II

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Ambos chicos caminaban por la pintoresca plaza, que por supuesto no tenía aquellas luces llamativas, puesto que era de día. Había que atravesarla para llegar a una estación de tren cercana. Al bajar al "Underground" se dispusieron a pagar el pasaje y esperar. Fue allí que Arthur tomó el valor necesario para preguntarle a Alfred algo que sin duda alguna le estaba matando por dentro.

-Oye... ¿por qué te molestaste tanto al ver a Francis cerca mío? -Inquirió en un susurro, mientras miraba hacia las vías del tren, que zumbaban por la venida del metro.

-¡Yo no estaba molesto! -Dijo el americano de forma muy golpeada, provocando que el inglés abriera sus ojos de color esmeralda, sorprendido. Ambos se quedaron mirando, en un incómodo silencio. Alfred tomó un respiro y continuó. - E-es decir... ¿por qué NO debería molestarme? ¡Se estaba sobrepasando contigo!

-No. No es así. Él... sólo se me acercó como siempre y tú comenzaste tu teatro. -Contraatacó el más bajo y se cruzó de brazos a la altura del pecho.

-¿"Como siempre"? Él sólo se acerca a ti por interés y por calentura. ¡No puedo creer lo ingenuo que eres! -El chico más alto hizo una mueca que el contrario interpretó de la manera errónea.

- ¿Qué me dijiste...?

-Ingenuo, inocente, inmaduro. Ese tipo sólo quiere pasarse de la raya contigo y es algo que yo no voy a permitir.

- ¿Disculpa? ¿En serio tienes la cara para decirme que soy un "inmaduro"?

-Soy más maduro que tú y sé reconocer cuando quieren coger conmigo.

El zumbido se hizo más fuerte, haciendo que Arthur se guardara sus comentarios hasta lo más profundo de su alma. Aún así, no dudaría en dejar bien en claro algunas cosas. El vagón se detuvo segundos después, abriendo sus puertas. Ambos se subieron y se sentaron el uno frente al otro. Se miraban aún.

- Mientes. -Le dijo de repente y Alfred alzó las cejas.

-¿De qué hablas?

-No eres maduro. Eres como un niñito llorón y eres intolerante a todo. Te juras un héroe sin mérito alguno... ¿De verdad crees que YO soy el inmaduro?

Otro silencio. El de gafas agachó la mirada y suspiró. Se había rendido por una vez en su vida.

-Tienes razón... -Fue lo único que dijo antes de mirar hacia la ventana. - Pero prefiero ser así, ¿entiendes? Nadie podrá hacerme cambiar, mucho menos tú.

- Jamás dije que quisiese cambiarte. Me gustas así. -Mencionó el inglés.

...

Luego de la media hora en tranvía y diez minutos de caminata, llegaron a la casa de Arthur. Ésta era blanca, amplia, muy bella. Además de que tenía un hermoso jardín en la parte delantera llena de flores y árboles de copas grandes. Alfred no dejaba de sorprenderse al ver ese lugar tan maravilloso. Atravesaron el jardín y se detuvieron en frente de la puerta. El más bajo tocó el timbre, a sabiendas de que su madre estaba por allí y que aún no se marchaba al trabajo.
Esperaron a lo menos 4 minutos antes de que la puerta de caoba se abriera, dejando ver una hermosa mujer rubia, de ojos hechizantes y mejillas coloradas. Arthur era igual que ella.

"Demasiada perfección para ", se decía el americano, mientras miraba a la mujer con timidez.

- ¡Oh! Al fin mis pequeños están aquí. ¡Adelante, pasen!

La calidez que Elizabeth desprendía era increíble. Ella debía tener unos 40 años, pero no los aparentaba. Había tenido dos hijos, pero su figura era la de la diosa Venus. Arthur miró a su amigo y con un gesto le indicó que avanzara, para entrar en la casa y de paso, saludar a su madre. Alfred se puso colorado cuando de un beso en la mejilla de saludo.

La casa por dentro era conservadora y refinada, con pinturas y fotografías en las paredes, con luz cálida, puertas de madera y cristal, y un candelabro brillante en el salón, del cual colgaban diamantes y cristales.

- Aún me sorprendo al ver tu casa. ¡Ni la mía es tan grande! -Confesó el americano mientras miraba a su alrededor.

-No exageres. Conozco tu casa y es igual de grande. - Le dijo el inglés, mientras se cruzaba de brazos a la altura del pecho.

- ¿Ya llegaron? -Una voz de infante se escuchó desde las escaleras. Ambos se giraron a mirar. Peter, el hermano pequeño de Arthur yacía ya bajando los escalones con rapidez y emoción. Al ver a Alfred, su rostro se iluminó.

La relación que ellos tenían eran la de hermanos. Pero Peter adoraba más al americano que a su propio hermano. Al llegar a su lado, se lanzó a sus brazos, provocando que Arthur suspirara frustrado.

- ¡Alfie, Alfie! Vamos a jugar videojuegos. -Le pedía el niñito y el de lentes no tuvo otra opción que aceptar. Lo llevó casi arrastrando hasta el sofá, dejando al inglés solo.

-Ni siquiera mi propio hermano me quiere, genial.

-¿Cómo eres capaz de decir eso, hijo? -Inquirió su madre, quién había aparecido de repente, provocándole un escalofrío repentino.

- Es la verdad. Cada vez que llego a casa, reciben mejor a Alfred que a mí.

-¡No seas celoso! -La mujer acarició los cabellos de su hijo con amor y le sonrió. - Yo ya me voy, ¿está bien? ¡Si llego tarde, mi jefe me matará! Cuida a los niños. -Elizabeth le giñó un ojo y con cuidado besó la mejilla de u hijo mayor. - I love you!

- M-mamá... - Iba a detenerle, pero la mujer fue hábil y desapareció por la puerta de la entrada. Soltó un suspiro, recargándose en la pared y escuchando los característicos sonidos de la consola de videojuegos encenderse. Se dirigió con pesadez a la sala y se quedó en el umbral, rodando los ojos al ver la pantalla del televisor. Sinceramente, a él no le gustaba que su mejor amigo jugara con su hermano. No eran CELOS, para nada. Simplemente creía que no era adecuado.

- ¡Hey, Artie! Ven a jugar con nosotros~ - Le invitó su mejor amigo y él negó. Alfred sabía bien que los celos del inglés significaban mucho para él. Eran lo que le hacía sentir satisfecho.




N/a:

¡Pronto se viene el amorsh intenso! <3.

Stars. [AU/ UsUk]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora