Para él era normal ver por la ventana cuando aún el sol no asomaba, para él no existía ni pasado ni futuro en esos momentos mágicos, él simplemente se esforzaba por poder observar cada día el amanecer, luego se despertaba y descubría el mundo de "ensueño" fuera de su realidad, entonces un nuevo día comenzaba.
Todas la mañanas desde que se había mudado, la rutina de su vida fantástica era igual, arreglaba su cama, recogía sus instrumental, lavaba su rostro, extrañamente antes de la ducha, acomodaba el enmarañado cabello aún húmedo de un negro indescriptible, largo, el cual reducía su longitud real por esos bucles que su madre se había empeñado tanto en dominar a punta de tijera; tomaba un conjunto de ropa seleccionado la noche previa, pero que por un marcado estilo siempre parecía ser el mismo, eso sí en colores variados y siempre impecable así demostraba una combinación entre su verdadero ser y algo distinto. Así bajaba las escaleras, abría la puerta justo después de comprobar el contenido de la mochila con tintes formales en el exterior de un forro llamativamente amarillo que llevaba a su trabajo, una vez fuera cerraba con cuidado y caminaba a la entrada de la cafetería, la cual convenientemente estaba bajo su hogar, sentado en la mesa de siempre se esforzaba por comer aquel panecillo de arándano que cada mañana le ofrecía la amable camarera, Emily según recordaba era su nombre, además claro de aquella gran taza de café para terminar de despertar, ese café tan oscuro como su cabello, pero de un gusto tan delicioso que incluso dos tazas no eran suficientes; después de su sencillo desayuno, quitaba la cadena de su bicicleta, que lo esperaba acomodada en la parte trasera de la cafetería, y se dirigía con una velocidad considerada como segura -al menos para él- hacia el gran edificio que era como su "segundo hogar", al menos eso decía a su padre, ahí podía continuar en su mundo interior, el mundo fantástico que tanto le gustaba.
Las dos puertas automáticas se abrieron como de costumbre, el largo camino hasta la mesa redonda de la recepción y el saludo habitual con la mano y una gran sonrisa fue emitido por la chica de la recepción, todos los días lo había saludado durante ese último año y nunca se había preocupado siquiera por preguntarle su nombre, como siempre estaba ahí sola en medio del gran salón acompañada solo alguna veces por los guardias de seguridad, ella parecía vivir también fuera de este mundo y solo regresaba a él cuando alguien llegaba a aquel lugar. Después de saludar con un agridulce "Hola" a la recepcionista, se dirigió a una pequeña puerta al fondo del salón escondida, que dirigía a los estacionamientos, metió su bicicleta con cuidado en aquella bodega- pasillo de emergencia y se encaminó a las escaleras, siempre había evitado los elevadores, entonces, antes de seguir su camino, esa fobia que le había otorgado una piernas dignas de un atleta, se hacía presenta, entonces comenzaba a subir escalón por escalón, "Ocho pisos, solo ocho pisos", se repetía para sí como si se tratara de dar ánimos, mientras dirigía una mirada rencorosa al elevador y concebía una idea vengativa para vencerlo algún día.
Al final de los interminables escalones un pasillo y el sonido del elevador al fondo, al final del pasillo un lugar fabulosamente creativo pero que carecía de cualquier tipo de privacidad, por eso todos se refugiaban tras sus mesas de dibujo y sus gabinetes y archiveros, ahí en un precioso rincón su mundo de nuevo, esa mesa de dibujo roja y azul, pintada por él mismo y sobre ella más de 20 castillos privados por terminar, aunque solo fueran edificios de apartamentos y futuras oficinas insípidos para el resto del mundo. Ese era un día ordinario, a final de la jornada de trabajo cuando casi todos se habían ido a casa, tomaba sus lápices y pinceles ocasionales, los guardaba en su estuche o en su gaveta y bajaba corriendo las escaleras, esto resultaba mucho más fácil, tomaba su bicicleta y de regreso a casa, solo una ocasional parada al supermercado para surtirse de provisiones que básicamente consistían en fruta de temporada, aunque casi siempre compraba está en un puestecillo cercano a su casa, algunas verduras y golosinas -cuando estaba de buen humor- lo demás podía conseguirlo si caminaba un poco por su cuadra, compraba además, claro, los productos necesarios para mantener su casa más o menos decente y por supuesto la comida de su compañero de hogar.
Después de un año con la misma rutina, más predecible solo era el reloj. Aburrido, excéntrico e incomprensible, eran los tres calificativos asignados para él por aquellos que trabajaban a su lado.
Un día diferente cambio por completo su mundo, ese día en el que apareció "la causa del desastre", como le gustaba llamare últimamente. Aquella mañana algo diferente, en su mesa los habituales papeles desordenados no estaban y del pequeño pizarrón de corcho sobre ella, colgaban los dibujos que había realizado durante sus momentos libres cuando se sumergía en sí mismo. "¿Qué hacían fuera de su gabinete?", esa pregunta se formaba en su boca justo cuando Ella, la que algún día lo saco de su mundo irreal, solo para romperle el corazón y dejarlo más solo de lo que estaba antes, en ese momento cuando la ira le cerraba los puños y le hacía apretar fuertemente los dientes, Ella le gritaba un "Feliz cumpleaños" que a su parecer resultaba hipócrita. Ese día, justo ese día, que a sus ya 28 años su vida carecía de sentido, cuando Ella aún se presentaba en sus pensamientos y le hacía renacer viejos sentimientos, y en el cual había sido expuesto su mundo, fue el día perfecto para que la incomprendida vida de Lucas cambiara por completo, de una manera tan radical que incluso él nunca hubiese podido imaginar dentro de sus fantasías, ese ridículo día lo conoció, a ese invasor, Él.
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Inesperado
RomanceLucas un diseñador 3D frustrado, obligado a diseñar edificios para la empresa de su padre y que ha perdido todo interés por el mundo real, prefiere hundirse cada día mas en sus propios pensamientos y en un mundo en el que solo él puede entrar. Sume...