Capítulo 19

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Bianca! -gritaron al unísono mi padre y Lucas.

Ambos trataban de advertirme sobre el otro y me sentí como si estuviera dividida en dos. Los demás también empezaron a gritar; sus palabras se solapaban y el zumbido de mi cerebro mezclado con el pánico me impidió distinguir sus voces individualmente.

-¡Suéltala!

-¡Largo de aquí!

-Atrás o moriréis. No lo repito.

-Si le haces daño...

-Bianca. ¡Bianca! -gritó mi madre.

Me concentré exclusivamente en ella. Estaba en la entrada, tendiéndome la mano. La luz de la mañana irisaba su cabello acaramelado haciendo que pareciera rodeada por un halo.

-Ven aquí, vida mía. -Abrió tanto la mano que se le tensaron todos los músculos y tendones, tanto que tenía que dolerle-. Ven.

-Ella no va a ninguna parte. -Kate dio un paso al frente y se interpuso entre nosotras, con las manos en jarras. Había dejado uno de sus dedos sobre la empuñadura del cuchillo que llevaba en el cinturón-. Se acabó lo de seguir engañando a esta niña. De hecho, se acabó todo, punto.

-Tenéis diez segundos -les advirtió mi padre con voz ronca.

-¿Diez segundos para qué? ¿Para que tomes la casa por asalto y acabes con todos nosotros? -Kate extendió los brazos en un gesto que abarcaba toda la sala, incluyendo la silueta desdibujada de la cruz en la pared-. Eres más débil en la casa de Dios. Lo sabes tan bien como yo, así que adelante, entra, pónnoslo fácil.

A mi alrededor, todos los miembros de la Cruz Negra iban armados. Eduardo empuñaba un cuchillo enorme y Dana blandía un hacha como si estuviera acostumbrada a usarla. Incluso el pequeño señor Watanabe sostenía una estaca. ¿Cómo era posible que unas personas tan agradables pudieran transformarse en un instante en los asesinos de mis seres queridos? Vi el perfil de Balthazar en la puerta, detrás de mis padres.

Él había aceptado mi rechazo con resignación, había seguido siendo mi amigo e incluso había arriesgado su vida para protegerme. Se merecía algo mejor que aquello. Igual que Lucas. A pesar de lo claro que lo veía, parecía invisible para los demás.

-No entraremos nosotros. -Torció el gesto en una extraña sonrisa; la nariz rota cambiaba su aspecto-. Seréis vosotros los que saldréis.

-Cuidado.

Lucas me puso una mano en el brazo, aunque no se había dirigido a mí. ¿Qué habría visto?

Acto seguido, Balthazar se descolgó un arco del hombro con movimientos precisos y apuntó con él, dándole el tiempo justo a mi madre para encender la punta de la saeta con un mechero plateado antes de que la flecha incendiaria saliera disparada y cruzara la habitación, una centella de luz y calor, para alcanzar la pared, que se prendió de inmediato.

Fuego. Una de las pocas cosas que podía acabar con nosotros, una de las pocas cosas que todos temíamos. Sin embargo, Balthazar siguió disparando una flecha tras otra al interior de la iglesia, sin apuntar directamente ni a nadie ni a nada en concreto, con la única intención de prenderle fuego al lugar, mientras los miembros de la Cruz Negra se agachaban e intentaban esquivarlas. Mi madre no se movió de su lado, creando la salva de fuego con su encendedor sin vacilar un solo instante. Uno de los proyectiles hizo añicos la lámpara de lo alto y envió esquirlas de cristal en todas direcciones; la punta ardiendo se hundió profundamente en el techo.

A nuestro alrededor, la vieja y seca madera del centro cívico prendió de inmediato y el fuego empezó a extenderse. El humo, denso y oscuro, había comenzado a oscurecerlo todo.

Media nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora