Consecuencia De Una Desviación

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Capítulo IX
Ya estaba tranquilo Barbicane, si no por el éxito del viaje, a lo menos por la fuerza


impulsiva del proyectil. Su velocidad virtual le arrastraba más allá de la línea neutral;


por consiguiente, ni volvía a la Tierra, ni se quedaba inmóvil en el punto de atracción.


Una sola hipótesis faltaba realizar: la llegada del proyectil a su blanco, bajo la acción de


la atracción lunar.


En realidad era una caída de 8,296 leguas sobre un astro en que seguramente la


gravedad no es sino la sexta parte de la Tierra, sin embargo, una caída formidable,


contra la cual convenía tomar toda clase de precauciones.


Estas precauciones podían ser de dos clases: unas debían amortiguar el golpe en el


momento en que el proyectil tocase el suelo lunar; y las otras habían de retardar su


caída, haciéndola, por consiguiente, menos violenta.


Era una lástima que Barbicane no hubiera podido emplear para amortiguar el golpe los


medios que tan bien habían atenuado el choque de salida, es decir, el agua empleada


como muelle, y los tabiques movibles. Los tabiques resistían, pero faltaba el agua, ya


que no se podía emplear en aquella mole la que quedaba, ya que era indispensable para


el caso que les faltase en los primeros días de estancia en el suelo lunar.


Es más, aquel repuesto habría sido insuficiente para servir de muelle; porque la capa de


agua encerrada en el proyectil al tiempo de su partida y en que descansaba el disco


impermeable, no ocupaba menos de tres pies de altura en una superficie de cincuenta


pies cuadrados; medía seis metros cúbicos de volumen y pesaba cinco mil setecientos


cincuenta kilogramos; mientras que los recipientes no contenían ni la quinta parte. Por


consiguiente, había que renunciar a este medio de amortiguar el choque de llegada.


Por fortuna, Barbicane, no contento con emplear el agua, había provisto al disco


movible de topes de muelle destinados a debilitar el choque contra el fondo cuando


desaparecieron los tabiques horizontales. Estos topes existían todavía, y bastaba apretarlos y colocar en su sitio el disco movible. Todas aquellas piezas, fáciles de


manejar, porque su peso era apenas sensible, podían volver a montarse rápidamente.


Así se hizo; las diversas piezas se reunieron sin dificultad por medio de pasadores y


tuercas. En un momento se halló el disco descansando en sus topes de acero, como una


mesa en sus pies. La colocación del disco tenía un inconveniente, que era el quedar


cubierto el disco inferior, con lo cual los viajeros se veían en la imposibilidad de


observar la Luna por aquella obertura, cuando fueran precipitados perpendicularmente


hacia ella. Pero tenían que resignarse; además, por las aberturas laterales también se


podían examinar en gran parte las vastas regiones lunares como se ve en la Tierra desde

Alrededor De La LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora