Capítulo 17.

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Y se perdió en su mirar. Ese mirar de un azul intenso, otrora turbulento y apesadumbrado, que ahora reflejaba una profunda paz. Él la tenía en brazos, evitando así su caída. Sus ojos prendidos de los de ella, sus manos en su cintura, su cuerpo tan próximo al suyo. Había tanto que decir, pero las palabras parecían, absurdamente, insuficientes. Entonces ella optó por dejar que un mudo gesto dijera todo lo que quería.

Llevó sus manos al varonil pecho y apoyó también en él su cabeza. Cerró los ojos y suspiró, dejando que sus sentidos se inundaran de él. Él tampoco dijo nada. Se limitó a colocar su barbilla sobre la cabeza de ella y la abrazó con fuerza, con la fuerza que requiere un abrazo que pretende decir todo lo que las palabras se niegan a comunicar.

El mundo entero desapareció en torno suyo. Por unos momentos fueron solamente ellos los que existían, los que respiraban, los que se reencontraban.

-     ¡Regresaste! –Dijo entonces ella sin apartar su cabeza de su pecho. Él simplemente sonrió, hundió la cara en sus rubios rizos y la estrujó contra sí.

-     ¿Alguna vez podrás perdonarme? –Preguntó con voz profunda y cargada de sentimiento.

-     Sólo si prometes no volver a dejarme. –Respondió ella mirándolo directamente a los ojos.

-     ¡Jamás! –Repuso él y su mirada estaba cargada con toda la seguridad que su voz no lograba reflejar.

-     ¡Me hiciste tanta falta! –Finalizó ella y sus palabras parecieron brotar de lo más profundo de su alma.

-     Te amo. –Dijo entonces él tomando con dulzura su delicado rostro con la mano izquierda y, acercándose a ella, le dijo el resto con un suave y profundo beso.

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Muchos son los posibles caminos que un solo incidente puede tomar. Muchas veces nuestra mente, en un diminuto segundo, genera aquel, nuestro camino ideal, pero nuestros actos son los que determinan el camino real. Y la realidad, generalmente, dista mucho de la ensoñación.

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Andy, efectivamente, estaba en brazos de Albert, de la misma forma en la que lo había estado tantos meses atrás. Su corazón latía frenéticamente al sentirlo tan cerca y el vacío que sentía en el estómago estaba cargado de nerviosismo, emoción y, también, un poco de culpa.

"Te odio", fueron las últimas palabras que le había dicho, justo después de haberlo abofeteado. Él había intentado explicarle su proceder, pero ella, cegada por la ira, no se lo había permitido. Tuvieron que pasar largos meses, tuvo que escuchar de labios de Alex el sufrimiento del rubio y tuvo que leer sus disculpas escritas en papel, para poder entender lo rápida que había sido al juzgarlo y lo equivocada que había estado. Ahora, ahí lo tenía, frente a ella, mirándola con dulzura y, sonriéndole como si nada malo hubiese pasado entre ellos.

Entonces la culpa que sentía le ganó a la emoción de volver a verlo, y verlo tan bien. Su culpa no le permitió seguir mirándolo directamente. Bajó la vista avergonzada.

-     Regresaste. –Dijo casi en un susurró.

-     Era tiempo de hacerlo. –Contestó él–. Veo que aún sigues caminando con los ojos cerrados. –Ella sonrió aún sin verlo.

-     No puedo evitarlo.

-     Supongo que hay cosas que nunca cambian. –Dijo él sonriendo y agachándose un poco para hacerla verlo.

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