33.

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Estar con Zayn es como... Es como abrir una puerta a una habitación que siempre ha estado ahí, esperando.

Es fácil, el tipo de facilidad que se siente bien. Perfecta.

Cuando llegamos a mi casa, él aparca en el garaje y escucha cuando le hablo sobre mis padres, de cómo mamá falló en su intento de entrar en el Concurso de Cocina Familia Fabulosa. Él sabe que ella había intentado entrar ahí, aunque, él ha estado al margen de mi vida por un tiempo.

Sonríe cuando le digo eso. —Años —dice—. Quería estar aquí, realmente aquí, como esto, contigo, desde octavo grado.

—Yo también —digo, palabras verdaderas, palabras honestas. Son reales.

Nosotros somos reales.

Entonces nos besamos, en el garaje, no bajo el romántico resplandor de la luna o de candelabros ni nada de eso. No nos besamos en el resplandor de una fiesta, donde todo el mundo puede, y lo hará, mirarnos. Nos besamos en privado, aquí en la oscuridad de su coche. Nos besamos y sé que nunca habrá otro beso como éste, que nunca habrá otro momento como éste, donde me sienta tan viva, tan nueva, tan libre.

Tan feliz.

Sé que Zaides justo acaba de romper con él, sé que todo esto es muy rápido, y que quizá debería reducir la velocidad y no caer en esto. En Zayn y en mí.

Pero quiero caer.

—¿Quieres entrar? —digo, y sé que debería estar jugando a lo seguro.

Debería estar pensando sobre cada cosa que ha ocurrido esta noche.

Dejarle algo de tiempo para pensar sobre ello.

Yo no necesito tiempo, sin embargo. No te imaginas como me siento. Y sé que él tampoco.

Me responde con otro beso, y ambos respiramos pesadamente cuando nos separamos, con sonrisas brillando en nuestras caras.

Sus dedos cogen los míos, entrelazándose alrededor, mientras caminamos dentro, y no hablamos. No sentimos como que haya que hacerlo, no sentimos que sea necesario llenar este silencio. No estoy nerviosa, no estoy abrumada porque él esté aquí. Por estar con él.

Me lo he imaginado a él aquí, como, un centenar, no, un millón de veces desde que me di cuenta de que me gustaba en octavo grado, y nunca en dulces sueños con conversaciones amables.

No, siempre quise esto, que él estuviera haciendo esto, subir las escaleras con él, sintiendo su mano, más grande y caliente que la mía, desgastada y áspera por los cuadros que ha dibujado y el trabajo que lo moldeó durante el verano, volviéndolo desde el delgaducho que deseaba, hasta el desgarbado y musculoso chico que deseo también.

En mi habitación él mira alrededor, con sus dedos aún entrelazados entre los míos, mirando cada cosa que me hace ser quién soy, las zapatillas derramándose fuera de mi armario, los pequeños esbozos de zapatos que hice los cuales quise poner en mi pared, y la ropa sucia en el suelo que mamá siempre me fastidia para que recoja.

No estoy preocupada sobre nada de eso. Sé que no tengo que explicar por qué me gusta hacer lo que hago, quién soy. No tengo que disculparme por no ser perfecta. Todo lo que hago es estar aquí, ser yo, y lo estoy haciendo. Así que cuando él se vuelve hacia mí, sonriendo y moviéndose hacia mis esbozos, camino hacia él, parándome en sus brazos.

—Siempre me han gustado tus zapatos —dice—. Siempre me has gustado —y entonces nos abrazamos, y aunque le he abrazado mucho nunca ha sido así, nunca como esto, porque los brazos de Zayn me rodean, él me sonríe.

Me sostiene, y entonces su boca se encuentra con la mía otra vez. Terminamos en mi cama, cada uno entrelazado en el otro, y esto es suficiente, es más que suficiente. Aquí no hay presión, no hay prisa, nada que Zayn y yo tengamos que ser.

Sólo estar ahí. Esto. Esto es todo lo que tiene que ser.

Alrededor de las dos de la mañana su estómago ruge y le sonrío, nuestras piernas están entrelazadas juntas. Todavía tengo mi ropa y él la suya pero estoy más desnuda de lo que he estado nunca, hemos pasado horas acostados juntos sólo mirándonos el uno al otro, tocándonos, besándonos y hablando y estoy llena de alegría. Incandescente.

Esto es la felicidad, más allá de la basura de su uso excesivo como una palabra, más allá de las primeras letras brillantes que no significan nada cuando se encadenan juntas. Ellas significan algo ahora, y sé que esto es como cuando tú y alguien sólo están bien juntos. Cómo de simple es eso, cómo de increíble.

—¿Hambriento? —digo, y bajamos las escaleras, con mi mano sujetando la suya. En la cocina preparamos sándwiches juntos, moviéndonos como si fuéramos uno, él permaneciendo detrás de mí mientras saco el pan, mi brazos alrededor de él mientras pone una gruesa capa de manteca de cacahuate y luego encima una rodaja de manzana.

Sacudo la cabeza cuando él me ofrece la mitad y dice: —¿Aún no comes manzanas? ¿De verdad? —y él sabe eso, recuerda hace un año cuando, por un tiempo, nosotros nos enfrentamos a una manzana al día en nuestro almuerzo de la escuela media, y yo siempre daba la mía o la arrojaba a la basura.

A él le importa, me conoce, y esto hace que mi interior tararee, radiante de felicidad por algo que es mucho más que deseo, lo cual, admito, también siento.

Comemos nuestros sándwiches bajo la luz de la luna que se filtra en la cocina, uno sencillo de manteca de cacahuete para mí y uno con manzana y manteca de cacahuete para él, y luego nos besamos otra vez, besándonos cómo nadie en el mundo lo ha hecho, y quizá no lo haga, porque no creo que nadie conozca la dulzura, la virtud, de ver a Zayn poner el plato en fregadero, volviéndose hacia mí.

De la forma en que su lenta sonrisa me busca como si fuera ahí donde debería estar, donde quiere estar. De la impaciencia esperando que su boca se encuentre con la mía y la forma en que ambos nos paramos, apartando nuestras bocas para respirar, el fuego con la espera y luego ardiendo, reducido a cenizas ya que él termina y yo empiezo, y esto no es un problema porque no me importa. Sólo quiero que esto dure para siempre.

Finalmente caemos dormidos cuando el sol comienza a salir, con su mano acariciándome el pelo mientras el rosa atraviesa el cielo y las estrellas palidecen.

—Te quiero —susurra mientras mis ojos revolotean cerrándose, y cuando los abro, feliz, muy feliz, le veo con una sonrisa resplandeciente.

—No quería decirte esto tan pronto, así que me esperé a que estuvieras dormida —dice, sonriendo, y entonces ambos reímos, bañados por la tenue luz de la salida del sol. Me incorporo y toco sus hombros, sintiendo su piel bajo mis manos y lo veo observándome, sus manos tocando mi piel con suaves y calientes movimientos, pequeños círculos que suben y bajan por mis costados lo que hace que me arquee hacia él.

—Yo también te quiero —digo, y las palabras flotan fuera de mi como si tuvieran alas, elevándose en el aire, y después, cuando él se arquea por encima de mí, y dice, —Tenemos tiempo —con una pequeña pregunta en su voz, no preocupado sino preguntando, yo asiento.

Digo: —Mucho tiempo —y no dormiré ahora, no con mi sangre vibrando dentro de mí, y esa es la mejor parte de todo. Que nosotros tenemos tiempo.

Que lo tendremos. Que lo tenemos.

Pero por supuesto caigo dormida.

Me despierto, veo al reloj marcar las diez y miro hacia él, a su oscuro cabello cayendo por su frente, al brillo de la luz del sol sobre su piel, y me recuerdo tocándola.

Me muevo más cerca, presionando mi piel contra la suya, con el único pensamiento de tocarle otra vez, haciendo que me toque, y él abre sus ojos lentamente, parpadeando.

—Dormilón —digo, y me preocupo, por un momento, por mi aliento, mi estrecho cuerpo y mi pelo sin cepillar, y luego esto desaparece erradicado por su sonrisa, por la forma en que susurra ―______" y me mira como si yo fuera el sol y las estrellas. Como si yo lo fuera todo.

Le pregunto por sus padres porque justo recuerdo a los míos y sus ojos se amplían. Él se incorpora, busca mi teléfono, y los llama. Le escucho mientras dice que está bien, que siente no haber llamado, mientras su mano suavemente aprieta la mía. Puedo oír la voz de su padre, elevada, desde el otro lado de la línea, pero no puedo entender las palabras. —De verdad siento no haber llamado, ¿vale? No quería despertarlos a ti y a mamá. Pero sí, estoy vivo. Y sí, estoy con un amigo —me sonríe de lado, y contengo la respiración—. Oh, no... Muy bien, bien. Lo haré.

Él suspira, colgando el teléfono y dice: —Castigado. Tengo que hacer la comida todos los días.

—¿Tú puedes cocinar?

—Me viste la noche pasada —dice, y le sonrío y él me sonríe de vuelta y luego nos deslizamos juntos, su boca en mi cuello, le empujo más cerca, susurrando su nombre, y esto es mejor que lo mejor, está más allá de eso, más allá de cualquier cosa.

Y entonces mi puerta se abre. Zayn y yo nos movemos a la vez, cubriéndonos con las sábanas, con la manta, tirando de ellas alrededor de nosotros mientras nos incorporamos, ¿y qué les diré a mis padres? Ellos son comprensibles pero esto no lo es. ¿Cómo puedo pasar de ni siquiera hablar sobre ningún chico a tener a uno en casa, en mi habitación, en mi cama?

—¿Qué mierda está pasando?

No son mis padres.

Es Zaides.


La regla no escrita {Zayn Malik}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora