CAPÍTULO 10

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"La casa es todo lo que somos. Nuestra herencia. Nuestro apellido"

-Thomas Sharpe.

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Unas semanas después las heladas y estériles tierras de Cumbria les daban la bienvenida. Virginia, abarrotada de abrigos, apenas podía moverse. En cambio, James parecía estar feliz de haber llegado. La helada ventisca y la nieve que caía suave parecían no afectarle, por el contrario, mostraba una excitación y entusiasmo inusual.

Con la muerte de Carter Cushing, el apresurado casamiento de la joven Edith con el barón Thomas Sharpe y la venta de la mansión con todo lo que en ella había, Annie y el resto de los sirvientes se habían empleado con otras adineradas familias de Búfalo pero todo eso cambió cuando el doctor Alan McMichael y la viuda Edith Sharpe regresaron a la ciudad. Tanto Annie como el resto de los sirvientes retornaron con su antigua ama después que ésta volviera a casarse con el adorable doctor para convertirse en Lady Edith McMichael. Poco tiempo permanecieron en Búfalo, pues casi inesperadamente el doctor Alan McMichael y su esposa Edith decidieron establecerse en Nueva York. Desde aquel entonces, Annie y algunos de los antiguos sirvientes habían permanecido con la familia.

Al enterarse del viaje que planeaban James y Virginia, Annie había insistido en acompañarlos, había oído de la inhospitalidad del clima y del lugar por lo que consideró que no podía dejar a sus niños solos en un lugar desconocido y con tan poca experiencia de autovalimiento, más allá de lo fuerte que habían sido al llevar enteros tantas tragedias en la familia y en tan poco tiempo. Annie se había transformado en la única relación perdurable en la familia y los jóvenes la adoraban. Además, ella estaba segura de que la necesitarían. Aunque su cuerpo empezara a rendirse a los males de la vejez, su espíritu seguía siendo sano y fuerte.

En América, Charles Ferguson había quedado a cargo de los negocios familiares mientras que la mansión McMichael había quedado al cuidado de Francis, una joven muy bien adiestrada por Annie en las tareas de llevar adelante el cuidado de tan impresionante lugar junto al resto de los sirvientes. Por lo que la vida en Nueva York transcurriría tranquila y sin mayores dificultades.

Desde el desembarco en Southampton el cielo gris insistía en no dejar que el sol mostrara su cara, por lo que todo el lugar era igualmente gris, frio y triste.

Desde allí tomaron un carruaje bastante maltrecho hacia Cumbria. Los caminos lodosos por la nieve, que parecía no cesar, hacían que el viaje fuese muy lento, y el golpeteo apenas les permitía mantener una conversación coherente.

Pero las miradas eran otra cosa. Annie había observado a los hermanos mirarse y hablarse durante el viaje y, en algunas ocasiones, se había sentido realmente incómoda. Sobre todo cuando el joven James se acercaba a la joven Virginia. Lo hacía de una manera muy extraña. Como lo haría un hombre que quiere conquistar a una mujer. A veces Virginia rehuía de la situación pero muchas otras no. Hasta su mirada y su postura cambiaban. "Están demasiados solos", pensó Annie, "Este viaje les traerá nuevos aires".

El carruaje se detuvo frente a un pequeño almacén llamado Red Hand que oficiaba de oficina de correos y parada de viajeros atrapados por el pésimo clima. Se bajaron allí para estirar un poco las piernas cansadas y prácticamente entumecidas por el frío. Era un poco más del mediodía cuando llegaron a Cumbria.

- No podemos continuar, James. Por favor –dijo Virginia, visiblemente cansada-. Busquemos un lugar dónde pasar la noche al menos, y mañana continuaremos.

REGRESO A ALLERDALE HALLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora