Parte 18

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Adam se retorció de dolor llamando sin proponérselo la atención de la muchacha, que dejó de leer para acercarse a su lado. Estaba pálido y sin consciencia. Acercó un pequeño frasco a la boca tal y como se lo había recomendado el médico; pero el enfermo no tenía fuerzas para beber y derramó el contenido sobre su amplio bigote. Dormía con una respiración rápida y poco profunda. Elisabeth por primera vez aceptó que el hombre que la había cuidado desde niña iba a morir.

Se frotó los ojos, solían escocerle cuando leía a la luz de las velas. Apoyándose en el marco de la puerta observó al escocés. Si hubiese estado despierto, le habría preguntado cómo terminaba la historia de los manuscritos, pues apenas había leído la mitad, pero Alec sólo emitía ronquidos bajo la melena canosa que tapaba su cara.

Acercándose a Adam contempló su dormir agónico. Sin saber qué más hacer por él, se sentó y retomó su tarea, no sin antes hojear lo que le quedaba por delante: varias cartas de su madre y otros cinco manuscritos.

Tomó uno de ellos, firmado por un tal Graham Owen.

"A la atención del Sr. Martin Page, distinguido comerciante de Bristol:

Estimado caballero, quizás os extrañe recibir correspondencia del párroco de un pequeño pueblo escocés. Pues bien, sabed que el motivo de mi carta es informaros sobre las circunstancias que Alec, un buen vecino de la parroquia, me ha desvelado...".


ANNUS HORRIBILISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora