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Un día de mierda para una chica de mierda.

No quiero ir a casa, y como siempre, voy a estar sola unas cuantas horas. Cruzo la calle, esperando ver vacío un banco de madera mugroso. Mi banco. No vengo todos los días, pero sí cuando llueve, me gusta la lluvia. Me gusta ver al cielo llorar.
Me gusta mojarme.

Doy un paso más y veo mi querido banco, oh mierda, doy un paso hacia detrás, él está ahí, ¿qué hace en mi banco? Sentado de la manera más elegante que se puede sentar una persona en mi banco está Isaac Anderson, no es el chico más famoso del instituto, y por famoso me refiero, bueno, a conocido, en mi instituto no tenemos esa mierda de quién es el más popular, nadie idolatra a nadie, los nombres se conocen, si eres una chica, tu nombre se conoce por dos razones, o eres una guarra o eres la novia de alguien conocido, y si eres un chico, bueno, pues porque eres guapo supongo, no sé, la verdad es la primera vez que me lo pregunto.

Isaac no es el más conocido, ni el más guapo, ni nada de eso, pero es de los del grupo de ese tipo de chicos. Y está en mi banco. Puede tener lo que quiera, cualquier cosa, chicas, inteligencia, cualquier cosa. PERO MI BANCO NO.

Me acerco decidida a plantarle cara y cuando llego al banco me congelo cuando sus ojos se posan en mí. Lo único que hago es sentarme y poner la música a todo volumen, ¿en serio? No vuelvo a decir que voy a plantarle cara a una persona, soy patética. Ni para esto valgo. Tampoco tenía mucho sentido plantarle cara, es sólo un banco. Miro al lado y veo a un Isaac con el ceño fruncido todavía mirándome. Su pelo es negro, sus ojos marrones y su piel morena. Lleva puesta una chaqueta negra y unos vaqueros y unas zapatillas del mismo color. Me dedica una sonrisa, la cual yo devuelvo antes de ponerme los cascos y dejar que la música me absorba.



Daño colateral.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora