Capítulo 16.

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-     Es bueno estar en casa de nuevo. –Dijo mientras caminaba como de costumbre con los ojos cerrados y la cabeza levantada al cielo–. Aunque ya casi no logro sentir tú presen… ¡auch! ¡No de nuevo! –Había chocado con algo.

No, no fue algo, fue alguien. Alguien que, hábilmente, había evitado que cayera al suelo sosteniéndola con fuerza pero a la vez con delicadeza por la cintura. Alguien que además olía muy bien. Ese aroma colmó sus sentidos, era un aroma que antes había sentido pero no lograba, o mejor dicho, no quería recordar dónde.

-     ¡Oh! Por favor perdóneme, iba caminando distraí…

Y entonces vio un par de ojos azules, que de inmediato creyó reconocer, pero que ya no eran como los recordaba. Ya no había tristeza en ellos, eran tal y como se los había imaginado hacía muchos meses atrás

-     Parece que los accidentes, por pequeños o aparatosos que sean, van a hacer que siempre nos volvamos a encontrar. –Dijo entonces él con esa voz suya, tan profunda y dulce.

Sus oídos y su nariz de inmediato trajeron a su boca el nombre de aquel hombre que tenía en frente, pero sus ojos tardaron un poco más en reconocerlo. Estaba cambiado. Con el cabello unos centímetros más largo y la barba ligeramente crecida. En vez de traje llevaba un suéter negro y pantalones caqui, con una mochila de viaje al hombro y una sincera sonrisa adornando su rostro. Después de analizarlo con cuidado por fin pronunció su nombre y su voz, en vez de salir de su garganta, pareció ser eco de uno de los fortísimos latidos de su corazón.

-     ¡Albert!

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En ocasiones, hay personas a las que vez por un solo instante y sabes que serán parte integral del resto de tu vida. Desde el primer momento en que la vi, tan segura, tan bella, tan independiente, me dije a mí mismo que iba a lograr captar su atención, que iba a conseguir tenerla a mi lado, que iba a hacer de ella la mujer de mi vida, y lo logré, aunque no de la forma en la que esperaba. Efectivamente, logré mi propósito. Ella, mi querida escritora, es la mujer más importante de mi vida, mi mejor amiga, la mujer a la que más amo en el mundo.

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Quizás si aquel accidente no hubiese sucedido, ella me habría conocido a mí antes que a él y entonces… entonces quizá. Tanto pudo haber pasado en ese quizá. Pero el accidente sucedió y fue él quien la conoció primero. Fue él quien la conquistó. Me gustaría decir que me la robó, me gustaría poder culparlo a él de haberme quitado una de las mayores ilusiones que he tenido, pero, siendo justos, él no me la pudo haber robado, porque ella jamás fue mía, al menos no como yo quería que lo fuera.

La tuve por casi un año, pero nunca fue mía de verdad. La vida me la prestó por unos momentos, para que yo la ayudara a recuperarse. ¡Claro, yo ayudarla a ella! En realidad creo que la vida me la prestó para que fuera precisamente ella, aquella mujer de alegres ojos verdes, la que me ayudara a mí, a vivir de nuevo.

Ella me enseñó a sonreírle al destino, a ponerle una buena cara a los días oscuros, a disfrutar de las cosas más simples del mundo. Fue ella quien me ayudó a mí y yo… yo sólo estuve ahí para ella. Le di un hombro para llorar, la escuché en silencio y la hice reír. Intenté sanar su corazón roto con mis besos, pero ella no necesitaba ni mis besos ni mis caricias, necesitaba un amigo y yo… entonces yo fui el mejor de sus amigos.

Me hacía tan feliz despertar cada día y escuchar su voz al teléfono; las horas que transcurrían desde ese momento hasta la comida me parecían larguísimas. Mis días no empezaban del todo hasta no ver una de sus sonrisas. Después, si no teníamos mucho que hacer, pasábamos la tarde juntos. ¡Cómo disfruté nuestras tardes de películas!, cuando ella se quedaba dormida sobre mi pecho; o sus graciosos intentos por ser la actriz del momento al ayudarme a aprender mis parlamentos.

BeirlatDonde viven las historias. Descúbrelo ahora