Capítulo 6

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Espués del viaje a Riverton, me sentí como la imbécil que había roto con Lucas por una tontería.
Esos tipos de la construcción habían estado bebiendo y, además, ellos eran cuatro y Lucas solo uno. Tal vez había tenido que demostrarles que sabía lo que se hacía para que no lo molieran a palos. Si no le había quedado más remedio, ¿qué derecho tenía yo a juzgarlo?
-¡Ni hablar! -dijo Raquel, cuando me confié a ella al día siguiente, paseando por las inmediaciones del internado. Las hojas habían acabado de cambiar de color, por lo que los montes distantes ya no eran verdes, sino rojizos y dorados-. Si un tío se pone violento, te las piras. Y punto. Ya puedes dar gracias de haber descubierto cómo es en realidad antes de ser tú el blanco de su ira.
Su vehemencia me dejó atónita.
-Parece como si supieras muy bien de lo que estás hablando.
-¿Es que nunca has visto un telefilme? -Raquel no me miró a los ojos y siguió jugueteando con la pulsera trenzada de cuero que llevaba en la muñeca-. Todo el mundo lo sabe: los hombres que pegan no son buenos.
-Ya sé que se pasó tres pueblos, pero Lucas jamás me haría daño

Raquel se encogió de hombros y se arrebujó aun más en su chaqueta, como si le hubiera entrado frío, aunque fuera se estaba bien. Hasta ese momento, no me había preguntado hasta qué punto su discreto comportamiento y su aspecto masculino no responderían a un deseo de desviar una atención que no deseaba.
-Nadie piensa que va a ocurrir algo malo hasta que ocurre. Además, no paraba de decirte que la gente de aquí daba asco y que no debías intimar ni con tu compañera de cuarto ni con nadie, ¿no es así?
-Bueno... Sí, pero...
-Pero nada. Lucas ha estado intentando aislarte de todo el mundo para poder tener más poder sobre ti. -Raquel sacudió la cabeza-. Estás mejor sin él.
Yo sabía que se equivocaba respecto a Lucas, pero también era consciente de que no había pasado tanto tiempo a su lado para conocerlo a fondo.
¿Por qué había empezado Lucas a criticar a mis padres? La única vez que nos había visto a todos juntos había sido en el cine y ellos se habían mostrado cordiales y afectuosos. Lucas había dicho que se guiaba por mi patético intento de fuga del primer día de clase, pero no sabía si creerle. Si tenía algún problema con mis padres, era obvio que se lo había inventado él por alguna extraña y paranoica razón con la que yo no quería tener nada que ver.

Posibles explicaciones acudieron a mi mente sin ser invitadas. Tal vez había tenido una novia antes de mí, por Europa, una chica elegante y sofisticada que había viajado alrededor del mundo, cuyos padres habían sido unos pedantes y se habían comportado injustamente con él. Quizá le habían cerrado la puerta en las narices, o incluso le habían prohibido volver a ver a su hija nunca más, y por eso ahora estaba escarmentado y no confiaba en nadie.
La historia que había acabado de inventarme no me ayudó en lo más mínimo. Primero: me hizo sentir mal por Lucas, como si comprendiera por qué se había comportado de ese modo tan extraño cuando él no era así en realidad. Y segundo: me hizo sentir insegura al compararme con una teórica novia europea y sofisticada... ¿Y qué hay más patético que sentirse amenazada por una persona que ni siquiera existe?
Creo que hasta ese momento, hasta separarnos y tener razones de peso para mantenerme alejada de él, no comprendí lo importante que Lucas era para mí. La clase de Química, la única a la que íbamos juntos, era una hora de tortura diaria. Era como si lo sintiera cerca de mí igual que se siente el calor que desprende el fuego de un hogar en una habitación fría. Sin embargo, no me dirigí a él en ningún momento, y él hizo otro tanto, respetando el silencio que yo había impuesto y que mantenía. Me resultaba imposible imaginar que él estuviera sufriendo más que yo. La lógica dictaba que lo mejor para mí era alejarme de él, pero la lógica me importaba bien poco. Lo echaba de menos a todas horas y daba la impresión de que, cuanto más me decía que lo dejara en paz, más deseaba estar con él.
¿Se sentiría él igual? No tenía ni idea; lo único que sabía era que se equivocaba respecto a mis padres.
-¿Cómo estás, Bianca? -me preguntó mi madre con ternura, mientras aclarábamos los platos de la cena del domingo.
No había dormido bien, apenas había probado bocado y lo único que me apetecía era esconder la cabeza debajo de una manta los siguientes dos años más o menos. Sin embargo, por primera vez en mi vida no tenía ganas de compartir mis preocupaciones con ellos. Eran sus profesores y no sería justo para él que les contara lo que Lucas opinaba de ellos. Además, hablar del hecho de que Lucas y yo al parecer habíamos acabado incluso antes de empezar solo habría conseguido ahondar en la herida.
-Estoy bien.
Mis padres intercambiaron una mirada. Sabían que estaba mintiendo, pero no me presionaron.
-¿Sabes qué? No hace falta que te vuelvas ya a tu habitación -dijo mi padre, dirigiéndose hacia el equipo de música.
-¿De verdad?
Por lo general, según las normas de la cena de los domingos, debía regresar a mi dormitorio para ponerme a estudiar poco después de acabar de cenar.
-La noche está despejada y se me ha ocurrido que tal vez te gustaría echar una ojeada por el telescopio. Además, estaba a punto de poner Frank Sinatra y sé lo que te gusta la voz.
-Fly Me to the Moon -le pedí, y al cabo de escasos segundos Frank cantaba para nosotros.
Les enseñé la galaxia de Andrómeda. Les pedí que primero buscaran Pegaso en el firmamento y que luego se dirigieran hacia el noreste hasta que toparan con el suave y difuso resplandor de un billón de estrellas lejanas. Después de eso, pasé un buen rato paseándome por el cosmos y saludando a las estrellas conocidas como a mis viejas amigas.

Media nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora