CAPÍTULO 4. "La vieja estación"

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El vaho de la ducha empañaba el espejo enturbiando la realidad.

Las masculinas manos de Diego se abríeron paso por la  mojada superficie reflejando su rostro cansado.

Mientras se aplicaba el aftershave,observó las pronunciadas bolsas bajo sus ojos de color avellana.
Por su trabajo estaba acostumbrado a dormir poco pero, ese no había sido el motivo de su insomnio.

Desde que había vuelto a verla  había sido imposible pegar ojo.
Llevaba dos noches  atacado por los recuerdos  que volvían al detalle como una película interminable y  cuya única protagonista era Lucia, su morenita de ojos grises.

Una triste sonrisa de añoranza se reflejó en sus facciones al pensar en ella. Los recuerdos de aquel primer beso acapararon toda su atención.

            

                                

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Diego paseaba la mirada por los corredores vacíos y destartalados de la vieja estación de autobuses mientras los demás corrían de un lado a otro jugando .
Resopló con frustración sin todavía creerse que estaba allí apoyado sobre la mugrienta pared sin ganas de nada, solo de verla y ella ni se había dignado a aparecer.

Los rayos del sol se filtraron de repente por la amplia puerta y se volvió al momento para ver a la chica que había robado su calma entrar bañada con el anaranjado sol del atardecer.
Ella miraba curiosa buscando a su alrededor y sus ojos tropezaron con los del impaciente chico.
Sonrió al instante,  pero bajó a continuación la mirada hacia sus "converse" muerta de vergüenza.

La esperanza lo golpeó al pensar que sí era posible que ella  estuviera interesada en él.

— De hoy no pasa que le diga algo — pensó mientras caminaba hacia ella sorteando a aquellos capullos que corrían persiguiéndose unos a otros en aquel nuevo juego de esconde-pilla.

— Llegas tarde morenita — le dijo picándola para que dejase de mirar sus botas y le regalase su encendida mirada.

— ¿Tarde para que, si se puede saber? —le contestó ella desafiante.

— Para jugar en parejas — y la comisura de la boca de Diego  se elevó en una mueca sarcástica al observarla. — Nos falta uno, y esa eres tú —.

— Yo no quiero.....

Pero no la dejó acabar.

Cogiéndola de la mano, tiró de ella hacia el centro del vestíbulo.

La suavidad de sus dedos al cerrarse entre los de él le propinaron un escalofrío.

— Vale ya estamos todos — continuó éste ahora gritando al resto de compañeros  —  ¡¡contando hasta cincuenta ya!! —  .

LABIOS DE FRESA (Corrigiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora