VII

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Y el mismo procedimiento de todos los días se repitió; Alfred lo iba a dejar a casa y después se devolvía para ir a la suya. Era cosa de costumbre. A pesar de ser muy, muy tarde, el americano jamás correría el riesgo de dejar a su pequeño e indefenso Arthur. Nunca... más ahora, que tendría que contarle algo que sin duda alguna cambiaría sus vidas para siempre...

A la mitad del camino, el americano se detuvo. Arthur avanzó, avanzó hasta que se percató que su mejor amigo se había quedado atrás. Se giró, extrañado y volvió a acercarse.

-¿Sucede algo? -Preguntó el de ojos color esmeralda, pero no obtuvo respuesta. Ni siquiera una mirada... Eso hizo que el inglés se asustara un poco. -Oh, vamos... Alfred... ¿qué pasa?

-Arthur... yo no quería decirte esto, pero... -Comenzó el más alto, mientras le miraba por unos segundos y volvía a perder su mirada celeste en la acera levemente mojada. - Mi mamá... y... y-yo... - La voz del contrario tembló apenas. Eso no significaba nada bueno.

- Alfred... dímelo ya, me estás asustando...

-A mi mamá la transfirieron a Nueva York...

"Nueva York...", repitió Arthur en su mente.

- ¿Q-qué...? -Su rostro que hace unos momentos parecía tranquilo, ahora tenía un toque de desespero. No entendía qué pasaba...

- Te juro que si pudiera quedarme aquí contigo lo haría, pero...

-¿Pero...?

- Tendré que irme con ella... A principios de Febrero...

-¿¡En Febrero!? -La voz del más bajo se alzó, y el desespero se apoderó de su alma entera. - ¡Pero si estamos en Diciembre, maldita sea! ¡Sólo faltan dos miserables meses!

-Ya lo sé...

-¿¡Es esto en serio!? ¡Dime cuándo te enteraste, dímelo ahora! - El inglés golpeó el pecho del contrario, aunque casi sin fuerzas. A pesar de eso, a Alfred le dolía. No el cuerpo, pero sí el corazón.

-Hace unas semanas... Yo... le dije a mamá que me quería quedar, pero...

- No puedo creerlo... -Los dedos de Arthur afirmaron con fuerza la chaqueta del de ojos color cielo. Se aferró a él como si su vida dependiera de ello. - ¿Por qué...? -Inquirió en un hilo de voz-. ¿Por qué cuándo más feliz soy... algo como esto pasa?

- Arthur... no creas que porque me iré a Estados Unidos no vendré a visitarte... ¡E incluso puedes ir conmigo de vacaciones!

- ¿¡Tú crees que para mí son suficientes las vacaciones!? ¡Te necesito aquí, conmigo, a mi lado! ¡Te quiero a ti en todo momento!

Alfred quedó casi con la boca abierta cuando Arthur, sin medir su voz soltó aquellas palabras golpeadas. Eso dolió más que todo lo anterior. No había notado hasta ese momento que las mejillas de su amigo estaban repletas de lágrimas que parecían no querer cesar. Esa actitud quebró su corazón en mil pedazos.

- Arthur... - Rodeó al más bajo con sus brazos, lo abrazó tan fuerte y le besó la frente, intentando consolarlo. - Arthur... yo siempre voy a estar aquí... contigo... Pronto un Océano completo nos separará... pero... ¿sabes qué...?

- ¿Q-qué...? -Los ojos llorosos de Arthur se alzaron para mirar al contrario, quién con una sonrisa señaló hacia arriba. Él imitó la señal, mirando hacia donde Alfred le indicó. Un mar de estrellas estaba sobre sus cabezas.

-Ellas nos unirán por siempre...

- Al... -El inglés estaba a punto de estallar en llanto, pero los suaves labios del americano le reprimieron las lágrimas con un casto beso en los labios.

- Ya vamos, no quiero que tu madre nos mate por llegar tarde... -Se separaron momentos después y emprendieron el resto de viaje que les quedaba.

Cuando Arthur y Alfred llegaron a la casa del primero, parecían no querer separarse. Ambos quedaron en la entrada iluminada, y sin decir nada se miraron a los ojos un largo rato, como si conversaran sin abrir la boca.

Arthur pensaba en las probabilidades. Si Alfred se iba, su soledad se transformaría en su mejor amiga. No tendría a nadie quien lo defendería o amaría... no quería que se fuera. Era muy egoísta de su parte pedirle que se quedara con él hasta que su madre volviera del continente americano. Jamás podría hacerlo. La única opción que tenía era esperar y disfrutar esos dos meses que le quedaban para estar al lado del chico que más quería en la Faz de la Tierra.
Finalmente, a ambos se les escapó un suspiro, y sin palabras se despidieron, en un abrazo callado y un beso disimulado. El inglés observó al americano mientras se alejaba, con las manos en los bolsillos de su chaqueta. Se quedó en la entrada, temblando por el frío, hasta que Alfred desapareció.

-¿¡Qué demonios haces ahí, Arthur!? - Se escuchó un grito desde el segundo piso de su casa; era Peter, quién le miraba desde el balcón. Oh, no. Si ese chiquillo estaba allí, posiblemente había visto el beso que se había dado con su mejor amigo. Tendría que buscar una manera de sobornarlo para que no le dijera nada a Elizabeth- ¡Entra ya, que mamá se va a enojar!

-¡Y-ya voy!

Entró en la casa con sigilo, y al no ver a su madre, subió silenciosamente las escaleras. Llegó a su habitación momentos después y entró, aunque casi se muere del susto al ver a su madre sentada en la cama, con los brazos cruzados y una expresión que daba muchísimo miedo.

-¿Éstas son horas de llegar a casa, jovencito? -Le dijo ella, con una sonrisa fingida en los labios que más que sonrisa, fue un soslayo de una.

-No, mamá...

-¿¡Entonces!? ¿¡Por qué no me avisaste que llegarías tarde!?

-¡Mamá, solamente me quedé al taller de fútbol, no es para tanto! Además, estaba con Alfred.

Como si hubiese sido obra del mismísimo Dios, la tranquilidad llegó. Era típico. Cada vez que nombraba a Alfred, todo se calmaba. Era una excusa perfecta.

- Ay, dulzura... ¡Debes avisarme cuando llegarás tarde! Pero bueno... ¿Quieres cenar?

-No tengo mucho apetito... así que iré a dormir. - Comentó el menor, suspirando y llevándose una mano hasta las sienes. El llanto provocaba que su cabeza doliera como los mil demonios.

- Creo que debemos conversar... -Elizabeth lo notó. Conocía tan bien a su hijo, que supo que algo le pasaba. Los ojos de Arthur estaban levemente hinchados y su cuerpo seguía temblando. Estaba a punto de volver a llorar, pero se esforzaba para no demostrarlo.

- Mamá, no quiero hablar...

-Pero DEBES. Soy tu madre, ¿por qué no me cuentas...?

Arthur dejó caer sus cosas y como un niñito se acercó donde Elizabeth, abrazándola con fuerza. Comenzó a sollozar enseguida.

-Mi amor... ¿Por qué lloras...? ¿Alguien te ha hecho algo? ¿Peleaste con Alfred...?

-N-no... -Murmuró entre sollozos y se ocultó en el pecho de su madre. Ésta última acariciaba los rubios cabellos de su hijo y le daba besitos en la cabeza para consolarlo.

-¿Entonces...?

- A-Alfred... se va a ir...

-¿Hm...? ¿A dónde, cariño? - Ambos se separaron apenas y Arthur comenzó a secarse las lágrimas con la manga de su camisa.

- A... Nueva York...

-¿Nueva... York...? ¿Estás seguro de eso, hijo?

- S-sí... su madre encontró trabajo allá y... se irán en Febrero...

- Oh, Dios... ¡Esa es una gran oportunidad! - La cara de Elizabeth se volvió más cálida, pero la de su hijo seguía igual de desolada. Eso le partió el alma. - Eso no es todo, ¿verdad...? Hay algo más que te tiene así... ¿no quieres decirme?

- Mamá... -El inglés menor se apartó y subió los pies a la cama, abrazándose de sus rodillas y ocultando su rostro en ellas. - Yo... creo que estoy enamorado de Alfred...

Stars. [AU/ UsUk]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora