Faith Di Constanzo
Después de que Dante se marchara intenté aguantar despierta hasta que Brave llegara y así poder acosarle con una infinidad de dudas que me estaban taladrando la cabeza. Pero no fue así, él no apareció por el apartamento durante la noche.
A la mañana siguiente, me levanto con las mismas dudas y con el corazón latiendo frenéticamente solo de pensar que él está en la misma habitación que yo. Sin embargo, me armo de valor para levantarme del incómodo sofá en el que me he quedado dormida, y me incorporo en este. Estiro mi cuerpo, desperezándome y sintiéndome algo adolorida. Jamás volveré a dormir aquí.
Una vez estoy de pie, dudo entre si esperar a que salga de su habitación o ser valiente y entrar ahí dentro de una vez por todas. Durante todo este tiempo, nunca lo he hecho... quizás ahora es un buen momento para hacerlo. Los minutos pasan lentos mientras yo sigo en mi sitio, y después de mucho pensarlo, suelto un gruñido y me encamino a zancadas grandes por todo el pasillo hasta tocar la puerta de su habitación. Está viviendo en mi apartamento, y por lo tanto cada rincón en el que él esté me pertenece, estoy en todo mi derecho de entrar sin llamar antes a la puerta. No hay respuesta, y eso hace que mi enfado aumente aun más, si es que eso es posible. Empujo con la rodilla la puerta de madera blanca, y me armo de valor cuando digo:
—Brave, tenemos que hablar —digo con la voz temblorosa, sin percatarme de nada. Camino de un extremo a otro mientras sigo hablando: —. Lo sé todo, y ahora no tienes escapatoria. Me debes una explicación, o... varias. ¿Qué has hecho para que todos te estén buscando? —alzo los brazos, desesperada por saber su respuesta—. Sé que Dante no es tu mejor amigo y sé que no habéis ido al mismo instituto... él mismo me lo dijo ayer. Dice que...
Dejo de hablar en el momento en el que me doy cuenta de que no hay nadie en la habitación. La cama está perfectamente lijada y ordenada, y no hay rastro de su ropa por el suelo ni nada por el estilo. Ha adornado la habitación con varios pósters, pelotas y botellas de vidrio vacías con diferentes marcas de alcohol. En una estantería hay un grinder y a la derecha una especie de cachimba. ¿Qué es esto?, ¿una asociación de hippies?
Ladeo mi cabeza en el momento en el que me pregunto por qué Brave todavía no ha vuelto. Eso hace que mi enfado se desarrolle el triple.
Mi teléfono comienza a sonar. Me precipito en salir de su habitación y correr hacia la mía en busca del aparato inteligente, que está tirado sobre la cama. Cuando lo tengo entre mis manos, miro la pantalla con desespero. El número de Dante brilla sobre la pantalla y me obligo a tranquilizarme antes de responder:
—¿Dante?
—¿Cómo estás?, ¿te ha hecho algo?, ¿has hablado con él? —exclama de un tirón. Noto su rabia al otro lado de la línea y pongo los ojos en blanco.
—No está aquí —contesto sin ánimos.
El silencio invade la línea y aprieto la mandíbula. Estoy muy enfadada. —¿Dónde demonios se ha metido ese imbécil?
—Dante, ¿lo estás controlando? —me arrepiento al segundo de haber preguntado eso. Es la pregunta más estúpida que habré empleado en toda mi vida. Probablemente.
—Es mi trabajo —contesta tranquilo, después sigue diciendo—. Sabes que no puedes decirle nada, ¿no? Tienes que hacer como si no supieras absolutamente nada.
Ignoro sus indicaciones, no tengo tiempo de pensar en eso. Me muevo por toda la habitación y al final decido sentarme en el borde de la cama. Frunzo el ceño sin entenderle. —¿Tu trabajo?, ¿acaso perteneces a una secta o algo así? —bromeo y una risa brota de mi garganta al segundo.
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Black Roses ©
General FictionNo le temo al infierno... nací jugando con fuego, vivo jugando con fuego y moriré jugando con fuego. No siento absolutamente nada, no siento compasión por nadie y mucho menos por mí. He hecho cosas horribles, tantas, que ya ni siquiera me arrepiento...