil pies bajo el agua! Además, aun en el caso de que pudiera sacársele a la
superficie, ¿cómo habían podido los viajeros soportar el golpe que, sin duda, los veinte
mil pies de agua no habrían podido amortiguar?
ESTÁS LEYENDO
Alrededor De La Luna
ClassicsSecuela de la novela de julio Verne : de la tierra a la Luna