Treinta y tres.

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Es mejor dejar solo a quien necesita estar un tiempo consigo mismo. Inmerso en su propio universo, descubriendo cada una de las razones que lo llevaron a orillas del abismo y a encontrar, por fin, el motivo que le obligó a irse, porque por dentro sentía que no merecía tanto incendio, que merecía más amaneceres en paz, que atardeceres en guerra. Y esperó a que la tormenta de su vida lo calara a través de alguien, supongo que esa es la forma que tienen algunos amores de decirte: lo que tú ya sabes es que te voy a hacer daño, pero, joder, quiéreme, porque gastaré seis de mis siete vidas en amarte y utilizaré la última en una idea tan suicida como lo es recordar a alguien con quien has gastado tus seis vidas anteriores.

Me gustaría creer que algunas cosas son para siempre.
Me gustaría saber que tú serás para siempre,
que serás mi amuleto de la buena suerte
y también el 13 de mi martes,
que la muerte jamás vendrá de visita
y que bailarás conmigo, aunque no haya tormenta.

Estos son los restos fósiles de quien, un día, le descubrí cada uno de sus miedos, empezando por los más grandes y terminando por los inmensos, porque no hay miedos pequeños. Y de ahí surge la teoría de que los seres humanos somos miedos, soledad, ira, desesperación y ansiedad. Somos eso que nos ata y nos desata en un parpadeo, eso que amamos y que odiamos en un abrir y cerrar de corazón, eso que brilla y que llueve a veces por las noches en nuestra habitación. Somos el echar de menos de alguien que jamás volverá. De alguien que se lo ha llevado el viento. Y presiento que nos dolerá cuando ese alguien no nos reconozca en un cruce de miradas e intente apartar la vista de los ojos que lo vieron en sus peores momentos.

Todo lo que viene pisándote los pies, un día se va pisándote la vida. Dejándola sin ánimos de volver a bailar. Y qué bonito es que vengas ahora tú y me digas: mira, tal vez no seré para siempre, pero voy a intentarlo.

Y entonces, todo va mal.

Vienes,
me marcas
y te vas.
Vienes,
me sonríes
y te vas.

Me has dejado bailando solo nuestra canción.

A veces se me olvida que el olvido es una habitación translúcida. No borras del todo a alguien, hay partículas que dan fe de que existió en un determinado momento: hay huellas, marcas, películas, canciones, lugares, citas de libros, olores, fechas, épocas, aromas y personas que te recuerdan a ese alguien. Casi siempre es un escalofrío quien acompaña al recuerdo. Y acto seguido, ya sea una lágrima como el más triste de los inviernos o una sonrisa como el más espléndido de los veranos.


Benjamín Griss.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora