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Sus ojos marrones se abrieron como platos y su cara lo decía todo. Y lo había vuelto a arruinar, me había olvidado de las cicatrices.

Cogí de inmediato la camiseta y las tapé con ella. Él me agarró de la mano, fuerte, pero suave, como si temiera que me fuera a romper. Sus labios chocaron con los míos, como si fuera lo que necesitase.

-No... Lo... Vuelvas... A... Hacer... -me decía entre besos-. Dios... Que... Tonta... Eres... -podía sentir el dolor de su voz arrastrarse por su garganta, y me dolía a mí también.

Cogí su cara entre mis manos, y me rompí al ver que estaba llorando.

-No, no puedes llorar por mí. No lo hagas. No me lo merezco, ¿vale? -sonreí falsamente y noté como las lágrimas empezaban a salir-. Ya no lo hago, no lo hago, ¿de acuerdo? Dios, que tonto eres. -dije envolviendole en un abrazo, él me rodeó con sus brazos de vuelta y besó mi pelo.

-Dios, que tontos somos. -dijo apretando su agarre.

Daño colateral.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora