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El mes que Saúl permanece de guardia en el apartamento parece no acabar nunca. Como si el tiempo no fluyera. Es una tarde del mes de junio, no está muy seguro de cuál exactamente. Las agujas del reloj demoran cada paso más de lo habitual esos días en que espera por si surge un caso que requiriera de su intervención. Aprovecha el tiempo para instruirse sobre la crianza de ovejas y otros temas que le resultan útiles en su verdadero trabajo para la Comunidad. Ese que ejerce durante los dos meses que transcurren entre guardias.
El apartamento donde vive en esos treinta días es reducido y está amueblado con más austeridad que la celda de un monje franciscano. Consta de una cocina diminuta con no más de cuatro electrodomésticos. En el baño, el espejo es el único aplique y tiene que dejar la bolsa de aseo sobre la cisterna todo el mes. El salón dispone de mesa y silla para comer y un sillón, que es donde duerme. Porque el dormitorio sólo dispone de un catre anatómicamente diseñado para transformar la columna vertebral en una colección de eses en dos semanas. También tiene un armario, el único de la casa.
Saúl, aún con los ojos medio cerrados, recoge del suelo el libro que se le cayó de las manos mientras dormía y continúa la lectura sin mirar si quiera cuánto tiempo ha estado dormido. Observa en él palabras como Enterotoxemia, Carbunclo, Brucelosis o Hidatidosis. Dan miedo sin saber qué son. Pero ahora que está estudiando ese viejo libro sobre enfermedades ovinas que compró en el Rastro de Madrid, sabe por qué debe temerlas. Según el texto, la prevención sería sencilla con una vacunación anual pero es que a principios de siglo, cuando se escribió, aún se podían comprar las vacunas necesarias para prevenirlas. Pero eso era antes del control alimentario del Gobierno que hace treinta años monopolizó el mercado de la carne para controlar los precios e ilegalizó la crianza privada. Aunque la inflación no se frenó. Desde entonces la única manera de conseguir carne de calidad es acudir al mercado negro. Y la Organización es la mejor distribuidora cárnica de contrabando.
El teléfono da dos timbrazos antes de que el hombre lo descuelgue. Su cuerpo se tensa. Hace más de una semana que no tiene que salir del apartamento y casi le apetecía tener trabajo de nuevo, aunque no quiere reconocerlo porque los partes de trabajo que recibe suponen siempre riesgos que a nadie le gusta correr. A veces parece que los problemas esperan a que él esté de guardia para aparecer.
–Aquí Saúl –responde.
–He escuchado en la emisora de la Policía un aviso de alborotos en el centro de salud de Santa Isabel en Leganés –dice la voz grave del hombre que habla al otro lado del hilo telefónico –. Media docena de personas se han unido, se han pronunciado términos prohibidos y un administrativo del centro ha llamado denunciando los altercados y las proclamas antisistema.
–¿Cuál es mi objetivo?
–El denunciante ha declarado que el iniciador de la revuelta ha sido un tal Lorenzo Santiago.
Un escalofrío recorre su espalda.
–Entiendo. Voy enseguida.
Saúl cuelga el auricular y se levanta con la celeridad de un cuerpo de emergencias en un aviso. Saca una maleta del armario, la abre sobre el catre y vacía uno por uno los objetos sobre la cama. Una catana, encajada en la diagonal de la maleta, de hoja tan afilada que corta con el más mínimo roce, una ballesta tan larga como su antebrazo para poder manejarla con una sola mano, un carcaj lleno de flechas y dos cuchillos. Vuelve al armario y descuelga de una de las dos perchas que se sostienen en la barra, un largo impermeable transpirable de color oscuro que le llega más abajo de las rodillas.
Este tipo de prendas son las que utiliza en sus intervenciones: gabardinas o impermeables discretos en los que ocultar en las armas y que hagan pasar desapercibido a un hombre corpulento de ciento noventa centímetros.
Se sujeta la catana enfundada al cinturón, en el lado izquierdo. Al pecho, cogido con unas correas, la ballesta. En un gran bolsillo interior del impermeable mete el carcaj. Se coloca un cuchillo en la parte trasera del cinturón y otro en el tobillo derecho. Luego se viste con el impermeable para ocultar el arsenal.
Saúl no disfruta matando, pero tiene clara su función en la Comunidad y cumple su cometido de manera ejemplar. Es un maestro ocultándose y escapando cuando la operación se tuerce, pero cuando ha tenido que atravesar a una persona con su catana su pulso se ha mantenido firme. Se pregunta si en esta ocasión tendrá que eliminar a alguien. Esta vez es algo personal. Lorenzo es un buen amigo y ejecutaría a cualquiera para salvarle.
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Todo está bajo control
Science FictionLuis Vallés, trabaja en la sección de Local de un periódico madrileño. Acude a un centro de salud de Leganés para cubrir incidente de poca relevancia con unos usuarios pero al llegar, el ejército impide la entrada y la salida a cualquier persona no...