CAPÍTULO 4

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"Vine para llevarte conmigo"

-Alan McMichael.

Cuando James llegó al mundo, Virginia tenía apenas dos años y era un precioso día de primavera. Los ruidos de la ciudad de Nueva York no podían apagar el llanto del recién llegado.

Alan y Edith habían decidido dejar atrás Búfalo y alejarse de algunos recuerdos, de esos que se pueden abandonar. Querían nuevos aires para sus hijos, lejos de los ojos cargados de preguntas a las que no tenían ganas de dar respuestas.

Virginia se acercó al pequeño James, con paso decidido, como quien camina con el propósito de llegar a un lugar elegido.

Como había hecho un tiempo atrás con la niña, Alan lo mecía extasiado entre sus brazos. Alan vio los ávidos ojos azules de la niña y se agachó para ponerse a la altura de ella y darle a conocer a su hermano.

- Mío... -dijo la niña, apenas comenzando a pronunciar sus primeras palabras-. Mío...

- ¡Claro que sí! -dijo Alan riendo-. Es tuyo. ¿Quieres darle un beso?

Virginia lo miró unos instantes y le dio un beso en la frente.

Edith observaba la escena desde su cama, extenuada pero no lo suficiente como para no ver un destello extraño en los ojos de su hija. De pronto aquel brillo que había odiado y temido de los ojos de Lucille cobró vida en Virginia.

"No puede ser... estoy delirando", pensó.

Alan dejó al niño en los brazos de su madre y ella quedó igual de fascinada al verlo. James era dorado, tan dorado como su padre. Blanco y rosado a la vez, cálido.

- Bienvenido al mundo, James McMichael -le dijo ella con una suave voz.

- Mío... -volvió a repetir Virginia y le tomó la mano.

*****

Sus ojos hinchados por el llanto parecían escrutar la nada. ¿Sería esta su última pérdida? Estaba segura que su corazón ya no soportaría una muerte más. Otro cementerio. El mismo dolor.

Esta vez no había nadie a su lado para consolarla. Nadie que la mirara para compartir su dolor. Nadie que la abrazara resguardándola de tanto horror. No quedaba nadie en pie de su historia. Su pasado había muerto con Alan. Lloró la pérdida del hombre que la había amado, cuidado y protegido cuando más lo necesitó.

Miró a James, con quince años estaba tan alto como su padre. Su pelo rubio y sus mejillas rojizas la transportaron al día en el que murió su madre y Alan estuvo allí acompañándola. Siempre acompañándola.

James lloraba desconsolado. Parado junto a su madre, sus lágrimas no dejaban de mojar su rostro. No sintió vergüenza de mostrar su dolor, era un joven muy sensible y cariñoso.

A su lado Virginia sostenía con firmeza la mano de James. Su mirada triste y perdida estaba tan seca como el páramo de Allerdale Hall.

Ese pensamiento la sorprendió.

Edith no había vuelto a pensar en aquel lugar hasta ese día. Alan había logrado despojarla de los fantasmas, y ahora él sería otro. ¿Cuál sería el color de este fantasma? Su inesperada muerte no le permitía pensar coherentemente. Dos días atrás el corazón de su marido se detuvo, quizá agobiado y cansado, se detuvo en silencio, sin anuncios. Se detuvo en sueños. ¿Cuál habría sido su último sueño? ¿Su último temor? O ¿su último dolor? Jamás lo sabría, pero tal vez él regresara para contárselo.

La pérdida de Alan le hizo pensar en algunos asuntos que tenía pendientes. Tendría que contactar a la firma de abogados que William Fergurson había dejado en manos de su hijo Charles Ferguson y dejar su última voluntad a resguardo del joven.

En diecisiete años, Alan había aprendido a gerenciar los negocios de su suegro dejando a un lado su consultorio. Y lo había hecho muy bien. Se habían convertido en una de las familias más adineradas de Nueva York y ahora James tendría que aprender lo que su abuelo y su padre habían aprendido. Lo haría bien, de eso también estaba segura. Era un jovencito responsable.

Virginia.

Ella era diferente. Callada. Inescrutable. Sin interés en la vida social. Retraída. Observadora. Y una temible protectora de su hermano. Si alguien cuidaría de James, sería ella. La joven había rechazado a cada pretendiente que se le había acercado luego de ser presentada en sociedad. De una inteligencia implacable y lectora sedienta, los hombres no encontraban buen puerto cuando entablaban una conversación con ella. "Demasiado aburridos y sin ideas propias", solía decir con frialdad. Ahora las lágrimas se aferraban al borde de sus ojos pero no caían.

Para su propia sorpresa, Edith recordó lo que una vez había pensado de sí misma, cuando tenía veinticuatro años, antes de conocer Thomas. "Si, fui una misántropa malhumorada". Virginia tenía mucho de ella también, concluyó.

Seis hombres caminaron frente a ellos cargando el ataúd. El sol del otoño entibió los rostros. Así despidieron a Alan McMichael, en un tibio y soleado día de otoño.

***

Cuando llegaron a la mansión, Virginia subió las escaleras con lentitud, como si flotara, y se encerró en su habitación a escribir.


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Gracias lectoras y lectores por seguir esta historia. Me siento feliz!!!

Próximo capítulo 25 de Noviembre!!!


REGRESO A ALLERDALE HALLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora