Capítulo 10

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La primera nevada del invierno fue una decepción para todos: apenas cuatro centímetros que dieron lo justo para fundirse, convertirse en hielo y volver las aceras resbaladizas. Las laderas tenían un aspecto moteado y triste, y los montes, amarillentos y parduzcos, estaban salpicados de montoncitos de nieve medio derretida. Al otro lado de la ventana del dormitorio de la torre, perlas de agua helada rociaban las escamas y las alas de la gárgola. Ni siquiera había suficiente nieve para salir a jugar o para disfrutar de su contemplación.

-Pues a mí me parece perfecto -dijo Patrice, poniéndose una bufanda de color verde fosforescente alrededor del cuello con destreza-. Me gusta que haga un poco de sol.

-Ahora que ya puedes volver a salir a tomarlo, te refieres.
La obsesión de Patrice y todos los demás de hacer «dieta» antes del Baile de otoño había sido muy frustrante. Como todos los vampiros que se negaban a beber sangre, estaban cada vez más esqueléticos... y más vampíricos. Courtney y su corte de admiradores se habían mantenido alejados del sol, algo de lo que no ha de preocuparse un vampiro bien alimentado, pero que resulta muy doloroso para uno famélico. Había tenido que tragarme horas enteras viendo cómo Patrice se paseaba delante del espejo intentando verse mientras su reflejo, rayando en la invisibilidad, se desvanecía con el paso del tiempo. También me había parecido que se comportaban con mayor crueldad, pero con esa gente nunca se podía estar seguro.

Patrice sabía a qué me refería y sacudió la cabeza, exasperada conmigo.

-Estoy bien desde el día del baile. ¡Valió la pena pasar unas cuantas semanas apretándose el cinturón y manteniéndose a la sombra! Tarde o temprano tú también descubrirás el valor del sacrificio. -Al sonreír, se le formaron unos hoyuelos en sus rechonchas mejillas-. Aunque va a ser difícil mientras Lucas esté por aquí rondando, ¿no?
Estuvimos riendo un buen rato de uno de los pocos temas que compartíamos y sobre los que bromeábamos. Me alegraba que nos lleváramos tan bien en general porque, entre el problema de Raquel y que se acercaban los exámenes, necesitaba el mínimo estrés posible en mí vida.

Los finales fueron increíbles. Ya me lo esperaba, pero no por eso los exámenes de la señora Bethany se hicieron solos ni el de trigonometría resultó más fácil. Mi madre demostró una veta sádica desconocida hasta el momento al guardar celosamente cualquier cosa que hubiera mencionado en clase, aunque al menos un pequeño balanceo sobre los talones había revelado con antelación el ejercicio que más puntuaba, el trabajo sobre el Compromiso de Missouri. Espero que eso signifique que a Balthazar le está yendo bien, pensé mientras escribía tan rápido que acabó entrándome rampa en la mano.
Solo esperaba que a mí me fuera al menos la mitad de bien que a él.

Me volqué por completo en el estudio durante las semanas finales, y no solo por la dureza de los exámenes, sino también porque el trabajo me servía de distracción. Hacer que Raquel repasara conmigo constantemente me ayudó a dejar de pensar en lo que había estado a punto de suceder en el bosque. Aunque también contribuyó que la señora Bethany amonestara a Erich, lo que se traducía en que él se pasaba prácticamente todo el tiempo libre que tenía fregando los pasillos y mirándome con odio siempre que se le presentaba la ocasión.

-No me fío de ese tío -dijo Lucas en una ocasión, al pasar por su lado.

-Sois incompatibles.
Y no mentía, aunque conocía razones mucho mejores para no confiar en Erich.
A pesar de nuestros esfuerzos por tener a Raquel entretenida, la angustia no la abandonaba. El acoso de Erich había multiplicado los miedos que ella hubiera albergado desde siempre en su interior. Las oscuras ojeras bajo sus ojos revelaban que Raquel no era capaz de conciliar el sueño por la noche y un día apareció en la biblioteca con el pelo recién cortado... a tajos. Era obvio que se lo había hecho ella y no con demasiada maña.

Media nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora