FaithDi Constanzo
Me gustaría creer que puedo ver venir de lejos a Brave en muchos aspectos, pero no soy capaz de controlar los impulsos que tiene cuando se trata de conseguir algo. Por todo eso, soy consciente de que va a aparecer en cualquier momento para encontrar respuestas.
Lo que yo pongo en duda es; ¿realmente no se acuerda o le perturba demasiado dañar su ego como para pedirme perdón?, y, ¿de verdad una persona es capaz de no tener ni el más mínimo remordimiento como para preferir hacerse el tonto que cargar con una responsabilidad?
En este momento me encuentro en el descanso de treinta minutos, pretendiendo disfrutar del tupper de ensalada césar que he preparado esta mañana y tratando, también, de no pensar mucho en el tema. A mi favor, Riley interrumpe mis pensamientos:
—Faith, dejaste a una mesa sin cobrar y a otra sin servir los postres del menú—me comenta mientras se pasea por toda la sala de descanso sujetando un plato lleno de pasta a la carbonara.
Sé que no está enfadada porque no es algo que me suela ocurrir y porque tenemos algo de confianza más allá del trabajo, pero por su tono de voz me hace pensar que le parece extraño que algo así ocurra en mi jornada. Y es normal, no es por echarme flores, pero suelo ser muy perfeccionista con las tareas que llevo a cabo —. Oh..., lo siento—me apresuro a decir en un tono mucho más bajo de lo que pretendía—, por eso tardabas en volver a la cocina. Qué tonta. Ahora mismo me lavo las manos y me coloco el delantal —intento simular una sonrisa que muestre seguridad en lo que digo, pero Riley frunce el ceño.
—¿Va todo bien?
Me levanto a toda prisa colocándome el delantal y acomodándome el moño desastrado mientras asiento un par de veces sin pararme a observarla,sé que si lo hago va a notármelo en la expresión de la cara. Dios santo, tengo que dejar de ser tan precisa.
Cuando salgo hacia la cafetería, Bobbie se encuentra en el mostrador y Jerry atendiendo junto con Hannah a las tres mesas que quedan. Me giro a mirar la hora y me doy cuenta de que mi turno termina en una hora y quince minutos.
Escucho el ruido de la campana de la puerta de entrada y veo a Echo entrando por ella. Viene directa a mí con unas zancadas enormes y con una sonrisa de oreja a oreja.
Me gustaría saber qué está tramando ahora la inestable e indecisa de mi amiga.
Aplasta su carpeta sobre el mostrador y me mira con ojos expectantes:
—He tenido que venir hasta aquí del ansia que me comía por dentro —me dice casi atragantándose con su propia saliva—. De verdad, he visto no sé cuantas entrevistas sobre criminales involucrados en homicidios múltiples, tráfico de drogas y de órganos, pandillas callejeras, que sé yo. La cuestión es que creo que sé cómo encontrar a ese papasito diabólico—. Me guiña un ojo y hace una mueca sensual para después echarse a reír a carcajadas.
No puedo evitar descojonarme también, es que tiene cada salida y una personalidad tan marcada que resulta casi imposible no seguirle el royo.
—Creo que prefiero no saber los motivos por los que quieres encontrarlo.
Se pone las dos manos en la cintura y me mira: —Oye, que esto es serio—arqueo las cejas, desafiándola—. A ver, puede que tenga curiosidad por verlo y saber si me acostaría con él, no nos vamos a engañar, pero priorizo la idea de hacer el trabajo de investigación antes que eso, te lo juro.
Aveces se me olvida que yo conozco a Brave, y que se trata de la misma persona cuando Echo me habla sobre el tema. Siento como si llevase dos vidas totalmente distintas y voy a acabar por volverme loca.
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Black Roses ©
Ficción GeneralNo le temo al infierno... nací jugando con fuego, vivo jugando con fuego y moriré jugando con fuego. No siento absolutamente nada, no siento compasión por nadie y mucho menos por mí. He hecho cosas horribles, tantas, que ya ni siquiera me arrepiento...