Llegué a mi cuarto justo a tiempo de meterme bajo las sábanas antes de que entrara Patrice acompañada de la señora Bethany. La figura de la directora se recortó contra la débil luz del pasillo, por lo que solo pude distinguir su silueta.
-Ya conoces las normas, Patrice -dijo en voz baja, aunque indudablemente seria. Decir que intimidaba sería quedarse corto, y eso que ni siquiera era yo a la que reprendía-. Debes comprender que las normas están para obedecerlas. No podemos andar corriendo por el campo en plena noche. ¿Qué diría la gente? Los alumnos se desmadrarían y podría ocurrir una tragedia. ¿Está claro?
Patrice asintió y la puerta se cerró de golpe. Me enderecé.
-¿Ha ido muy mal? -le pregunté en un susurro.
-No, solo un poco -gruñó Patrice mientras empezaba a desnudarse. Llevábamos una semana cambiándonos en la misma habitación, pero a mí seguía dándome vergüenza. A ella no. De hecho, ni siquiera dejó de mirarme mientras se quitaba la camisa precipitadamente-. ¡Pero si todavía vas vestida!
-Ah, sí.
-Creía que te habías ido de la fiesta.
-Lo hice, pero... No pude entrar en la escuela. Estaban de patrulla. Luego se dieron cuenta de dónde estabais y salieron pitando. He llegado tres minutos antes que tú.
Patrice se encogió de hombros al agacharse para recoger el pijama. Yo hice lo que pude para cambiarme sin volverme. La conversación se había terminado y yo había mentido con éxito a mi compañera de cuarto por primera vez.
Tal vez debería haberle explicado por qué me había retrasado. La mayoría de las chicas se morirían por contarle a todo el mundo que acababan de ligar con un chico guapísimo, pero quería que siguiera siendo un secreto, me gustaba. En cierto modo, el hecho de que yo fuera la única en saberlo lo hacía más especial. «Yo le gusto a él y él me gusta a mí. Tal vez pronto estemos juntos.»Mientras volvía a meterme bajo las sábanas, recapacité y decidí que quizá estaba echando las campanas al vuelo. Los pensamientos se atropellaban en mi cabeza y me impedían dormir. Le sonreí a la almohada.
«Es mío.»
-He oído que anoche hubo una fiesta -dijo mi padre, dejando delante de mí una hamburguesa y patatas fritas; estábamos sentados a la mesa de mi familia.
-Hum... -contesté con la boca llena de patatas. Acabé de tragar y mascullé-: Es decir, eso me han dicho.
Mis padres intercambiaron una mirada y tuve la impresión de que incluso les hacía gracia. Qué alivio.
Sería la primera de las muchas cenas semanales de los domingos. Todo el tiempo que pudiera pasar con mi familia en los alojamientos del profesorado en vez de rodeada de alumnos de Medianoche, para mí era tiempo bien invertido. Aunque intentaban actuar de la manera más informal posible, era fácil adivinar que mis padres me habían echado de menos tanto como yo a ellos. Duke Ellington sonaba en el equipo de música y, a pesar del interrogatorio paterno, el mundo volvía a recuperar su orden.
-No os desmadrasteis mucho, ¿verdad? -Por lo visto mi madre había decidido pasar por alto el hecho de que yo hubiera negado mi asistencia a dicha fiesta-. Solo hubo cerveza y música, por lo que me han dicho.
-No sé nada del asunto -contesté, sin negarlo. Es decir, yo solo estuve unos quince minutos en la fiesta.
-Da igual que solo se tratara de unas cervezas -dijo mi padre sacudiendo la cabeza, en dirección a mi madre-. Las normas están para cumplirlas, Celia. Una cosa es el terreno de la escuela, pero ¿y si la semana que viene les da por ir a la ciudad? Bianca no me preocupa, pero algunos de los otros...
-No estoy en contra de las normas, pero es normal que los alumnos de mayor edad se rebelen contra ellas de vez en cuando. Es mejor tener algún que otro desliz sin importancia de vez en cuando que incidentes más graves. -Mi madre se volvió hacia mí-. ¿Cuál es tu asignatura preferida hasta ahora?