A dónde vamos? -preguntó Lucas mientras me seguía hacia lo alto de la escalera trasera.
-A la torre norte. La que queda detrás y por encima de los dormitorios de los chicos. Solo la utilizan para guardar cosas. Allí no nos molestará nadie.
-¿Y no podríamos ir a otro sitio?
Se me cayó el alma a los pies. Tal vez no confiaba lo suficiente en mí como para atreverse a quedarse a solas conmigo.-Creo que es el único lugar donde podríamos tener un poco de intimidad. Si prefieres... No sé, si quieres esperar a que salga el sol o algo así...
-No, no pasa nada.
Lucas parecía receloso, como si sí pasara algo, pero continuó siguiéndome. Me dije que no podía pedir más.
Los alumnos no solían prodigarse por la escalera trasera, sobre todo porque estaba cerca de los alojamientos del profesorado. Por descontado, los profesores también eran vampiros, en su mayoría vampiros muy poderosos. Puede que los alumnos como Vic y Raquel no conocieran la existencia de esa diferencia entre los otros alumnos y los profesores, pero era evidente que la sentían. En mi antiguo colegio, la gente se burlaba de los maestros a todas horas, pero todo el mundo en Medianoche, desde humanos a vampiros, se dirigían a ellos con respeto.Algunos, como mis padres, vivían en la otra torre, pero la mayoría se alojaba allí. Supuse que Lucas y yo seriamos los primeros que pasábamos junto a los aposentos del profesorado en todo el año.
El eco de nuestras pisadas rebotaba contra las paredes de piedra, pero nadie pareció oírnos. Al menos, eso esperaba. Aquella conversación sería lo último que querría que alguien escuchara.-¿Cómo conoces este sitio? ¿Subes aquí de vez en cuando?
Lucas seguía mostrándose intranquilo.-¿Recuerdas que te dije que había hecho un poco de exploración antes de que empezara el curso? Este es uno de los sitios que encontré. No había vuelto desde entonces, pero estoy segura de que nadie más sabe de su existencia.
Abrí la puerta con sumo cuidado al llegar a lo alto de la escalera. Una lluvia de telarañas y polvo me habían dado la bienvenida el pasado otoño. Las arañas debían de haberse mudado, porque nada nos impidió el paso. La estancia se dividía en habitaciones que se distribuían como en el apartamento de mis padres, pero en vez de estar amuebladas de manera acogedora, estaban repletas de cajas y más cajas apiladas, de las que asomaban las esquinas amarillentas de los papeles que contenían. Eran los archivos de Medianoche, los historiales de todos los alumnos que habían pasado por la escuela desde su fundación, a finales del siglo XVIII.
-Aquí arriba hace frío. -Lucas estiró las mangas del jersey para cubrirse las manos-. ¿Estás segura de que no hay otro sitio mejor?
-Tenemos que hablar y debemos estar a solas.
-El cenador...
-Está cubierto de hielo, don Friolero. Además, nos podrían ver fuera y nos harían volver a entrar y... Y no podríamos acabar de hablar. -Me volví hacia la ventana para poder ver las estrellas, capaces de reconfortarme incluso en esos momentos-. Se nos da muy bien evitar el tema.
-Sí, tienes razón. -Lucas claudicó y se sentó con pesadez en un arcón que tenía cerca-. ¿Por dónde empezamos?
-No sé. -Me abracé para entrar en calor y vi abajo la gárgola del antepecho, la gemela de la que se veía por la ventana de mi habitación-. ¿Sigues teniéndome miedo?
-No, no te tengo miedo. En absoluto. -Lucas sacudió la cabeza lentamente, incrédulo-. Tendría que... Mierda, no sé cómo tendría que sentirme. No hago más que repetirme que debería mantenerme alejado y olvidarme de ti, porque todo ha cambiado. Pero no puedo.