Parte 30

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"Deambulé enfermo por el bosque, bebiendo de los arroyos y alimentándome de hierbas. Desconozco si padecí la misma enfermedad que acabó con tu madre, que en el último momento de la epidemia se tornó menos letal, aunque yo así lo creo, porque en esos días sufrí varias abultaciones a lo largo de mi cuerpo. La propia Cecilia sobrevivió a la peste, aunque desgraciadamente murió en el incendio que asoló gran parte de Londres apenas un año después de nuestra marcha.

Prófugo, tomé un nombre nuevo y no regresé a Bristol, evitando complicaciones con la justicia que os pudieran haber comprometido a Adam o a vos. Sin saber dónde ir, vagué sin más compañía que las cartas y el medallón de vuestra madre.

De pueblo en pueblo intenté buscar un trabajo que me permitiera malvivir y cobijarme del frío. No hubo puerta que me acogiese, pues yo era uno de tantos hambrientos, y como por desgracia para mí las leyes me prohibían vagabundear, en algunos lugares me azotaron por el mero hecho de acercarme a su aldea.

Unos días antes de que llegara el invierno, me recluyeron en un correccional cerca de York, donde rocé la locura sobreviviendo sólo por la esperanza de volver a veros algún día.

Cuando la gente comenta que el tiempo que trascurrió del verano de 1665 al de 1666 fue el peor año de nuestro país por la hambruna, la guerra, la peste y el gran incendio, yo recuerdo el tormento particular que fueron aquellos tiempos para mí, y aunque en el correccional viví en las peores condiciones que el ser humano ha conocido, jamás se pondrán comparar con el dolor que sentí en aquellos meses en los que por seguir los caminos más sombríos de mi corazón perdí todo aquello que poseía: honor, libertad, mi negocio y lo que es peor, a mi buen padre y a tu amada madre. Sólo Dios sabe lo que me hubiese gustado que les conocieseis, y si aquel año en el que la muerte se paseó entre nosotros conseguimos purgar nuestros pecados. Yo sólo sé que en aquel tiempo su dedo señaló a Londres, y se llevó más de cien mil almas de los que allí residían, y entre aquel horror, tuve la fortuna de que a mí me dejara huir junto a vos, que sois lo único bueno que me trajo aquel aciago año.

Cuando tras largos años recobré mi libertad, viajé hacia el Norte con la esperanza de salir del país y reencontrarme con mis antiguos socios. Hace cinco años me afinqué junto Alec, que me acogió de nuevo permitiéndome mediar en sus negocios.

En cuanto conseguí un hogar y una renta digna, mi amigo partió hacia Bristol con el propósito de traeros a mi residencia, aquí, en tierras escocesas; pero Adam le rogó un año de espera, para poder cerrar sus negocios, vender sus pertenencias y emprender el traslado junto a vos, ya que os quiere como a una hija. Alec no pudo negarse, Adam merece disfrutar de vuestra compañía, ha demostrado ser un amigo fiel y de gran ayuda en nuestras vidas. En previsión de cualquier acontecimiento funesto que le impidiese exponeros sus intenciones, os envío todas las cartas de vuestra madre, su colgante y mis notas, en las que trato de esclareceros lo acontecido durante aquel año.

Espero que las noticias de la enfermedad de Adam no sean ciertas, pero de ser así y llegar al fatal desenlace, no dudéis en reuniros conmigo, ya que no hay nada que más desee en esta vida que veros a mi lado.

Vuestro padre que siempre os ha amado. Samuel Page".



Elisabeth levantó la vista del manuscrito y, tras doblarlo cuidadosamente, lo guardó junto al resto de sus pertenencias. Hacía frio, por lo que se recolocó la pañoleta antes de mirar por la borda. Bajo un manto de nubes blancas, el agua discurría tranquila entre las pardas colinas del fiordo de Clyde, estaban llegando.

El puerto era más grande de lo que había imaginado.

Al ver llegar el barco, un muchacho saltó del barril en el que descansaba y corrió entre las casas para difundir la noticia.

Una mujer rubicunda y risueña, que elevaba con ambas manos su falda para poder andar con mayor viveza, fue la primera en llegar. Era Nora, la esposa de Alec, a la que el tiempo parecía haber tratado bien. Pronto se congregaron un puñado de vecinos.

Elisabeth le reconoció con facilidad: con barba canosa, un rostro que comenzaba a marcar arrugas y la cicatriz que le recorría la cara hasta parte del labio, su padre aguardaba inquieto. Ella le miró con curiosidad, él la había reconocido.

Alec, que estaba un paso tras de ella, descansó su mano en el hombro de la joven.

Una antigua sensación de regocijo, casi olvidada, excitó las lágrimas de Samuel cuando aquella muchacha de ojos claros, como los de su madre, levantó la manopara saludarle.


ANNUS HORRIBILISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora