Capítulo 18.

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La magia, aunque muchos se nieguen a creerlo, existe. Existe en el cálido roce de una mano sobre tu piel, que sobrepasa las barreras físicas y toca tu alma. En las lágrimas que salen de los ojos de otro pero te hacen a ti un nudo en la garganta. En esa comprensión muda que te da el saber que la persona que amas será feliz. En la felicidad que sientes al saber que esa persona estará bien, aunque no sea a contigo…

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Su mano, aferrada con fuerza a la de ella; su brazo rodeándola y la cabeza de ella apoyada sobre su pecho, lo hacían querer ser el más poderoso de los hombres, aquel que con un simple movimiento pudiera hacerla olvidar, aquel que con sólo desearlo pudiera hacerla sentir mejor, aquel que con una palabra sabia pudiera frenar sus lágrimas. Pero no lo era, él no era un mago o un genio, era un hombre como cualquier otro y lo único que podía hacer por ella era mantenerse de pie, estoico y sereno, intentando infundirle con un ligero contacto, toda la fuerza que pudiera para ayudarla a sobrellevar el momento que estaba viviendo.

La sintió temblar cuando, al terminar la ceremonia, Liam se acercó a ella para ofrecerle una sentida disculpa por su falta de tacto y la frialdad con la que la había tratado, o cuando Nana, la anciana que estaba con Dec y Lilly, se le había aproximado para pedirle perdón por haber sido tan dura con ella.

-     Él era uno de mis pequeños… lo vi crecer. –Le dijo–. Al enterarme de su muerte me sentí morir y enloquecí. No debí haberle dejado esa carta en la que la culpaba de todo, Andy, no debí hacerlo, por favor discúlpeme.

Tuvo que sostenerla con más fuerza aun cuando el papá de Thomas se acercó a ella para agradecerle por haber hecho feliz a su hijo, por haberlo apoyado en tiempos en los que él, su padre, no había sabido hacerlo, por haberlo querido y por haber estado a su lado.

Sintió, en carne propia, todo lo que Andy sintió cuando, uno a uno, los McFadyen llegaban a ella para ofrecerle sus condolencias. La vio titubear antes de comenzar a caminar hacia la lápida y fue precisamente él, quien con una mirada profunda y una sonrisa cálida la invitó a acercarse a aquello que por tanto tiempo había buscado. La vio posar una mano sobre la foto del sonriente y joven Thomas que tenía enfrente y con la otra acariciar las letras del epitafio. La escuchó –forzándose a no dejar salir las lágrimas que velaban sus ojos–, hablar con aquel amigo suyo que había muerto cuatro largos años atrás. Sabía que tenía que dejarla sola, pero no encontraba la forma de hacerlo, por eso agradeció inmensamente cuando Nana y el papá de Tomy le pidieron que los acompañara.

Mientras se alejaba de ella, pudo ver como finalmente se rompía y dejaba fluir todo aquello que había estado guardando por tanto tiempo. "Finalmente podrás estar bien", pensó y esa idea suya se volvió más fuerte cuando vio cómo, lentamente, Albert se acercaba a Andy, sin decir una sola palabra y, parado en silencio tras ella, vigilaba que nadie interrumpiera ese momento que Andy había estado esperando.

-     No me voy, amor mío, no me voy. –Dijo entre susurros con la mirada aún fija en ella–. Hazla feliz hermano y sé feliz a su lado, el destino se los debe.

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… porque ¿quién puede afirmar que uno no puede ser feliz al ver felices a otros? ¿Quién puede asegurar que la sonrisa de alguien a quien amas no traerá una mágica sonrisa a tus labios? ¿Quién puede asegurar que la magia de este mundo no radica, precisamente, en la felicidad de un corazón que se ha librado del egoísmo y, al hacerlo, finalmente ha encontrado a la persona que siempre quiso ser? La magia, ahora estoy seguro de ello, sí existe. La magia existe. Existe.

BeirlatDonde viven las historias. Descúbrelo ahora