¿Qué era eso que estaba sintiendo? No podía haberse enamorado. No con una sola charla. El amor a primera vista era para él poco menos que patrañas, un juego de niños. La cosa más estúpida del mundo. No. Eso no podía ser.
Había pasado menos de una hora con ella. No la conocía. No sabía nada de su vida. No conocía su historia… pero aun así, no podía quitársela de la cabeza. Recordaba su aroma, su seguridad, su chispa, la afabilidad de su rostro cuando sonreía, su espontaneidad, el encendido tono verde de sus ojos, las traviesas pecas que surcaban el puente de su pequeña nariz, la elegante caída de sus rebeldes rizos, sus rasgos delicados. Recordaba la forma en la que lo miraba –con esos intensos y hermosos ojos–, porque en esos pocos minutos, ella lo había visto a él, no a la estrella de cine, no a la cara que engalanaba las portadas de las revistas, lo miraba a él, a Alex, al muchacho que ni siquiera él mismo lograba ver, al pobre tonto que aún vivía, escondido, en alguna parte de su interior.
Había hablado con ella unas cuantas ocasiones más desde que se vieron por primera y única vez, y eso le había bastado para llegar a conocer de memoria cada nota de su voz y el cantarín sonido de su risa. Adoraba escucharla reír.
Cada mañana hablaba a la misma florería para pedir rosas para ella, rosas que enviaba a esa cafetería en la que la había conocido y que, sabía, era como un santuario para ella. Ella misma se lo había comentado en una de sus primeras charlas telefónicas y entonces él decidió sorprenderla cada mañana con rosas en el desayuno. Había pensado en investigar su dirección pero creyó que sería, incluso más interesante, sorprenderla en aquel lugar que ella tanto amaba. Cada día sentía la penetrante necesidad de hacerle saber que pensaba en ella. Nunca antes había hecho algo similar, porque nunca antes se había sentido así; esperaba no estar exagerando, pero cada vez que la llamaba, ella agradecía sus atenciones, lo que lo hacía pensar que no hacía mal. Escucharla decir un "gracias" acompañado de su nombre "Alex" hacía que su corazón se saltara un latido. No había para él, sonido más hermoso que la voz de Andy al pronunciar su nombre.
Pero aun así, no podía ser amor, simplemente no podía serlo. No era lógico, no podía ser real. Se suponía que el amor debía llegar después de algún tiempo de conocer a la persona amada, no así, de golpe, a ciegas.
"No es amor", se repetía una y otra vez. "Es… es… ¿respeto?, ¿admiración? Tal vez un poco de las dos. No, no la amas. Te deslumbró su presencia, la intensidad con que vive su vida. ¡Ja! ¿Y cómo sabes tú que vive la vida intensamente? La has visto una sola vez. Pero… pero has hablado con ella otras tantas y siempre se escucha igual, con la misma vitalidad, con el mismo optimismo. ¡NO! Grandísimo tonto, no puedes amarla. ¿Cómo podrías amarla? ¿Cómo?"
Simplemente no podía ser amor, y no entender lo que sentía lo desesperaba. Aunque, pensar que estaba enamorado, por alguna extraña razón lo hacía sentir… ¿esperanza? Si no era eso, era algo muy similar. Lo hacía pensar que quizás, después de todo, su corazón sí podía sentir algo más que tristeza, y quizá, sólo quizá, él no estuviera tan muerto como creía.
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Las tonterías que en ocasiones cometían los miembros de su familia, siempre terminaban haciendo estragos en su vida. Él era quien debía responsabilizarse de cada acto, de cada palabra, de cada estupidez. Y vaya que algunos de sus queridos familiares hacían estupideces. Principalmente los Lawrence. Y, aun cuando Cal era el rostro público de la familia, era él quien tenía que mandar cartas de disculpa al por mayor. Era él el que debía renunciar a su tiempo. Era él quien tenía que pagar los platos rotos. Porque después de cada escándalo, la prensa terminaba hablando, no de sus sobrinos, ni de sus primos –los señores Lawrence–, terminaba hablando de él, de Andrew McFadyen y su incompetencia para controlar el imperio que su padre había creado y mantenido a flote por tanto tiempo, de sus tantos desaciertos. De su falta de mano dura para controlar a ese par de muchachitos mimados y torpes.
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Beirlat
Teen FictionEn un mundo que no siempre es benévolo con las personas que en él viven, una escritora jovial, un magnate amargado y un actor solitario, ven como sus caminos se entrelazan, dando pie a nuevas historias que los llevarán a ser las personas que en real...