· 4 - Dante está en Seattle

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Faith Di Constanzo

Son las diez y media y estoy demasiado concentrada en pasar una diminuta pelota de una mano a otra mientras Echo me cuenta miles de maneras de tener sexo en una lavadora a través de la pantalla de mi portátil.

—¿Puedes contarme cualquier otra cosa? Creo que voy a vomitar de un momento a otro —exagero.

Mi mejor amiga pone los ojos en blanco y se remueve en su cama.

—Es muy deprimente que vayas a pasar todo el fin de semana ahí metida. Deberías haber venido conmigo.

Echo tiene una casa a las afueras de la ciudad y se marcha allí durante todo el fin de semana una vez al mes, dejándome sola. En realidad no me molesta, aprovecho para estudiar todo lo que no puedo estudiar cuando estoy con ella. Es imposible concentrarse con Echo al lado.

—Estoy bien así —le aseguro—. Pero gracias por la oferta.

Ella se encoge de hombros y puedo ver a través de la pantalla como se arregla el moño desastrado que sostiene con una goma de pelo.

—Si estuvieras aquí ya estaríamos organizando la fiesta que voy a hacer mañana por la noche. Te lo pasarías en grande, créeme.

—¿Desde cuándo me gustan las fiestas? —me echo a reír.

—Bueno, mejor que estar en tu habitación muerta del asco... —añade, y le fulmino con la mirada.

—Joder, deja de restregarme que no tengo amigos en esta ciudad.

—Eso es porque eres una antisocial que prefiere quedarse en casa todo el día en lugar de salir a conocer gente —dice de un tirón y suspiro, soltando la pelota—. ¿Quieres que vuelva y pasamos todo el fin de semana juntas?, sabes que lo hago sin ningún problema —sonríe de manera dulce y casi ni puedo creer que Echo esté siendo amable.

Niego con cautela.

—Jamás haría que Echo Masscarpone se perdiera una fiesta —digo con un poco de burla—. Sigue disfrutando por las dos.

—En realidad, tú no disfrutarías —dice riendo—. Buenas noches, Faith.

—Buenas noches.

Cierro el portátil y lo dejo a un lado de la cama para levantarme. Salgo de mi habitación y me quedo quieta en el pasillo, mirando fijamente la puerta de lo que es ahora la habitación de Brave. Me quedo quieta durante unos segundos... ¿qué estoy haciendo?

Debería dar media vuelta y volver a mi habitación. Mañana madrugo y tengo turno de mañana en la cafetería.

Me encojo por dentro cuando la puerta se abre y lo primero que veo es a Brave mirándome confundido. Lleva una camiseta negra que le queda apretada y esos famosos pantalones de chándal. Bueno, al menos no lleva el torso al descubierto. Se detiene justo cuando me ve ahí parada y sostiene el pomo de la puerta con una mano mientras apoya la otra en la pared. Me siento intimidada, y no solo por el hecho de su apariencia o por el hecho de que me saca dos cabezas. Me siento intimidada porque tiene la estúpida manía de mirarme con esa expresión pícara y porque me repasa con la mirada cada vez que lo tengo en frente.

—¿Buscabas algo? —dice con la voz ronca. Menos mal que ha roto el incómodo silencio.

—No, yo... —piensa, Faith—, iba al baño.

Maldita sea, su voz me desconcentra.

—Yo también —sonríe de lado, y se acerca un poco más a mí.

Brave está tan cerca que casi puedo oler el champú que ha usado antes. Huele a limón y a menta, y el olor es casi tan atractivo como él.

Se acerca un poco más, quedando en frente de mí y mirándome fijamente. No entiendo con qué fin hace esto, pero las palabras brotan de mi boca sin yo quererlo:

Black Roses ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora