XII

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Elizabeth tuvo que pedirle a sus invitados que se marcharan. No era buena idea que estuvieran allí, ya que Arthur podía volver a reaccionar con agresividad. Alfred se negaba a abandonar la casa, pero Emily lo obligó. También, tuvo llamar casi de urgencia a Francis. Ella sabía que eran buenos amigos con su hijo y sabía también que podía contar con él cada vez que Arthur tenía una crisis nerviosa, ya que era el único que podría calmarlo y alentarlo desde la partida de Alfred.

"Por favor, ven a buscarlo. Está como loco... ", le decía la pobre madre entre sollozos, quien miraba de reojo a su hijo, quien estaba hecho un ovillo entre las cosas rotas y el desorden.

"¿Pero por qué está así?", preguntaba el francés, mientras se despedía de sus amigos y se disponía a subirse al auto con rapidez.

"Bueno... Vio a Alfred y...".

"¿A Alfred?", el chico puso una cara de malos amigos. Si ese imbécil se había dignado a aparecer, se las vería con él. "Demonios... ¿ahora cómo está?".

"No se mueve y tampoco me responde... por favor, querido. Ven. Temo que haga algo... destruyó toda la habitación".

"Voy para allá, señora Kirkland".

...

Francis se estacionó una vez más a las afueras de la gran casa. Había conducido como un verdadero maniático para llegar a tiempo y salvar a su pequeño Arthur de su ansiedad. Tocó el timbre, siendo recibido por Elizabeth, quien estaba deshecha. Al verlo, la mujer lo abrazó y estalló en lágrimas. La situación le lastimaba; no quería que su príncipe acabara otra vez enfermo por sus problemas psicológicos con los cuales habían luchado arduamente años atrás.
Se separaron momentos después y sin decir nada el chico subió las escaleras. El pasillo se le hizo infinito. Cuando llegó a la puerta, se dio cuenta de que había porcelana quebrada en el piso. Habían libros tirados por todas partes, almohadones, las mantas de la cama... todo estaba desparramado en la habitación.

- Arthur... - Le llamó, y enseguida el recién mencionado alzó la cabeza. - ¿Qué diablos pasó aquí? -Le preguntó mirando con horror los destrozos. Sin decir nada, el inglés se puso de pie y se lanzó a sus brazos, provocando que el francés se tambaleara hacia atrás.

- Francis... -Murmuraba con temor y se aferró a su cuello con firmeza, obligándolo a agacharse y así mirarlo a los ojos.

- ¿Qué pasa contigo, Arthur...? Tu madre me llamó llorando. Tú no eres así... -Le dio suaves caricias en las mejillas húmedas, las cuales calmaron enseguida los demonios que estaban a punto de salirse de control.

- Él... él volvió...

-Ya lo sé, mi pequeño... pero eso no responde a lo que te pregunté. ¿Por qué destruiste todo? ¿Por qué lanzaste todo?

-Porque tenía rabia... no entiendo con qué derecho Alfred viene aquí como si nada y me dice que lo escuche... ¡El que tiene que escuchar es él! - La voz se le quebró en aquel "Él" y estuvo casi seguro de que volvería a descontrolarse si seguía hablando del tema. - Francis...

-¿Qué pasa?

-Sácame de aquí. Llévame contigo, vamos al departamento... hazme olvidar esto... lo necesito.

- No creo que sea...

-Por favor... -Le suplicó el inglés, con aquellas esmeraldas llenas de brillo de tristeza y un dolor inmenso. El francés suspiró. Odiaba que lo convenciera con tanta facilidad.

Stars. [AU/ UsUk]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora