Una mentira necesaria.

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Zac lo miraba expectante, sin dejar de concentrarse en el volante, con la expresión de un niño al que van a darle un juguete nuevo. Nick se acercó más a él, conteniendo sus ganas de estamparle un beso en esa boca carnosa, y con voz baja, empezó a hablar.

Nick: Una noche Anastasia y yo fuimos a una discoteca, para aquel entonces todavía vivíamos con nuestros padres y yo era menor de edad. Mis padres no me querían dejar ir, pero al final cedieron porque mi hermana se haría cargo de mí, a ella no le gustaba mucho la idea, pero en fin, cuando llegamos allá ella por su afán ser el centro de atención con sus amigas se olvidó de mí, yo me encontré a Martin y sus amigos quienes estaban bebiendo, ellos insistían en que bebiera, yo pensando en la rabia que tendría mi padre decía que no, pero hacía tanto calor que me convencieron y no pude contenerme hasta caer en una profunda borrachera, al darse cuenta de eso, mi hermana se horrorizó pensando en la reacción de nuestros padres al ver que ella era responsable de mí y yo estaba en ese estado. Martin para lucirse frente a ella se responsabilizó y le dijo que me llevaría al baño para refrescarme, yo no tenía fuerzas ni para colocarme de pie. A esa hora la disco estaba a reventar, la gente, el ruido, las voces, los cigarros, el humo y las luces no ayudaban mucho en mi situación. Al llegar a los baños, Martin comenzó a echarme agua en la cara sin parar, casi no respiraba, como estaba apoyado al lavamanos mi culo quedaba inconscientemente expuesto a él, Martin me dijo que tuviese más cuidado con esa posición porque aunque tenía dos semanas sin hacer nada de nada con mi hermana y todavía no había pensado en engañarla, podía intentarlo. Entonces revisó que no había nadie en el lugar y luego me tomó de la cintura, arrastrándome. Extrañado, le pregunté a donde me llevaba. Me respondió señalando uno de los cubículos, sonriendo agregó que lo mejor sería evitar un espectáculo. Yo, suponiendo que se refería a mi estado, asentí y me dejé guiar hasta el cubículo. Cuando estuvimos dentro Martin pasó la traba mirándome con una extraña sonrisa en los labios, y sin decir nada me dio un abrazo sobándome la espalda. Después, suavemente fue empujándome hasta apoyarme contra la pared, apretándome en ese momento, noté la dureza de su paquete. Me desconcerté; y mi desconcierto aumentó cuando Martín comenzó a darme besos en el cuello mientras jadeaba y me restregaba con más fuerza su paquete sobre mi estómago.

Zac: ¿Y entonces? - Preguntó Zac con aquellos ojazos verdes abiertos.

Nick: Entonces . . . me desabrochó el pantalón, metió sus manos por debajo del elástico de mi bóxer, y comenzó a bajarme la ropa. Yo me sacudí intentando detenerlo, pero él presionó más con su cuerpo sobre el mío, inmovilizándome. "Shh! Quieto, quieto!" me susurró al oído mientras me lamía la oreja. Yo sentía un montón de cosas raras, y seguía tan confundido por los restos de la borrachera y por la propia situación, que obedecí. El corazón me latía a mil, y cuando sentí la punta de su verga ensalivada acomodándose entre mis nalgas, cerré los ojos y tragué duro. Un dolor agudo me traspasó, y me quejé. Otra vez intenté zafarme y otra vez Martin me apretó con su cuerpo, poniéndome una mano en la boca para silenciarme. Y teniéndome así, inmovilizado y enmudecido, empezó a enterrar lentamente su pene en mi culo y no paró hasta meterlo completo. Apenas lo hizo se mantuvo quieto, mordisqueándome suavemente la nuca y acariciándome el pecho con la mano libre. Después, cuando se dio cuenta que yo ya no oponía resistencia, me tomó de las caderas y empezó a bombear. Yo me quejaba, adolorido, y con la respiración entrecortada le rogaba que sacara ese monstruo de mi culo. Pero él hacía caso omiso a mis súplicas, y seguía follándome con ganas. "¡Uh, cuñadito, qué buen culo!", recuerdo que me susurraba jadeando al oído mientras me la clavaba una y otra vez. Estuvo así un buen rato, hasta que de repente empezó a jadear. Entonces me enterró el pene hasta los pelos, se quedó quietito . . y empezó a correrse. En serio habían varios días que no descargaba porque yo sentía mis entrañas calientes de tanto semen que me estaba dejando dentro. Cuando por fin terminó, dejó su verga por un rato entre mis nalgas y luego, muy despacio, la sacó. Pero siguió pegado a mí, y me mantuvo abrazado un largo rato mientras me susurraba oído que había gozado mucho mucho. Y yo . . . pues, yo seguía sintiéndome extraño, y no dije nada. Después nos acomodamos la ropa, esperamos a que no hubiese nadie y salimos, regresando con los demás como si nada hubiera pasado.

El novio de mi hermana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora