CAPÍTULO 1

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Habían pasado dos años desde que dejé que rompieran mi corazón por segunda vez. Dos años desde que prometí que no lo dejaría expuesto de nuevo al amor.

Con veinticinco años y siendo aún muy joven, no me quejaba para nada de mi vida, en lo personal estaba soltera y muy feliz de estarlo. Había tenido dos relaciones que más que eso, fueron encuentros sexuales con máximo de una semana de duración y la verdad me sentía mejor así; era mejor no exponer sentimientos. En lo laboral estaba muy satisfecha, logré cumplir mis sueños, me hice dueña de una franquicia de salones de belleza y spa exclusivos que papá me regaló; aunque era consciente que él deseaba que me uniera a su empresa, sin embargo, me había negado, prometiéndole que tal vez en un futuro lo haría. Me sentía feliz y realizada administrando y trabajando en mis negocios y no deseaba que eso cambiara. Y sí, era hija de un magnate de los negocios, de un señor millonario y respetado, era la hija menor de Richard Bennett, pero no me consideraba de esa clase y me gustaba vivir como la clase trabajadora — no incluyendo algunos regalos que papá me había dado —, luchando por lo que deseaba a diferencia de mi hermana Kelly. Mujer que le encantaba vivir como una reina, mas no trabajar como una plebeya; en lo físico éramos muy parecidas a Nora, nuestra madre — cabello rubio oscuro, estatura media, cuerpos esbeltos, piel clara, ojos verdes y labios carnosos —, pero en lo personal y en nuestro interior existía un mundo de diferencia.

Sabía disfrutar mi vida a pesar de todo y como un día lo prometí, aprendí a verla de manera fría, ta cual como ella me enseñó.

(****)

Era mitad de semana y me levanté con una terrible resaca, producto de las copas que ingerí la noche pasada en la fiesta de cumpleaños de mi mejor amiga Darcy Tanner. Esa mujer estaba más loca que una cabra, pero con esa locura me contagiaba de felicidad y solo a ella se le ocurrió celebrar un miércoles. La consideraba mi hermana, una a la cual yo elegí y no me impuso la vida.

— Buenos días niña ¿Qué quiere desayunar hoy? — preguntó Dorothea, mi nana, al llegar a la cocina de mi departamento.

— Annabelle, Dory, te lo he dicho miles de veces — le recordé — solo dime Annabelle ¡Por Dios! Eres como mi segunda madre ¡No necesitas tanto formalismo conmigo mujer! la reprendí con cariño, dándole un beso de buenos días en la mejilla.

— No mi niña, no es por formalismo, si no por cariño; porque, aunque ya seas toda una hermosa mujer para mí siempre serás mi niña — respondió con amor.

— Gracias mi señora bonita. No sé qué hubiera hecho sin ti, si no te hubieses venido a vivir conmigo desde el día que dejé la casa de mis padres — confesé y me miró con ternura.

— Morirte de hambre, eso hubieras hecho — aseguró tomándome el pelo para luego reírse de mí.

— Para nada, tú me enseñaste muy bien y lo que bien se aprende...

— Jamás se olvida — terminó ella por mí — y bien ¿Qué quieres desayunar?

— Un jugo de naranja y un frasco entero de Ibuprofeno, por favor — bufé.

— Ah mi niña, eso te pasa por borracha — mis ojos casi se salen de sus órbitas al escucharla y eso provocó que mi cabeza doliera más.

— ¡Oye! No te pases — exclamé y luego ambas nos reímos de su broma tan certera.

Luego de desayunar a regañadientes lo que Dory me preparó, estaba preparada para iniciar un nuevo día de trabajo; vestida con sencillez, usando unos jeans ajustados color gris, una camisa negra sin mangas y deportivas Nike. Recogí mi cabello en una coleta y me maquillé con naturalidad; tomé las llaves de mi Bugatti Veyron color vino y mi bolso, y me dirigí rumbo a uno de mis estudios de belleza y spa en Rodeo Drive, Beverly Hills de Los Ángeles.

Miedo a Amarte ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora