[Capítulo 2]

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La Vieja Leyenda que Renace

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La Vieja Leyenda que Renace

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Se estuvo un rato en la cama, aún algo incómodo por la reciente visita de su amiga, pero decidiendo ignorarlo para evitar alguna estúpida decisión que eso pudiera causar.

Sin embargo, el murmullo de todos los kokiri haciendo sus cosas no se podía ignorar por mucho, y es que tantos sonidos comenzaban a molestarle en cierta manera.

Con total pereza, se levantó de su cama y limpió sus ojos zafiro al tiempo que se estiraba. Abrió las cortinas de la ventana que daba a su cama, tomó sus cosas y una espada, porque "Uno nunca sabe".

Salió de su casa y, con un salto agraciado y preciso, llegó al suelo; ese verde césped le llenaba de una nostalgia inimaginable. ¡Creyó que estaba lloviendo porque sus ojos se llenaron de lágrimas!

Pero ya no tenía que llorar, no había razón. Todo estaba bien y las cosas malas habían parado, era momento de disfrutar esos años que Zelda le había "regalado". Se limpió las lágrimas con su brazo y caminó a ningún lugar en especial.

Mientras andaba, varios kokiri le detuvieron para saludarle, preguntarle por qué se había ido por tanto y a dónde; se limitaba a responder monótonamente a todas esas preguntas, evitando todo detalle acerca de Términa, pues aún no era tiempo de que se enteraran.

Encontró a Saria, dormida en el césped, tan tranquila que su semblante podía transmitir aquella emoción. Tocó con el pie su rostro, causando que se estremeciera y se despertara. Ella se sentó y, mirándole a los ojos, sonrió; él devolvió el gesto y trató de abrir la boca para decir algo.

Un estruendo le interrumpió. Miró instintivamente a la fuente de aquel sonido, siendo que era la entrada a los Bosques Perdidos. Una mirada más a fondo y pudo encontrar sus verdaderos temores.

Un montón de bestias cuadrúpedas, de aspecto similar a la combinación entre un perro y un alce, bajaban a la Aldea Kokiri.

Los niños comenzaron a correr, buscando alejarse de aquellos monstruos. Saria se levantó del suelo y sujetó la muñeca de su amigo de rubios cabellos.

—¡Link! ¡Corre! —indicó llena de terror, mientras intentaba mover a su amigo de lugar. El mencionado se mantuvo quieto, pero se podía sentir el total temor que tenía.

El héroe miró hacia atrás, viendo cómo los kokiri se habían escondido detrás de las casas, asustados de su destino. Miró el rostro de Saria y, con una mirada que decía "Lo siento", corrió a las bestias. Desenenvainó su espada y tomó un trozo de madera para reemplazar a su escudo; si hubiera sabido que ellos lo seguirían hasta allí, no se hubiera llevado únicamente su arma.

Al verlo, aquellas criaturas comenzaron a atacarle, y él iba venciendo uno por uno. Pero por más fuerte que él fuera, no iba a durar para siempre.

Con su enorme espada, cortaba una por una a las bestias, y ellas se regeneraban tan tranquilamente. Link, en definitiva, se agotaba a una velocidad enorme, y era evidente que no duraría mucho más.

Uno de esos logró tirarlo al suelo y, a falta de una mejor defensa, trató de usar su espada, pero fue lanzada lejos de él. Las bestias comenzaron a arañarle, mordelte y, en general, golpearlo lo más que pudieron. Podía sentir los colmillos por toda su carne, que se la arrencaban y dejaban salir montones de sangre y lágrimas que mojaban su rostro.

Pero no gritó, no quería que sus amigos se preocuparan.

Un cuerno pudo sonar a la distancia, y todas las bestias se detuvieron. El pequeño suspiró de alivio; al menos la batalla dolorosa se había terminado. Aquel ejército dejó pasó a uno similar a ellos, pero mucho más grande y con una forma más humanoide. Era horrible para los kokiri...

—Sabes lo que buscamos —hizo mención, con su severa voz. Link levantó la mirada, para poder mirarle a los ojos.

—Si lo hago, ¿dejan a Hyrule en paz? —cuestionó con una voz quebradiza, al tiempo que se ponía de pie. La criatura carcajeó un poco.

—Conoces muy bien que esta tierra puede morir para nosotros —aclaró, acercando su rostro al pequeño de cabellos rubios —. Solo queremos su tierra.

El héroe miró atrás, para encontrarse con los ojos de todos los kokiri mirándole fijamente. Una disculpa volvió a ser reflejada en su mirada.

Dió un paso al frente y, aún dudoso de lo que iba a hacer, sacó la única máscara que tenía, la puso en las manos de la enorme bestia y se alejó un poco. El jefe la miró un poco y, lleno de ira, tiró la careta al suelo, sin romperla. En un movimiento rápido e ignorando el dolor, Link volvió a tomarla y la abrazó con fuerza.

—¡Está vacía! —el más grande tomó del cuello de la túnica al héroe, sujetándole en el aire, mientras él abrazaba la máscara —¡Nos engañaste! ¡¿Dónde está?!

La mueca de una sonrisa se formó en la cara del hylian, y comenzó a reír estrepitosamente, captando la atención de todos los presentes. Al cabo de unos segundos, la risa cesó y comenzó a acercar la máscara a su rostro.

—¿Tanto lo quieren? Entonces lo tendrán —y se colocó aquel rostro falso. El doloroso proceso comenzó, primero, con la máscara volviéndose la cara de Link; se podían escuchar los crujidos que hacían sus huesos al quebrarse y cambiar, al cambiar todo de sí y transformarse en algo más. Algunos gemidos de dolor podían escucharse salir de su boca. Comenzó a hacerse más alto, su cabello cambió y, pronto, ya no había más niño de cabellos rubios. Un estruendoso grito, que dejó a todos perplejos, salió de su boca.

Ya no estaba a casi dos metros del suelo, y ya podía pisarlo con facilidad.
Con una enorme sonrisa, tomó la empuñadura su arma y empujó al jefe de aquellas bestias unos cuantos metros con la mano libre.

Los kokiri miraron y se dieron cuenta que su amigo ya no era el que estaba allí; ya no era el inocente y buen Link; ya era otra persona.

Pero, ¿qué tipo de persona?

Link and the Fierce Deity » The Legend of Zelda ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora