· 2 - Mi nombre es Brave

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Faith Di Constanzo

Durante todo el trayecto trato de conducir lo más tranquila que puedo, teniendo en cuenta el hecho de que tengo a una especie de fugitivo en mi coche, y teniendo en cuenta el hecho de que nos están siguiendo dos hombres que no conozco, pero quieren matar al chico que tengo a mi lado.

Él no parece asustado, no es esa la palabra. Está alarmado, como si esperara el peligro a cada momento, pero no le asusta. No reacciona, es como si no tuviera emoción alguna, aunque está tranquilo sobre su sitio y no despega la mano derecha de la herida que tiene en el brazo. Esa herida no tiene buena pinta.

De un momento a otro él gira su perfil para mirarme, y sonríe cuando se da cuenta de que estoy observándole de reojo. Avergonzada, me revuelvo en mi asiento y me aclaro la garganta, volviendo a fijar la vista en la oscura carretera. Lo único que quiero es que se baje del coche y olvidar que esto ha pasado. 

Deja de mirarme y se pone a mirar por la parte trasera del coche, supongo que tratando de ver si hay algún vehículo detrás de nosotros. Pero no hay nadie, estamos solos en medio de la carretera y, sí, sigue lloviendo.

No sé si entablar conversación con él, pero debería hacerle varias preguntas.

Me armo de valor para girarme y mirarle directamente a los ojos, pero en el momento en el que decido abrir la boca, algo me impide hablar. Y es él: es demasiado intimidante, sus ojos en un tono verdoso y una mirada fría están puestos en mí. Tiene el semblante serio y me está observando como si no fuera de su agrado.

Mis ojos miran los suyos, pero en su mirada no puedo describir absolutamente nada porque a pesar del apreciativo color de sus ojos, no transmiten ni una pizca de emoción al mirarme. Lo único que transmiten esos ojos son miedo, casi hasta podría jurar que sus ojos son aquellos de los que con una sola mirada pueden llegar hasta matarte.

—Deberías darme las gracias, ¿no crees? —mascullo, rompiendo ese incómodo silencio de una vez por todas.

Toda su atención se centra en mi perfil una vez vuelvo a mirar hacia el frente, pero en realidad yo también lo estoy mirando de reojo. Puedo ver como arquea una ceja, como si estuviera sorprendido de que me haya atrevido a hablarle. 

Así que se gira y mira por la ventanilla. Me está ignorando. 

Una sensación de decepción me recorre por todo el cuerpo, pensando en que estoy quedando como una imbécil delante de un chico como él. Seguramente esté pensando que soy estúpida por intentar llamar su atención, y estará esperando a que acabe el maldito trayecto para marcharse de vuelta a su vida de fugitivo.

—¿Por qué? —me pregunta, pero parece que se esté burlando por el tono en el que me lo dice.

Me echo a reír—. ¿De verdad lo preguntas? —lo miro un segundo y luego vuelvo a mirar la carretera: —Estoy llevándote en mi coche y prácticamente te he salvado la vida.

—No tenías que hacerlo —contesta en un tono seco y desagradable, observando la lluvia desde la ventanilla—, de hecho, fuiste tú la que salió del coche porque casi me atropellas. Deberías darme las gracias tú a mí por haberte salvado la vida —se revuelve en su sitio y ésta vez si se detiene a mirarme—, si yo no hubiera aparecido en medio de la carretera, con una herida en el brazo y advirtiéndote que corrieras, quizás los disparos hubieran acabado puestos en ti y ahora estarías muerta.

Solo de escuchar lo que dice me estremezco, ¿cómo puede decirme todo eso de una manera tan fría?

—Por suerte, yo llevaba el coche —me animo a decir, y él se echa a reír.

—Vale, en eso tienes razón.

Aunque a mí no me hace gracia, pero tampoco puedo decir nada. Una infinidad de preguntas se asoman por mi mente, y ni siquiera sé cómo empezar y mucho menos como emplearlas. ¿Por qué estaba huyendo?, ¿quién es?, ¿por qué querían matarlo si parece un chico corriente de mi edad?

Black Roses ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora