[Capítulo 5]

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Siempre Igual

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Siempre Igual

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No recordaba haber abierto los ojos, y su memoria regresaba a que siempre había estado así, mirando a una tierra destruida por la guerra. ¿Qué hacía ahí?

Un dolor en su pecho le otorgó un respuesta a medias y las memorias pasadas regresaron poco a poco; su corazón se había movido, o había sido apretado, quién sabe. Oni era un imbécil (Puedo decir lo mismo de tí, muchacho) al alejarse tanto. Tal vez si no le afectara lo haría más seguido, pero igual le dolía y le hacía sangrar.

Ahora que lo pensaba, ¿un Dios podía morir si no tiene un corazón? Sabía que podía morir desangrado, entonces contaría, ¿no? Pero si se diera el mejor de los casos y pudiera ser así, quizá se podrían ahorrar problemas; pero seguramente Oni lo habría intentado si no afectase su propia vida.

Antes de que siquiera pudiera pensar en otra cosa, una luz cegadora se mostró ante él, y perdió la visión completamente. Movió sus manos en busca de poder ver algo, pero nada. Aunque abriera los ojos, todo era oscuro.

Nacimiento.

Caminó un par de pasos, buscando si el lugar donde estaba contaba con alguna pared que le ayudara a orientarse. Pero nada. Se detuvo y ya no deseo seguir avanzando. De todas formas, ya conocía cómo iba a terminar todo eso, siempre era la misma pesadilla.

Dos manos se acercaron y le dieron un abrazo que pretendía dar calor, pero que era más frío que aquella habitación. Lo peor era que esas manos no parecían ser humanas; tenían garras que se clavaban en su piel, pero no le hacían sufrir.

Amor.

Las garras comenzaron a clavarse aún más, provocando que sangrase y sintiera dolor. Unas risas femeninas se podían escuchar a lo lejos.

Pero algo no iba bien. El sueño era diferente a como lo recordaba; siempre terminaba en cuanto las manos tocaban su ser, y él despertaba sudoroso y dudando si se encontraba en su verdadero mundo. En vez de eso, el dolor le siguió sucumbiendo en cada centímetro de su ser.

Intensa luz le cegó —pese a que seguía sin poder ver lo que ocurría, lo cual era raro— y le obligó a cerrar los ojos con fuerza. Las manos le seguían abrazando y, poco a poco, pudo sentir cómo las garras le perforaban y destrozaban.

Traición.

De nuevo, oscuridad. La diferencia era que no podía moverse, pues algo le impedía la movilidad. No podía respirar, pues sus pulmones no encontraban oxígeno. Seguía sin poder ver. Oía voces, muchas, y escuchaba gritos amargos, llantos. La desesperación corrió por sus venas y de pronto nada. Y estuvo así un largo periodo de tiempo, hasta que las emociones volvieron a ser algo que pudo tener.

Muerte.

Despertó en su cama, sin conocer realmente cómo, el corazón le seguía doliendo y se puso a pensar lo que llevó a Oni a retroceder tanto en donde sea que estuviese. Y entonces pensó en su sueño; normalmente, al momento de desmayarse, significaba que tendría visiones gracias al Dios, visiones de las que no quería saber nada. Está bien, entendía que tal vez Oni era capaz de controlar su cuerpo si tenía la gana de hacerlo, pero no que sus corazones estuvieran conectados de tal forma, al punto en que la influencia del superior se hiciera notar.

En el fondo, desearía nunca haberlo liberado de esa máscara.

«Deja de pensar en eso y a dormir» Escuchó en su cabeza, a modo de reclamo, como un padre lo haría con su hijo, quitando el hecho de lo irrespetuoso que fue al dirigirse de esa forma. Aunque no lo admitiera, el Dios siempre encontraba una manera de preocuparse por Link.

La pequeña sombra de una sonrisa se formó en su mirada antes de volver a recostarse y cerrar los ojos para dormir, sin siquiera darse cuenta de la presencia de su amiga que lo había atestiguado todo desde que había despertado. Tampoco se dió cuenta cuando ésta, de manera preocupada, comenzó a entonar una suave melodía a forma de canción de cuna.

Link and the Fierce Deity » The Legend of Zelda ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora