Treinta y dos.

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Mírame a mí sin ti y dime que no es triste. Que no es triste este paisaje segundos después de escuchar que te ibas. Que no volvería a ver esa sonrisa de ángel. Que no volvería a escuchar esa voz tan relajante como el mar. Desde entonces los noviembres próximos me resultaron tan fríos que me hacían añorar tus brazos, pero a quién quiero engañar, si añorar no sirve de nada si la única persona capaz de quitarte la nostalgia es la misma que te la puso cuando dejó los papeles en blanco y la cama fría con su ausencia.

Ahora pasas de largo como si nunca te hubieses detenido en mi avenida, en mi vida, en mi estación y parada favorita. Como si nunca me hubieses hecho una cicatriz con tu nombre al lado izquierdo del pecho.

Heridor dícese de aquel que hiere, pero no mata. Aunque lo que no te mata, de alguna u otra forma, lo hace.

Ojalá nunca me restriegues en la cara lo mucho que gasté en quererte, lo mucho que daba yo por ti y tú jamás supiste verlo, mucho menos valorarlo.

Te recuerdo como esa chica que,
tantísimo frío llevaba en las entrañas,
sacaba lo mejor de sí misma en cada paso,
en cada baile,
en cada huracán,
en cada pista,
en cada autopista,
que despistaba a los transeúntes
con su sonrisa y no se detenía
así su canción favorita ya no sonara en la radio.

Mira si este panorama no es triste sin ti, que la cama sigue tal cual la dejaste: con ese agujero insustituible. Las cosas siguen igual por aquí, supongo que eres tú quien ha cambiado. O tal vez he sido yo. O con suerte, hemos cambiado los dos. Pero las últimas dos teorías quedan descartadas, porque siento que no he sido yo quien ha cambiado su forma de ver al otro, porque siento que no he sido yo quien ha marchitado las ilusiones del otro, porque no fui yo quien bajó las escaleras como si estuviese escapando de la vida.

Mi refugio favorito siempre fuiste tú, ahora representas la antesala de mi soledad.

Dicen que me estoy volviendo loco,
que escucho muchas canciones tristes
y que no he despolvado la sonrisa desde aquel día.
Tú sabes de cuál hablo, sí, de ese exactamente.
No suelo recordar fechas,
pero hay fechas que te recuerdan a ti.
Pase el tiempo que pase.

La locura no es un estado transitorio,
es un efecto colateral de la nostalgia.
Muchos son los locos tristes.
Y ahora soy uno de ellos.
Un triste que lleva su locura en el sentimentalismo
de añorar el fuego que lo convirtió,
un noviembre, en cenizas.


Benjamín Griss.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora