Cuarenta y ocho.

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Soy todas las idas y venidas, las avenidas en las que me detuve a esperarte, los semáforos en rojo que crucé, las plazas en las que icé mi bandera para que nadie la quemara. De lo contrario, significaría mi caída.

Soy todas las experiencias que destruyeron mi alma y mi corazón que a tientas se mantenía.

Soy todos los momentos que hicieron un antes y un después en este colapso de vida.

Soy ese tornado que lo acaba con todo. Incluyéndome.

Perdóname si te lastimé, pero es que los seres humanos somos seres inconscientes: lastimamos sin querer, nos enamoramos sin querer, cogemos la piedra, la abrazamos y la lanzamos fuera del camino. Todo y sin darnos cuenta. Somos los seres que reímos segundos antes de enfrentar lo que posiblemente sea la noche más dura de nuestra vida. Y reímos cuando los demás miran y cuando no lo hacen, es entonces cuando la noche sabe fatal. Nadie sabe del derrumbe interno que conlleva sonreír por costumbre. Ojalá algún día sonriamos por dentro. Y que ya no importe si estamos tristes físicamente.

Y es que yo siempre he sido el chico de las primaveras marchitas, el de las sonrisa de no sé si reír o llorar, el de la voz rota. El que acaba huyendo cuando ve que se asoma el yo feliz.

Soy todas las personas que quemé, los recuerdos a los que me até, las fotografías que enmarqué, las palabras que el viento se lleva y que, en realidad, no van a ninguna parte. Sino a las entrañas, a enterrarse por sí solas y cargar con ellas por el resto de nuestros días dentro. Y sentir esa sensación de que hemos callado toda la vida y que a las palabras, muchas veces, también se les hace demasiado tarde. Y acaban de igual de muertas que uno.

Poco se habla de que somos un cementerio para todas las cosas a las que nos hemos aferrado y no dejamos ir. Y que las retenemos, aunque ya hayan caducado hace tanto.

Espero que sepas que hay personas que sólo suceden una vez y presiento que esta vez soy yo quien se va para siempre, como pasan algunos trenes: arrollando, sin tiempo, sin salida y sin freno.

Me recordarás como aquel que se tiró a las vías del tren para salvarte, suicida.

Así como soy, también seré tu blues más triste que escucharás, la cerveza que no te sabrá a nada sino a desolación, el atardecer que te destrozará al echarme de menos, la colonia que se infiltrará en tus pulmones y te quedarás sin oxígeno, el otro lado de la cama que compartirás con la soledad y la invitarás a una noche de recuerdos. Y de risas que añoran lo que jamás volverá.

Debes entender que, casi siempre, es un instante lo que nos lleva a visitar la vida pasada junto a alguien que ya sólo quedan de él un cúmulo de fotografías grisáceas y queda la satisfacción de que algo hemos hecho bien después de todo.— Benjamín Griss

Benjamín Griss.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora