Capítulo 8

32 2 0
                                    

He matado a Lucas? ¿Está bien? -sollocé. No podía dejar de llorar. Mi madre me había pasado un brazo por encima de los hombros y dejé que me condujera lejos del cenador sin oponer resistencia. También había otros profesores encargándose de que los demás alumnos no se enteraran de lo que había ocurrido-. Mamá, ¿qué he hecho?

-Lucas está vivo. -Nunca me había hablado con tanta dulzura-. Se pondrá bien.

-¿Estás segura?

-Del todo. -Fui tropezando en casi todos los escalones de piedra a medida que subíamos. Temblaba de la cabeza a los pies de tal modo que apenas podía mantenerme derecha. Se me habían deshecho las trenzas y mi madre iba acariciándome el pelo, que ahora me caía lacio alrededor de la cara-. Cariño, sube a mi habitación, ¿de acuerdo? Lávate la cara y tranquilízate.
Negué con la cabeza.

-Quiero estar con Lucas.

-Ni siquiera sabrá que estás a su lado.

-Mamá, por favor.
Iba a negarse, pero en ese instante comprendió que sería inútil discutir.

-Vamos.
Mí padre había llevado a Lucas a la cochera. Al entrar me pregunté por qué estaría dividida en estancias, con las paredes recubiertas de paneles de madera tintada de negro y llenas de fotografías de color sepia con viejos marcos ovalados. Luego recordé que la señora Bethany vivía allí. Estaba demasiado conmocionada para que me preocupara su presencia. Cuando intenté entrar en el dormitorio para ver a Lucas, mi madre sacudió la cabeza.

-Lávate la cara con agua fría, respira hondo y tranquilízate, cariño. Luego ya hablaremos. -Esbozó una sonrisa ladeada y añadió-: No pasa nada, ya lo verás.
Mis manos torpes y temblorosas buscaron a ciegas el pomo de cristal del baño. En cuanto me miré en el espejo, comprendí por qué mi madre había insistido tanto en que me lavara la cara: tenía los labios manchados con la sangre de Lucas y unas cuantas gotas me habían salpicado las mejillas. Abrí los grifos de inmediato, desesperada por eliminar las pruebas de lo que había hecho, pero cuando el agua fría empezó a correr entre mis dedos, me encontré mirando las manchas de sangre con mayor detenimiento. Tenía los labios muy rojos y seguían hinchados de haber estado besándonos.
Me pasé la punta de la lengua lentamente por el contorno de los labios. Volví a probar el sabor de la sangre de Lucas y fue como si en ese momento estuviera tan cerca de mí como cuando lo había tenido entre mis brazos.
Entonces se referían a esto, pensé. Mis padres siempre me habían dicho que algún día la sangre sería algo más que solo sangre, algo distinto a lo que traían de la tienda del carnicero y con lo que me alimentaban. Nunca había conseguido comprender a qué se referían, pero ahora lo sabía. En cierto modo, había sido como el primer beso con Lucas: mi cuerpo sabía lo que necesitaba y quería antes de que mi mente hubiera llegado a adivinarlo.

Pensé en Lucas recostándose para que pudiera besarlo, totalmente confiado. El sentimiento de culpa me hizo volver a llorar y me mojé la cara y la nuca con agua. Tuve que hacer varias inspiraciones hondas durante unos minutos antes de poder salir del baño por mi propio pie.
La cama de la señora Bethany era un armatoste de madera negra tallada con columnas en espiral que soportaban un dosel. Lucas, inconsciente en medio de la cama, estaba tan blanco como las vendas que le envolvían el cuello, pero al menos respiraba.

-Está bien -susurré.

-Con la cantidad que bebiste no había bastante para matarlo. -Mi padre me miró por primera vez desde que había entrado corriendo en el cenador. Me mortificaba la posibilidad de tener que enfrentarme a su desaprobación o, teniendo en cuenta qué estaba haciendo cuando me asaltó la necesidad de morder a Lucas, su bochorno, pero estaba tranquilo, incluso se mostraba cariñoso-. Tienes que procurar beber más de medio litro en cada toma.

Media nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora