Entonces, despertó, no de un sueño, sino de un prolongado letargo. Abrió los ojos y se dio cuenta de que la vida que estaba viviendo había dejado de ser vida desde hacía mucho tiempo.
Había dejado que la desesperanza le ganara la batalla, que lo hiciera perder su camino, pero, sobre todo, que lo hiciera pasar cada día como una especie de zombie, o menos que eso. Se había convertido en un ser que respiraba, comía, caminaba… cuyo corazón latía y cuya sangre fluía tranquilamente por sus venas, pero que ya no estaba vivo, era como una sombra, un fantasma. El aire que entraba a sus pulmones en cada respiración ya no traía con él ese soplo de vida colmado de aromas; la comida no le sabía a nada; sus pies lo llevaban a donde su cerebro ordenaba sin prestar atención al movimiento de sus músculos; su corazón… su corazón palpitaba, pero su ritmo era monótono, no se frenaba, ni se aceleraba, ni mucho menos se saltaba un solo latido por razón alguna. Su sangre recorría su cuerpo, pero la sentía espesa, pesada. Su cuerpo estaba vivo, pero él, el hombre que en algún momento había sido, había muerto mucho tiempo atrás.
Hasta que ese día, el rostro desencajado de una pequeña –que lloraba en su regazo por no poder reconocer más en sus ojos, ahora de un azul apagado, ese brillo que otorgan la alegría, el amor y la esperanza–, lo hizo despertar de golpe. Su llanto le dio una bofetada que le causó mucho más dolor que aquella que había recibido algunos meses atrás. Las lágrimas que salían de aquellos ojitos azules fueron mucho más efectivas que todas las palabras, todos los regaños y todos los esfuerzos por hacerlo volver a ser el hombre que vivía una vida plena o, al menos, intentaba hacerlo. Lo hicieron darse cuenta que refugiarse en él mismo no era la respuesta a sus problemas, que enfurruñarse con el mundo que lo juzgaba no era más que una muestra de cobardía, que tragarse sus lágrimas ya no le servía de nada. Era momento de fajarse los pantalones, erguir la cabeza con orgullo y hacerle frente a sus miedos y a los medios, de dejar bien claro que él no era ningún pelmazo. Era momento de hacer callar todos los rumores malintencionados, de demostrar que era un digno heredero del nombre de su padre, y ante todo, era tiempo de demostrarle a su hija que su papá aún estaba ahí para ella.
En ese momento, impulsado por los sollozos de Lilly, Tomó la decisión de hacer pedazos el féretro en el que se había convertido su cuerpo, de dejar de lamentar su pasado y comenzar a vivir su presente, y al hacerlo, cual ave fénix, volvió a la vida.
Abrazó a su hija con profunda dulzura y lloró, lloró como no se lo había permitido desde hacía tres largos años. Se permitió quebrarse.
Postrado de rodillas ante la pequeña le pidió perdón por haberse perdido en sus penas; por haberla dejado a un lado, por haber permitido que su sufrimiento lo sobrepasara; por no haber sido el héroe que ella creía ver en él. Y le prometió, con el alma entera, que a partir de ese instante volvería a sonreír.
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- ¿Andy? –Dijo él intentando traerla de nuevo a la realidad–. ¿Andy? ¿Ahora en cuál de las tierras de tus cuentos te perdiste? ¿En qué estás soñando?
- No estoy soñando, ni me perdí en ninguno de mis cuentos, sólo…
- Recordabas ¿no es así? –Ella sonrió con tristeza.
Casi cinco meses habían pasado desde que, después de pasar una noche entera llorando, tomó el teléfono y le pidió a Alex que la ayudara a conseguir un departamento en Nueva York. Le dijo que quería estar pendiente de las grabaciones de la película y que necesitaba alejarse un poco del mundo en el que vivía para poder concentrarse en su nuevo libro, pero él, aunque la ayudó sin preguntar nada, nunca le creyó.
Ella había huido. Escapó de una verdad que le había hecho mucho daño, no por ser cruel, sino porque la había llenado de decepción.
Desde la muerte de Tomy, ella se había prometido odiar con toda el alma a aquel hombre que había ocasionado su más grande desgracia, pero su estúpido corazón, con los ojos vendados por una mentira, había roto esa promesa y poco a poco se había enamorado de aquel canalla que había destrozado la mayor alegría de su vida. Se había enamorado como una tonta de un hombre que no existía, de alguien que había jugado con sus sentimientos, de alguien que se había vengado de ella por haber desacatado sus órdenes tres años atrás, cuando ella ni siquiera lo conocía. Se había enamorado profundamente de aquel a quien había jurado odiar. Y esa decepción, de ver rota su promesa y de haberle entregado el corazón a alguien que no lo merecía, ella lo sabía, podía corroerle el alma. Por eso había escapado.
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Beirlat
Teen FictionEn un mundo que no siempre es benévolo con las personas que en él viven, una escritora jovial, un magnate amargado y un actor solitario, ven como sus caminos se entrelazan, dando pie a nuevas historias que los llevarán a ser las personas que en real...